Lisandro y Nicolás
Por Rogelio Alaniz
Lisandro y Nicolás
Rogelio Alaniz La historia la recuerda como la Alianza Civil. Fue el acuerdo político entre el Partido Demócrata Progresista y el Partido Socialista. La fórmula fue un clásico de la tradición liberal progresista de la Argentina de los años treinta: De la Torre-Repetto. Lisandro de la Torre, rosarino, liberal avanzado, radical en sus orígenes, más cercano a Leandro Alem que a Yrigoyen, con el que siempre mantuvo diferencias, incluida la que se saldó en el campo de honor en un célebre duelo que lo dejó marcado con una cicatriz que intentaba disimular con su barba. En las elecciones de 1916 fue el candidato de una coalición liberal-conservadora promovida con las mejores intenciones y saboteada por los peores intereses. Entonces la Liga del Sur se transformó en el Partido Demócrata Progresista, un partido con legítimas pretensiones nacionales, al que siempre le costó mucho salir de la provincia de Santa Fe. El PDP fue en esos años la gran ilusión de un liberalismo avanzado, moderno y racional. Un lujo para la Argentina de entonces, un lujo que sin embargo no alcanzó para derrotar al radicalismo de Yrigoyen. Para 1931, Lisandro de la Torre tenía algo más de sesenta años. Había sido candidato presidencial y diputado. Temible polemista parlamentario, anticlerical y masón, era entonces el dirigente reconocido por estudiantes reformistas e intelectuales avanzados. Talentoso, decente, el brillo de su personalidad se opacaba un tanto por sus brotes depresivos que con el paso de los años se harían cada vez más frecuentes. Nicolás Repetto era para esa fecha el presidente del Partido Socialista y el heredero de Juan B. Justo. Como su maestro, estudió medicina y se recibió con las mejores calificaciones, título que perfeccionó con una estadía de capacitación en Europa donde vivió tres años. Antes de los treinta años ya era un reconocido dirigente socialista. En 1914 ingresó al Congreso como diputado, banca que mantuvo durante veinte años. Metódico, austero, algo irascible, honró con su participación y sus proyectos al Parlamento argentino. Para 1930 ya era un prócer de su partido, el más prominente dirigente histórico e integrante del mítico clan “chertkofiano”, integrado por las célebres hermanas Chertkoff: Adela, Mariana y Fenia, casadas con Dickmann, Justo y Repetto. Se sabe que el golpe de Estado del 6 de septiembre de 1930 marcó un antes y un después en la vida política argentina. La crisis abierta ese año fue, al mismo tiempo, política, social y económica, y uno de los puntos de inflexión más serios del orden capitalista mundial en el siglo veinte. El derrocamiento de Hipólito Yrigoyen contó con el apoyo más o menos entusiasta de socialistas y demoprogresistas; también de radicales antipersonalistas, empezando por Alvear, quien desde París hizo declaraciones a favor de la asonada militar con inusuales palabras ofensivas contra don Hipólito. La facción de Uriburu se hizo cargo del poder el 6 de septiembre. Se distinguió por sus intenciones de constituir un orden político corporativo y autoritario apoyado por militares y el fervor de los flamantes nacionalistas criollos, cuyo exponente más notorio era Leopoldo Lugones, autor de la proclama golpista. Curiosamente, el militar conservador y reaccionario que era Uriburu mantendrá fluidas relaciones políticas con Lisandro de la Torre, con quien se conocía desde los tiempos de la Revolución del Parque. Uriburu llegará a ofrecerle a don Lisandro la presidencia de la Nación, oferta que éste rechazará con impecables argumentos republicanos. No obstante ello, esta curiosa relación dará sus frutos en Santa Fe, ya que la intervención militar a la provincia contará con el apoyo del PDP. Mientras tanto, el régimen militar liderado por Uriburu se deterioraba aceleradamente. Las elecciones piloto del 5 de abril de 1931 concluyeron con una inesperada victoria de los radicales, motivo por el cual renunció el artífice político del uriburismo, Matías Sánchez