Por Ing. Agr. Verónica G. Kern - Ing. Agr. José F. Pensiero (*)
Por Ing. Agr. Verónica G. Kern - Ing. Agr. José F. Pensiero (*)
Es agosto y las flores de los lapachos llenan de colores vibrantes el paisaje urbano. Cual obra maestra de la naturaleza, millones de flores rosadas, amarillas, blancas, se amontonan en las copas desnudas de hojas. Una fiesta para picaflores y boyeritos que buscan en ellas el preciado jugo dulce que les da energía. Oasis para las abejas que retoman su paciente labor con las primeras temperaturas cálidas. Allí están, entre calles y edificios, gigantes de flores en nuestro mundo urbano. Pura vida. Basta que en el trajinar de lo cotidiano nos detengamos a contemplarlos. Con su magnífica belleza y su entrega generosa. Los árboles, dando aire puro y sombra fresca. Inmovilizando en cada centímetro de su ser el carbono que liberamos, el mismo del calentamiento global y cambio climático. Centinelas de la vida, nuestros mejores aliados frente a los problemas ambientales. Ofreciendo, además, su cautivante belleza, capaz de conectarnos con nuestra pertenencia ancestral a la naturaleza y darnos sosiego.
Es agosto y desbordan de flores los aromitos en nuestros bosques y ambientes naturales. Desde hace rato alguna que otra flor adorna sus ramas, pero ahora estallan de perfume y color en su floración plena. Inundando el aire con su dulce elixir. Destellos dorados entre sus ramas intrincadas. No importa si no ha llovido en meses, desde milenios han sobrevivido a cuanto desafío les impuso el ambiente. Frío, calor, agua, suelo, a todo se han adaptado y es momento de florecer, de despertar al "monte" con su mágica fragancia. Mientras las tacuaritas y las monteritas se acercan a comer los bichitos que congregan su festín de flores. Y entre sus ramas espinosas se disponen a armar sus nidos, como ha sido desde tiempos infinitos.
Es agosto y el calendario señala el día 29 como "Día del Árbol" en nuestro país, celebración que lleva bastante más de un siglo en nuestras efemérides. Un día para reflexionar sobre los árboles y fomentar su plantación y cuidado. Con el maravilloso escenario de lapachos y aromitos plenamente florecidos. Con el respaldo de las leyes ambientales que los protegen, tanto en el ámbito urbano como en los ambientes naturales.
Lejos estamos aún de darle al árbol el lugar que merece. En ciudades y pueblos las malas podas en el arbolado público, contrarias a nuestra ley provincial, están a la vista de todos. Además del daño en sí mismo, estos hechos internalizan que tales prácticas son necesarias e incluso buenas. Y se retrocede en el cuidado del arbolado, un bien público donde mejorar lleva décadas y destruir, apenas unos días. Y peor aún, se retrocede en la educación ambiental de la sociedad, igualmente lenta y difícil. Pareciera que pese a tener una ley de vanguardia para la protección de los árboles como servicio ambiental público, estamos cada vez peor. Anclados en conceptos equivocados y prácticas arcaicas, sin que el Estado intervenga para hacer cumplir las disposiciones vigentes.
Al costado de rutas y caminos, donde debiera conservarse la vegetación nativa a modo de corredores biológicos, se multiplican las llamadas "limpiezas" de banquinas y la siembra de cultivos. Y naturalizamos, por comunes en el paisaje, estos hechos contrarios a nuestra legislación. A la espera está también la forestación de cada predio rural privado de nuestra provincia con especies nativas de la ecorregión, lo que permitiría recuperar en parte la masa arbórea perdida en un siglo de deforestación.
Las discusiones respecto a qué hacer en el arbolado público, en las banquinas de rutas y caminos, en los predios rurales privados, ya se dieron en la Legislatura. Sin embargo, la cotidianidad de estos hechos delictivos, sugiere que el Estado no muestra el más mínimo interés en el cumplimiento de las leyes ambientales, pese a la grave situación del ambiente, local y mundial.
Nuestros bosques también están protegidos por la Ley de Presupuestos Mínimos de Protección Ambiental de los Bosques Nativos. Sin embargo, la pérdida y degradación de estos ambientes ha continuado. Cabe recordar que el presupuesto nacional de este año apenas destinó el 3 % de lo que debiera emplearse en la protección de los bosques, según esta ley.
Capítulo aparte es la destrucción de árboles nativos en las recurrentes quemas de islas y delta, dañando en forma directa la salud pública, mientras la sociedad implora una ley que, aunque urgente y necesaria, no garantizará que esto deje de ocurrir.
Pero es agosto y celebramos el Día del Árbol. Muchos gobiernos harán algo, muchos sólo lo harán para las fotos. Queda, como esperanza, que la sociedad reaccione y reclame acciones verdaderas del Estado, en todos sus niveles, a favor de los árboles, aquellas acciones que se consagran como derecho en nuestras leyes. Nada más y nada menos que eso.
En estos días, al admirar lapachos y aromitos en flor, recordemos que la belleza de los árboles es apenas accesoria considerando sus vitales funciones biológicas y ambientales. Porque ciertamente, los árboles sostienen la vida del planeta, nuestra vida y la de las generaciones futuras.
(*) Cátedra de Botánica Sistemática Agronómica, Facultad de Ciencias Agrarias, Universidad Nacional del Litoral (UNL).
Leyes vigentes
La Ley Provincial N°13.836 protege al árbol en el ámbito urbano y rural y procura lograr más árboles en el territorio santafesino. La Ley Nacional N° 26.331 protege los bosques nativos y propicia el manejo sustentable de los mismos.
Sobre flora y fauna
El médico veterinario Martín R. De la Peña recuerda, por ejemplo, que las flores de los lapachos (Handroanthus sp) son alimento para aves nectaríferas como el picaflor verde (Chlorostilbon lucidus) y el boyerito (Icterus pyrrhopterus). Asimismo, la monterita de cabeza negra (Microspingus melanoleucus) come las flores del aromito (Vachellia caven) y el naranjero (Pipraeidea bonariensis) sus pimpollos, mientras el coludito copetón (Leptasthenura platensis) y el curutié blanco (Cranioleuca pyrrhophia) buscan insectos en el ramaje de esta especie.