Hacia el norte de la ciudad de Santa Fe, la existencia de caminos transitados desde tiempos lejanos es una marca del pasado en las arterias urbanas del presente. Con rumbo al noroeste, el viejo Camino al Matadero (o de Aguirre), hoy Blas Parera y hacia el noreste, el Camino de Nogueras, hoy avenida Vicente Peñaloza. En medio de estos legendarios caminos, a fines del siglo XIX, asomaron las vías del ferrocarril a las Colonias.
Según se desprende de un plano catastral, de 1870, los territorios ubicados en cercanía al cementerio municipal hacia el norte, eran propiedad del Doctor Tomás Puig. Un reconocido juez provincial, apodado “el apóstol de la justicia”, que en 1869 redactó el Código de procedimientos judiciales de Santa Fe, fue miembro del Congreso Pedagógico de 1895 y nombrado Defensor General de pobres y menores.
Durante la década del 30, estos terrenos se fueron subdividiendo en predios y parcelas cada vez más reducidas. En los años cuarenta, las barriadas populares que hoy conocemos como Ciudadela Norte, Villa Hipódromo y Piquete y Las Flores, estaban comenzando a poblar gradualmente el norte de nuestra ciudad, recostadas al oeste de la avenida Blas Parera.
Los muros del cementerio municipal y las humildes viviendas.
Una caminata por la avenida en los '50
Si pudiéramos viajar en el tiempo, sería una experiencia extraordinaria caminar por las calles de Santa Fe. El barrio sur, el puerto y boulevard en cierta medida serían los lugares preferenciales para visitar. Pero sería aún más interesante caminar por los límites de la ciudad. Ser testigos de sus bordes, de sus fronteras naturales y sociales, de su lenta, pero inexorable trayectoria hacia el norte. Movimiento que desde hace décadas, marca el rumbo y el crecimiento de la ciudad Capital.
A mediados de la década del cincuenta, al oeste de la naciente avenida Blas Parera, detrás de los altos muros del cementerio municipal, donde un estrecho callejón señalaba el rumbo de un sendero, se alineaban las primeras viviendas sobre la costa y anegadizos del río. Las aguas del salado, en su periódico avance, no alcanzaban a esas humildes moradas pérdidas entre la fronda de espinillos. Un imponente silencio rodeaba el ambiente, donde, sin embargo, bulle la vida. Ni luz eléctrica, ni agua, ni ningún servicio esencial. Solo los altos eucaliptos, que al caer la noche, propagaban un murmullo extraño junto a los muros del cementerio.
La avenida Blas Parera continuaba su curso hacia el norte. Sin embargo, la calle Gorostiaga nos devuelve el rumbo hacia el oeste. A un lado, las instalaciones del hipódromo que fuera inaugurado en 1929, y unas seis cuadras más adelante onduladas y verdes praderas sombreadas de árboles. Estamos frente a las canchas de golf que ostentan su pulcra y cuidada superficie, aunque un débil cerco las separa de humildes viviendas. Al levantar la vista, tras un compacto cinturón de verde arboleda, dos edificios se pueden ver en el horizonte, emergiendo desde el asfalto céntrico, el palacio municipal y el elevador de granos del puerto.
La finca del ex gobernador Menchaca al 8000.
Damos la vuelta al hipódromo, estamos ahora en el viejo camino Iriondo (hoy Estado de Israel), entre algunos yuyales y zanjas con agua estancada, cruza rumbo al box un “pura sangre”. De estilizadas líneas con una manta que lo cubre del frío, el caballo denota pureza de estirpe. Un peón con boina de vasco los lleva delicadamente de la brida.
Seguimos caminando y las vías del viejo ferrocarril de las Colonias nos cierran el paso, allá al fondo termina el antiguo camino Iriondo. Nos dirigimos a una añosa arboleda, perdida en la distancia, en el extremo oeste del hipódromo, el viejo camino Iriondo, gira unos 150 metros hacia el norte tomando un antiguo camino Real, para volver luego hacia el oeste. La edificación se va haciendo cada vez más rala y se suceden las quintas donde el tiempo parece haberse detenido y desde las cuales emana el perfume de la evocación, mezclado con una rodar de carretas y narraciones de nuestros mayores. El camino se torna cada vez más polvoriento con la brisa que viene de las aguas del río Salado.
Llegamos al extremo del camino, una tranquera nos franquea el paso hacia un extenso parque con un aire similar a esas antiguas estancias. Altos pilares, verja de hierro con delicadas forjas abren el paso al patio de una finca. Es una vivienda ubicada a la altura 8000 de la ciudad, la última casa al oeste. Allí reside el ex gobernador Manuel Menchaca, un símbolo viviente, en los años cincuenta, de la azarosa historia política santafesina. A los fondos de esa casa, existía hacia fines del siglo XIX el antiguo puente Iriondo que se utilizaba para el cruce de haciendas.
Humildes viviendas, las canchas de golf, el hipódromo y en el horizonte la ciudad.
Seguimos caminando por el polvoriento camino Real. Algunos almacenes con palenques guardan la fisonomía de la campaña rural finisecular, de aquellas pulperías que siguen el ritmo quieto y apacible de la vida. De repente, aparece una antigua parada del ferrocarril de las Colonias, la apacible estación Las Flores, en donde solo hay un empleado que se inclina sobre unos papeles, con su visera verde, y le da vida al lugar aguardando la llegada de un fantasmagórico tren que lo saque del silencio y el encantamiento.
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