Paul Auster: "Estamos hechos y habitados por otros, también por los libros que hemos leído"
En 2018, en lo que sería su última visita a la Argentina, el escritor neoyorkino que falleció hace dos meses, se prestó a una entrevista en profundidad en la que habló sobre su escritura, su método de trabajo, los hechos inesperados y cómo funciona el mundo.
El escritor neoyorkino Paul Auster falleció el 30 de abril de este año.
En el marco de la Feria del Libro y a raíz de la presentación de la que en ese momento era su última novela, “4,3,2,1”, Paul Auster conversó sobre literatura, su mujer, Siri Hustvedt, y sobre cómo se sentía la vida a los 70, entre otras cosas. El gran escritor neoyorkino falleció el 30 de abril de este año a raíz de un cáncer de pulmón. Días antes, Seix Barral publicó en la Argentina su último libro, Baumgartner.
Paul Auster está de buen humor. A pesar de la persistente lluvia considera que su semana de entrevistas y presentaciones en Buenos Aires ha ido muy bien. Agradece de todos modos que este sea uno de sus últimos viajes para presentar 4321, su reciente novela, tarea que lo ha mantenido ocupado el último año. En sus casi 1000 páginas, 4321 cuenta la historia de Archie Ferguson, desde su nacimiento hasta su temprana adultez, pero lo inusual del libro es que no hay una sola versión de su vida, sino cuatro, y no son versiones alternativas sino que están narradas en paralelo dentro de una estructura cíclica.
—¿Cuál es la idea principal que subyace a esta novela?
—Es una pregunta muy difícil de responder. Toda mi vida me he dedicado a esta idea de las realidades alternativas: lo que es, no necesariamente es lo que tiene que ser, o lo que podría ser. Nacemos en una vida y solamente en una vida, pero dependiendo de nuestras circunstancias podemos tomar distintos rumbos. Constantemente me ha asolado este tipo de ideas: qué hubiera pasado si uno hubiera sido pobre o si el padre hubiera muerto cuando uno tenía siete años de edad y cómo eso me hubiera cambiado la vida, y así sucesivamente. Toda mi vida he pensado en esto y finalmente lo materialicé en este libro.
Paul Auster estuvo en Argentina en 2018.
—Después de escribir 4321 y de abordar tan profundamente la cuestión, ¿cambió su entendimiento sobre el tema?
—No. Los misterios del mundo siguen siendo los misterios del mundo y ninguna novela los va a poder resolver. Por suerte. Hacia el final del libro Ferguson se imagina que la realidad que aceptamos está allí, pero que hay una realidad fantasma que está al lado de esa realidad verdadera. Y es muy difícil no pensar en ese mundo de sombras que nos rodea.
—Empezó a escribir este libro a los sesenta y seis años, una edad muy significativa porque es la edad a la que falleció su padre. ¿Cómo impactó ese hecho?
—Traspasar la edad a la que llegó mi padre fue una cuestión fuera de lo natural, algo muy extraño. Fue como correr un velo invisible y adentrarme en otro terreno, en otro país, en un lugar donde nunca había estado, y me atemorizaba. Mi padre estaba en perfecto estado de salud y de golpe cayó muerto, de modo que quizás eso podía pasarme a mí. Empecé a escribir el libro un mes después de haber cumplido sesenta y seis, y me la pasé pensando “Sé que va a ser un libro largo, tiene que ser largo porque tiene esta naturaleza de tener cuatro partes y serán mil páginas, y morirme después de la página quinientos no sería una muy buena idea”. Trabajé a un ritmo frenético: durante poco más de tres años no hice otra cosa que escribir el libro. No viajé a ningún lado, no asistí a eventos literarios. Siri, mi esposa, que también es escritora, también trabajó mucho en sus libros. Así que durante todo ese período tuvimos una vida social muy restrictiva. De modo que logré terminarlo en tres años y medio, que para mí fue un proceso de escritura muy rápido. Mis otras novelas, que son mucho más cortas, me han insumido mucho más tiempo.
—Posiblemente porque sentía que estaba corriendo contra la idea de la muerte.
—Sí, me parece que sí. Es una forma quizás infantil de pensar, pero así era como yo sentía las cosas en ese momento.