Sorondo. En definitiva, a partir de abril de 1931 el poder se trasladará a la facción fuerte del golpe septembrino y, en particular, a su dirigente emblemático: Agustín Justo, quien expresaba en términos políticos los reales intereses de la clase dirigente criolla, intereses decididos a defender el orden económico vigente, pero sin necesidad de constituir para ello una dictadura corporativa. El resultado de esa experiencia se conocerá como el orden conservador de los años treinta, un orden democrático viciado por el fraude que, irónicamente, será calificado de patriótico. La solución justista a la crisis será criticada, pero en honor a la verdad hay que decir que más allá de errores fue una respuesta a la crisis que merece ser analizada con más detenimiento, sobre todo porque aquella democracia imperfecta se contrastaba con las dictaduras bananeras de América Latina y la mayoría de los regímenes políticos autoritarios de Europa. Derrotado políticamente el uriburismo, las selecciones nacionales fueron convocadas para el domingo 9 de noviembre de 1931. El radicalismo contaba en esos meses con el flamante liderazgo de Alvear recién llegado de Europa. Seducido por Uriburu y Justo, don Marcelo optó por mantenerse leal a su partido y hacerse cargo de su reorganización. Como consecuencia de ello la fórmula proclamada por los radicales fue la de Alvear-Güemes. Sin embargo, el régimen maniobraba, y a través de un vergonzoso fallo de la Justicia impugnó la candidatura de Alvear por considerar que la Constitución Nacional le prohibía ser presidente por dos períodos seguidos. Según la interpretación de los jueces, Alvear había concluido su presidencia en 1928 y como Yrigoyen fue derrocado en 1930 y el de Uriburu era un régimen de facto, se concluía que el líder radical no podía ser candidato. Como era de prever, los radicales se indignaron por esa maniobra y decidieron abstenerse, a pesar de que desde su retiro Yrigoyen insistía con la consigna: “Si no hay revolución, una buena elección” y con el candidato que fuera, incluso Gallo, un moderadísimo dirigente antipersonalista. Lo cierto es que los radicales se abstuvieron, pero no hicieron lo mismo los demócratas progresistas y los socialistas, quienes decidieron constituir una alianza. El entendimiento entre estos dos partidos no excluía desconfianzas y recelos. Finalmente se acordó compartir la fórmula presidencial, pero para todos los otros cargos cada partido iría con sus propios candidatos. La Alianza Civil despertó expectativas, pero también fuertes rechazos. La Iglesia Católica lanzó una declaración en la que sugería no votar por candidatos que promovieran el divorcio, la separación de la Iglesia del Estado y la enseñanza religiosa en las escuelas. Algo parecido hará en 1946. Los baluartes de la Alianza eran la ciudad de Buenos Aires -donde el socialismo era fuerte- y la provincia de Santa Fe, controlada por el PDP gracias a la intervención facilitada por Uriburu. El otro distrito que despertaba ilusiones era el de Córdoba, donde los principales dirigentes del reformismo universitario se presentaron como candidatos. Fue el caso de Gregorio Bermann, candidato a gobernador, y Deodoro Roca, candidato a intendente de la ciudad capital. El resultado de las elecciones es conocido. La fórmula Agustín Justo-Julio Roca (h) se impuso con el 43 por ciento de los votos. La Alianza Civil obtuvo el 31 por ciento, mientras que el líder antipersonalista de Entre Ríos, Francisco Barroetaveña, obtuvo el once por ciento. En la provincia de Santa Fe, Luciano Molinas fue electo gobernador y Lisandro de la Torre y Francisco Correa fueron elegidos senadores. Abundaron las denuncias sobre fraude, pero el 20 de febrero de 1932 Justo asumió la presidencia de la Nación y los legisladores socialistas y demoprogresistas se hicieron cargo de sus bancas. La abstención radical no alcanzó para deslegitimar al régimen y sus levantamientos armados en Corrientes en ningún momento lograron poner en peligro su estabilidad.