Por Jorge Bello
Por Jorge Bello
Aunque convulsos, estos tiempos contienen la serenidad que necesitamos. La serenidad que digo esconde el secreto para entender que no se gana con la pataleta, sino con la serenidad y el consenso que le debe seguir.
La pataleta ya pasó, señoras y señores, y ahora es tiempo de mirar en silencio, de preguntar en silencio, de aprender antes que hacer. Y quien no sepa leer estas líneas y repita en consecuencia la pataleta, que sepa que esta noche tendrá otra vez la oportunidad.
Podemos entender, más o menos, por qué, para qué duerme una persona adulta, y luego es fácil y razonable afirmar que una persona adulta duerme, necesita dormir para recuperar fuerzas, para descansar. En efecto, sin un sueño reparador no podemos vivir.
Pero quien sea capaz de observar el sueño del bebé, y sea capaz de controlar su propia pataleta verborrágica, ya no podrá afirmar que el bebé duerme para recuperar fuerzas, porque no está cansado. En efecto, no sabemos por qué tiene que dormir tantas horas el bebé.
Pero, aunque no sabemos por qué, sí sabemos que el bebé necesita dormir, y que por tanto hay que respetar y promover el sueño del bebé. Y todo el mundo, sin distinción de colores ni banderas, sabe que tiene que poner el bebé a dormir. Incluso sin entender.
Entonces, no se trata de entender, puesto que no es sabio quien sabe sino quien pregunta. Y quien ganó no sirve hoy para dar respuestas, porque no las tiene, sino que quien ganó será más útil y más sabio si pregunta, si comienza por preguntar. En efecto, no se trata de responder, sino de preguntar, pero esto es más difícil.
Para preguntar, lo primero es la serenidad y la voluntad para escuchar las palabras o, mejor, los hechos de la realidad, que son siempre más elocuentes, y siempre son sinceros. Para esto, el sueño del bebé es una buena lección.
El bebé que duerme, el bebé dormido, es sin duda un paisaje fascinante, y sin duda también es la oportunidad para ver cómo es de constructiva la serenidad, opuesta a la crispación, a la pataleta. La serenidad del sueño del bebé pequeño despierta preguntas, algunas viscerales y otras racionales, pero no hay más respuesta que la realidad, sin palabras, elocuente y sincera.
Quien tenga la oportunidad, y quiera aprender y luego ser útil, que pida permiso y que se siente en silencio, inmóvil, al lado de la cuna, y mire más allá de lo que se ve. No busque una explicación, sino que busque preguntas. El bebé dormido enseña una lección que sólo aprenden los alumnos predispuestos.
Recordemos que el bebé debe dormir de espaldas, sin excusas, y aquí sí que sabemos por qué. Porque se trata de evitar la todavía misteriosa muerte súbita del bebé. Quien haya pasado por esta desgracia sabe que no valen las respuestas, sino las preguntas, pero éstas no encuentran, ni aun pasado el tiempo, más respuesta que la propia realidad.
Fue preguntando como se supo que el bebé pequeño tiene que dormir de espaldas. Dormir de costado no es posición segura. Ni debe haber moños o cintas en la cuna, ni cadenitas, ni deben sobrepasar el nivel de las axilas la sábana y la manta.
Todavía en brazos, el bebé que se dispone a dormir cierra los ojos. Parece dormir. Entonces se equivoca quien responde asegurando que ya está dormido. No está dormido, solo cierra los ojos para escuchar mejor. Porque bastará el ademán de querer dejarlo en la cuna para que el bebé abra los ojos, o mejor la boca para decir que la respuesta que acaba de oir eran palabras, nada más que palabras, distantes, desligadas de la realidad, equivocadas, vacías.
Siempre se equivoca quien responde sin haber escuchado antes la pregunta, sin haber sabido ver cuánto de pregunta hay en la realidad que le cabe asumir. Más se equivoca todavía, y queda en ridículo, y tal vez ni lo sepa, cuando responde con una catarata de palabras, distantes, desligadas de la realidad, equivocadas, vacías.
Velando largo rato el sueño del pequeño, quien quiera preguntar más que responder observará que la serenidad del bebé tiene dos fases que se alternan entre sí, que se suceden la una a la otra, una y otra vez.
En efecto, el bebé pasa ratos con un sueño flácido, de respirar lento, pausado, armonioso y por momentos incluso casi imperceptible. Luego vienen otros ratos en que el sueño es activo, hay movimientos, hay gestos, hay sonidos, y parece que despierta pero no despierta, sino que duerme, y sueña.
No es momento para responder asegurando que ya se despierta, sino que es el momento oportuno para preguntar si sueña.
Si no sabemos por qué duerme tanto el bebé, menos sabemos si sueña. Tenemos la pregunta, pero no tenemos más respuesta que la propia realidad, a la cual hay que escuchar con atención, y aquí la serenidad es cosa bien necesaria.
Siendo así que es posible preguntar desde la serenidad, vale la pena preguntarle al bebé, y a los chicos en la escuela, y al vecino, y al de la esquina, y tanto al que paga los impuestos como a quien no los paga, al que se emborracha y grita, a los adolescentes, si sueñan, y con qué sueñan. No hay que responder, solo hay que preguntar, porque la respuesta es la propia realidad, siempre elocuente y sincera.