El barrio se originó al costado de las vías del ferrocarril, con una fuerte impronta e identidad popular, al norte de la ciudad de Santa Fe. Con el tiempo, fue creciendo y expandiéndose hacia el oeste. En esa senda, la pavimentación de la calle Pedro Ferré, con sus típicas plantas de naranjo, dio inicio al barrio 9 de Julio que se complementó rápidamente con el primigenio Barrio Oser.
De esta manera, sus bordes cardinales se convirtieron en verdaderas fronteras urbanas con respecto a otros barrios aledaños, que fueron creciendo con el correr del siglo XX. Al este, la avenida Aristóbulo del Valle; al oeste, Facundo Zuviría. Al sur, las “cuatro vías”; al norte el puente negro.
Sin embargo, a mediados de la década del veinte, el barrio Oser, al igual que el barrio Roma, comenzó con un loteo de terrenos por parte de un emprendimiento inmobiliario privado. En el caso del barrio Roma, fue el inmigrante italiano y empresario local, Remo Dal Maso, dueño de la tienda “A la Roma”. En tanto, en el norte de la ciudad, fue el señor Andrés Oser, quien con su apellido bautizó aquellas tierras. Oser, era un periodista reconocido de la ciudad, de origen Húngaro, que trabajó de muy joven para una agencia de la empresa argentina multinacional Bunge & Born.
Cereales acumulados sobre las vías en Barrio Oser.
El barrio Oser, dio lugar a las primeras viviendas al norte de la ciudad, destinadas a trabajadores del ferrocarril. Estas se emplazaron sobre la actual calle Pedro Vittori, cercana a Aristóbulo del Valle, que por aquellos años era la única pavimentada, con dos manos separadas por la vía del tranvía número cinco.
Los primeros vecinos carecían de servicios básicos y uno de los principales problemas era el difícil acceso a las calles interiores del barrio. Mucho barro y zanjas anegadas, hacían que la mayoría de las casas tengan extensos patios delanteros, para evitar la entrada de tierra y polvo a los hogares. El lugar de encuentro y referencia era el almacén de Don José Pavón, llamado “Barrio Oser” sobre la esquina de Díaz Colodrero, contra las vías. Un típico almacén de ramos generales, en donde se podía encontrar de todo. Por la noche, un solo farol iluminaba aquella esquina que vio pasar los últimos carros y los primeros automóviles.
El gorgojo fue tema de El Litoral en la década del '40.
La plaga de gorgojos que asoló el barrio
En 1940, el mundo entero comienza a vivir una de las experiencias más trágicas de la historia mundial: la Segunda Guerra. Sus efectos colaterales son posibles de observar en cualquier rincón del planeta. Un claro ejemplo de esto es el episodio que motiva esta narración, y del que se hizo eco el diario El Litoral.
Todo se originó en las grandes cantidades de cereal acumulado por la Comisión Nacional de Granos en la zona portuaria y en cercanías a las vías del ferrocarril (terrenos de jurisdicción nacional). Los vecinos del barrio Oser elevaron la voz en protesta. Las prolongadas y extenuantes jornadas de calor, promovieron la reproducción de insectos en los acopios de trigo estibados al lado de las vías. Según los cálculos, el trigo acumulado alcanzaba unas 80 mil toneladas.
El Litoral siguió de cerca los problemas en ese sector de la ciudad.
La comercialización del cereal estaba frenada debido a la situación mundial a causa de la guerra. Las dificultades de los países de destino y la escasez de barcos para el transporte afectó seriamente el comercio exterior argentino.
Pero el jaqueo comercial llegó con su onda expansiva a los vecinos del barrio Oser, que veían cómo los gorgojos invadían su vida cotidiana. La ropa recién lavada, colgada para secarse con los rayos del sol, era el refugio predilecto de estos insectos. También, las alacenas y los roperos recibían su invasión. Mientras tanto, como la recolección de basura no era un servicio rutinario en el barrio, los gorgojos mostraban su preferencia por estos lugares.
Fotografía que El Litoral publicó de Don Andrés Oser
Contaban los vecinos que por las noches, verdaderas nubes de estos coleópteros, tomaban las calles en dirección a las viviendas. Asustados, los habitantes pedían a las autoridades que tomaran cartas en el asunto, a la vez que zarandeaban el cereal para evitar la reproducción del insecto.
Pero el temor se multiplicaba, ya que las plagas de ratas se sucedían regularmente en el barrio. Por aquellos años, la peste bubónica era muy común. Para mitigar estos fenómenos, la dirección Sanitaria de la ciudad y la dirección de Vialidad, trabajaron en conjunto para cavar fosas alrededor de las estibas de trigo. De este modo, se evitaba que al retirar el cereal las ratas se propagaran por toda la ciudad. Por otro lado, las autoridades municipales controlaban a los comercios de esa zona, para que no vendieran comestibles con gorgojos a sus clientes.
Con el correr de los días, los gorgojos y las ratas seguían acechando al barrio Oser con desalentador éxito. Los vecinos veían que nada o muy poco se hacía al respecto. La preocupación era total, aunque superada por el hartazgo de convivir con una plaga que podría haber sido evitada.
Una tarde muy calurosa, en medio de la siesta santafesina, comienza a verse mucho humo sobre las estibas de trigo a la altura de las vías y Zapata. El fuego voraz evaporaba las riquezas del agro argentino, el cuerpo de bomberos no conseguía apagar las llamas. El cuidador de los acopios, Luis Guillermo Colli, no encontraba razones frente a la policía, que lo interrogaba sin respuestas.
Fotografía de un incendio en el barrio Oser
La firma Ridder y Compañia, dueña del cereal acumulado en el barrio Oser, no podía calcular los daños producidos por el fuego y el agua. Los vecinos, al poco tiempo, recuperaron la tranquilidad ofendida.
Vale acotar que, a lo largo de la década del ‘40, el sector industrial de la economía argentina dependía de la exportación de materias primas para obtener divisas. Estos ingresos permitían importar los recursos tecnológicos y los insumos necesarios para el proceso industrial iniciado en la década del ‘20, desarrollado en los ‘30 y profundizado en la década del ‘40.
La economía de guerra que se instaura en Argentina a partir de 1940, tiene su origen, en parte, por sostener su neutralidad ante el conflicto bélico mundial. No sólo faltaban productos por dificultades en el transporte marítimo, sino también por el boicot que Estados Unidos impone a la importación de bienes para el proceso de industrialización. Además, los países beligerantes sufren una disminución de sus tasas productivas y la consecuente caída de exportaciones, como fue el caso de nuestro principal proveedor, Inglaterra.
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