Alfredo Di Bernardo
Alfredo Di Bernardo
La aparición de la antología “Las cosas suceden”, del escritor santafesino Carlos Roberto Morán (n. 1942) publicada recientemente por Editorial Palabrava, constituye una excelente oportunidad para aproximarse al valioso universo narrativo de su autor. Un universo que se estructura en torno a tres variantes: la literatura fantástica, el relato policial negro y las historias intimistas. Habrá que aclarar, no obstante, que esas variantes nunca aparecen en estado puro, sino convenientemente entremezcladas e interactuando con eficacia para potenciarse entre sí, por lo que, a fin de ser precisos, cabría afirmar que los cuentos de Morán son, según el caso, predominantemente fantásticos, policiales o intimistas. En este flamante libro, compuesto por nueve historias, quizás esta fusión de variantes alcanza su máxima evidencia en “Golpes en la puerta”, cuento en que el protagonista es confundido con un tal Gutiérrez y el hilo de la trama oscila deliberadamente entre la posibilidad de que se trate de un simple error que podría ponerlo en peligro, y la alternativa aún más inquietante de que, merced a una perturbadora e inexplicable disolución de identidades, el protagonista se haya convertido, efectivamente, en el Gutiérrez que otros andan buscando.
Lo fantástico no aparece en estos cuentos bajo la forma de seres o hechos extraordinarios, sino todo lo contrario. Se trata, más bien, de la irrupción de hechos y personajes aparentemente comunes, simples, que de pronto vulneran la lógica cotidiana y la resignifican. Una mujer cuya imagen queda registrada en una foto en la que no debería haber salido (“Perfil de Morena”), la imposible intersección de dos existencias paralelas e incompatibles de una misma persona (“La mirada de Juan Prado”), un viaje en colectivo que se transforma de a poco en una travesía muy diferente (“Las cosas suceden”) son ejemplos de lo antedicho. Por lo general, el elemento fantástico es el factor que sirve de desenlace o le otorga una explicación a la trama y el lector lo descubre en simultáneo con los personajes, razón por la cual termina compartiendo con éstos su misma perplejidad.
Por su parte, lo policial, en su variante noir, se muestra preferentemente como trasfondo o marco de la historia narrada, antes que como núcleo central del argumento. Referencias aisladas, dichas como al pasar, pero no por ello menos contundentes, acerca de los ámbitos vidriosos por donde transcurre la vida de algunos personajes, sirven para contextualizar sus conductas: un exilio forzado por un asunto de cheques impagos (“Golpes en la puerta”), las oscuras relaciones con el poder de turno que sustentan el éxito profesional (“La mirada de Juan Prado”) o ciertos turbios negocios manejados con la cínica mentalidad de los ‘90 (“Tríptico de Verónica”) ejemplifican este recurso, que es llevado al extremo en el cuento que, paradójicamente, quizás sea el más “policial” del libro (“La película del Yuaseneger”), donde el autor retacea al máximo la información sobre el submundo criminal en que se mueven ambos coprotagonistas, dejándolo velado detrás del diálogo trivial que sostienen mientras aguardan no se sabe bien qué o a quién.
Por último, en relación a la mencionada faceta intimista, cabe afirmar que los personajes de Morán nunca nos son presentados como maquetas vacías, sino que los caracteriza una hondura psicológica que el autor sabe revelar a la perfección, sin necesidad de incurrir en un análisis explícito y exhaustivo de sus personalidades. Le alcanza con plasmar dos o tres pinceladas de sus sentimientos para echar luz sobre sus conflictos internos y mostrarnos cómo son. El caso más extremo de esta austeridad lo constituye “La película del Yuaseneger”, cuento armado exclusivamente en base al diálogo de los coprotagonistas, y en el que lo que ambos dicen es el único medio del que dispone el lector para imaginarlos. Por lo general, los protagonistas de estas historias son seres excluidos o autoexcluidos de la felicidad, transcurren sus existencias nimbados por un halo de melancolía o tristeza, añoran una vida que no fue, o que ya no es (en varios casos, el tormento se presenta bajo la forma de una mujer que se ha ido o es deseada sin reciprocidad). Son hombres alejados de una vida plena, conscientes de ese fracaso y resignados a afrontarlo, como si todo hubiese sido ya resuelto por un destino adverso e implacable que no se puede remediar. En tal sentido, el personaje más impresionante del libro es el carnicero de “La materia hierve su cólera cerrada”, un individuo traspasado por la frustración, al que le basta con afilar su cuchilla y limpiarse la sangre de la carne en el delantal para transmitirnos la tremenda violencia latente que lo habita y que está a punto de estallar.
“Nunca nos terminamos de contar la verdad, algo queda en reserva sin ser expresado. Sin que lo admitamos, una puerta que nunca termina de cerrar”, dice el sufrido protagonista de “Tríptico de Verónica”. Pues bien, Carlos Roberto Morán, con su sólido oficio de cuentista a cuestas, se cuela por esa hendidura y nos muestra, con talento y sensibilidad, las zonas grises de la condición humana, ésas que sus personajes no pueden o no se animan a ver.