—¿Cómo es su proceso de escritura y de corrección? Tengo entendido que en algún momento entra Siri, su mujer, como la primera lectora. ¿Cómo funciona eso?
—Con frecuencia me han preguntado si es difícil estar casado con una escritora, si no hace que la vida sea más difícil, pero es lo opuesto. En primer lugar porque tengo a alguien a mi lado, y en mi caso en particular es una persona brillante… Para mí es un honor y un placer estar en su compañía, entre otras cosas porque es alguien que entiende qué es lo que estoy haciendo. Ella ya sabe qué significa escribir. Además la necesito como cualquier escritor necesita un lector, alguien en quien confiar. Y tenemos una especie de pacto entre nosotros. Obviamente leemos las obras del otro y somos completamente honestos: si hay algo que no nos gusta, lo decimos y esa crítica surge de un profundo respeto, porque yo creo en su obra, y ella cree en la mía. Cuando escribo tiendo a leerle en voz alta cada treinta o cuarenta páginas porque me ayuda escuchar la narración en voz alta. Escucho si hay algo que no suena bien y ella a su vez me da su mirada. “En eso no estoy segura, ese adverbio, esa oración no es lo suficientemente clara, quizás tenés que agregarle algo aquí o allá o quizás tenés que quitarle esto o aquello”. Y yo me lo tomo muy en serio. Hemos estado durante treinta y siete años juntos y no hubo una sola vez en que no haya tenido en cuenta su consejo. Una vez que ella le pone el sello de aprobación ya no me preocupa lo que digan los demás porque ella tiene la opinión que yo más respeto. Es mucho más inteligente que cualquier editor, y mucho más inteligente que los críticos literarios, así que si ella está atrás y está conforme, me parece que vale la pena publicarla o darla a conocer al mundo, y el resto queda ya fuera de mi control.
Siri Hustvedt junto a Paul Auster.
—¿Cómo se conocieron?
—Es una historia muy sorprendente. Siri es ocho años más joven que yo y creció en Minnesota, en una zona rural. Como se puede imaginar, era una alumna brillante que tuvo una beca para asistir a la Universidad de Columbia en Nueva York para hacer un doctorado. Llegó a Nueva York a los veintitrés años, y conocíamos a una sola persona en común en todo el universo. Había una lectura de poesía esa noche en un lugar donde han hecho sesiones de lectura de poesía durante ochenta años, un lugar muy grande, con mil butacas en el auditorio. Una amiga estaba por dar una lectura, me invita, pero yo acababa de volver de un viaje y no estaba seguro de ir. A último momento decido ir. Cuando termina la lectura, Siri estaba conversando con este conocido en común, me ve desde el otro lado de la sala y le pregunta: “¿Quién es ese que está ahí con una campera de cuero fumando un cigarro?”. “Ah, es Paul Auster, el poeta” le dice nuestro amigo. “Quiero conocerlo” decide Siri, y se acercan. Yo sabía que este hombre estaba casado, pero pensé: “Qué linda chica con la que está, quizás hay algún romance”. Así que fui muy cortés, tal vez distante, pensando en que ella era bellísima, y muy alta. Yo no entendía muy bien cómo era la situación así que hablábamos de forma muy correcta y después de un par de minutos, este amigo se fue para hablar con otra persona y me di cuenta de que no eran pareja. Y seguimos hablando y hablando, y después salimos juntos y seguimos hablando. Y pasamos la noche juntos y hemos estado juntos desde esa noche… Realmente sorprendente. Y si no hubiera ido a esa lectura, nunca la hubiera conocido. Toda mi vida hubiera sido diferente, y todo en mi vida hubiera sido diferente.
—Hacia el final del libro uno de los Ferguson señala el modo en que un autor ama a sus personajes. ¿Esa fue su experiencia con los cuatro?
—Ha sido mi experiencia con cada una de las novelas que he escrito. Uno tiene que amar a cada uno de esos personajes que ha creado. En razón de ese amor, se tornan reales para uno. Y estoy hablando no solo de los personajes que merecen respeto por su altura moral, sino también de los malos, los violentos, los toscos. Uno tiene que entenderlos y meterse en todos ellos, tiene que vivirlos. Es por eso que con frecuencia he sentido que escribir una novela es como actuar. El trabajo de un actor es darle vida a un ser imaginario. El actor o actriz utiliza su cuerpo, el autor lo hace con la lapicera, pero ese proceso interior es el mismo. Uno tiene que mirarse a sí mismo, mirar en su interior. Si hay un personaje que en un ataque de enojo mata a alguien, por ejemplo. Yo nunca he matado a nadie, pero sí he estado enojado muchas veces en mi vida y entonces empiezo a pensar qué pasó cuando estuve verdaderamente muy enojado. A partir de allí empiezo a imaginar qué pasaría si estuviera más enojado que nunca, en un ataque de furia. Al escribir novelas uno tiene que abrirse al mundo exterior, y abrirse también para permitir que lo que está adentro de uno, salga. Es un intercambio mutuo entre lo interior y lo exterior, y la única forma de hacerlo es dejándose a uno mismo atrás, dejando que el ego desaparezca. Si uno no entra en ese trance, no va a poder sentir lo exterior ni tampoco expresar todo aquello que uno tiene adentro.
—De modo que escribir no es una experiencia solitaria sino de conexión.
—Sí, es una experiencia de sentirse conectado con las cosas, más que estar aislado de las cosas. Yo trato de expresar este sentimiento en mi libro de prosa La invención de la soledad, que en cierta forma es una obra colectiva. Es un hombre que está sentado solo en una sala y todo el libro tiene que ver con una noche en la vida de esa persona, mi vida, pero porque somos seres sociales, porque utilizamos el lenguaje para pensar y para expresarnos, porque el lenguaje es algo que aprendemos de otros. Estamos hechos por otros y por ende, somos habitados por otros. En primer lugar por nuestros padres, nuestras familias y luego nuestras comunidades, nuestros amigos. Y si somos lectores, somos habitados por los libros que hemos leído y por los escritores que hemos leído.
—Volvamos a otro hecho inesperado de su biografía, que en cierta forma está incluido en 4321. Usted tiene catorce años y alguien que estaba unos metros delante suyo es alcanzado por un rayo.
—He escrito al respecto en un pequeño libro que se llama El cuaderno rojo, en una sección que se llama Por qué escribir, que tiene tres o cuatro páginas de extensión. Es el hecho más importante de mi vida, una experiencia crucial que se dio en una edad en la que uno es muy vulnerable, de transición física, emocional y también intelectual. Éramos veinte muchachos en medio de una tormenta en un campamento de verano en el campo, en Nueva York. Estábamos tratando de alejarnos de los árboles porque había rayos y truenos, y para eso teníamos que atravesar un alambrado. Íbamos en fila, uno detrás del otro, y mis manos estaban casi tocando los zapatos del chico que estaba delante mío. Él estaba arrastrándose por el piso para pasar por debajo del alambrado y en ese instante un rayo cayó sobre el alambre y lo electrocutó instantáneamente. Yo no entendía qué había ocurrido. Me acerque a él, lo llevé a un costado y durante la hora siguiente, traté de revivirlo. No sabía que estaba muerto. Nunca había visto una persona muerta. Esto cambió mi vida. En ese momento entendí que el terreno donde estaba caminando ya no era seguro y que cualquier cosa le puede pasar a cualquiera en cualquier momento. Yo pensaba que pisaba sobre tierra firme y que el mundo tenía cierto sentido, pero me di cuenta de golpe de que un muchacho de catorce años puede morir sin ningún motivo, simplemente porque tuvo la mala suerte de estar pasando por debajo de un alambre en el momento equivocado. Eso ha moldeado la forma en la que pienso el mundo y en la que escribo, pero nunca lo había tratado en una obra de ficción y quería tratarlo en este libro. Esa experiencia es el principal motivo autobiográfico que impulsó este libro.
—¿Cómo se siente la vida a los setenta?
—No está mal verdaderamente. Tengo el buen estado de salud suficiente como para querer saltar de la cama todos los días, sentirme contento de estar vivo e ir a trabajar. Y dado que cada vez me queda menos tiempo, es una paradoja pero aún cuando estamos en una situación tan difícil en Estados Unidos y en tantas otras partes del mundo, soy más feliz que antes. Estoy tan contento de estar vivo, tan feliz de estar en este planeta que quiero tratar de exprimir al máximo todo el tiempo que me queda
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