Mónaco jamás ha tenido una reina, pero desde hace 65 años tiene algo equiparable: a la princesa Carolina.
La princesa Carolina empezó a ejercer de primera dama tras la muerte de Grace Kelly en 1982. Debido a la ausencia de su cuñada Charlène, ahora vuelve a ser imprescindible.
Mónaco jamás ha tenido una reina, pero desde hace 65 años tiene algo equiparable: a la princesa Carolina.
Nacida el 23 de enero de 1957, la hermana mayor de Alberto de Mónaco llega hoy a la edad tradicional de jubilación convertida no solo en el miembro de la familia principesca más conocido y celebrado a nivel internacional, sino en el apoyo más importante con el que cuenta el soberano monegasco para sacar adelante su agenda. La eterna primera dama del Principado ha vuelto a desempeñar de facto este papel a raíz de la ausencia de su cuñada, la princesa Charlène, quien desde el pasado mes de noviembre, después de pasar medio año en Sudáfrica recuperándose de una infección, vive ingresada en una clínica del extranjero.
A la espera de que la consorte termine de recuperarse del todo y regrese de manera definitiva a Mónaco, el príncipe Alberto II suele acudir acompañado de su hermana mayor a muchos de los actos oficiales en los que lo normal hubiera sido verle con su esposa. Así por ejemplo, el pasado octubre fue Carolina de Mónaco quien acompañó a Alberto II en el recibimiento a los príncipes de Napoleón con motivo de un homenaje a Eugenia de Montijo, mientras que en septiembre asistió con su sobrina pequeña, la princesa Gabriella, a la inauguración de una exposición canina.
Algo parecido ocurrió ya en 2015, cuando la princesa Charlène se fue a vivir un tiempo con sus hijos a Córcega y Alberto II tuvo que suplir su ausencia con la compañía de su hermana.
La princesa Carolina empezó a tener experiencia como primera dama de Mónaco a raíz de la trágica muerte en 1982 de su madre, Grace Kelly. La joven tenía entonces 25 años y se convirtió en la acompañante de su padre, el príncipe Raniero II, junto a quien empezó a acudir a aquellos actos como el Baile de la Cruz Roja de Mónaco en los que, por su importancia y repercusión mediática, el público esperaba ver brillar esa chispa de glamour típica del Principado. Así, poco más de un año después de la muerte de Grace Kelly, la princesa Carolina se embarcó junto a su padre y su hermano Alberto en un viaje a Washington para cumplir con la habitual muestra de joyería y moda de lujo. Ciertamente, la vacante dejada por Grace Kelly en lo que atañía a la elegancia estaba bien cubierta por su hija mayor, quien había heredado su querencia por diseñadores como Marc Bohan, entonces al frente de Dior, y llevaba años acompañándola a los desfiles de París.
En cuanto a la princesa Estefanía, tenía solamente 17 años cuando perdió a su madre y aún no había quemado esa juventud durante la que tanto despuntaría por su rebeldía. Carolina de Mónaco ya estaba de vuelta de esas. En 1980, se había divorciado de su primer marido, Philippe Junot, para volver a casarse tres años más tarde con el italiano Stefano Casiraghi, padre de sus tres primeros hijos, Andrea, Carlota y Pierre. Tras la repentina muerte de su marido en 1990, la princesa Carolina se retiró a vivir con sus hijos a Saint-Rémy-de-Provence, en Francia, pero no tardaría en regresar a Mónaco para cumplir con sus obligaciones.
"Solo estoy cumpliendo con mi deber y esperando a que mi hermano se case", declaró en una ocasión Carolina. Sin embargo, esa cuñada que iba a liberarla del papel de primera dama de Mónaco tardaría casi treinta años en aparecer. No fue hasta 2011, a la edad de 53 años, cuando el príncipe Alberto II le dio el sí quiero a la exnadadora Charlène Wittstock. El espacio institucional que dejó vació la muerte de Grace Kelly quedó por fin cubierto, pero como treinta años nunca pasan en balde, ya era tarde para que se produjesen según que relevos. Así, la princesa Charlène nunca ha llegado a sustituir a su cuñada en actos tan importantes del Principado como el Baile de la Rosa, asociado a Carolina, quien sigue encargándose de organizarlo.
Normal que enseguida surgieran rumores sobre la rivalidad que existe entre las dos cuñadas, aunque siempre haya quien recuerde que Carolina no tiene quien le iguale en el Principado. Es una cuestión de rango: mientras que la princesa Charlène tiene el tratamiento de Alteza Serenísima, Carolina es princesa con el tratamiento de Alteza Real desde su matrimonio con el príncipe Ernesto de Hannover, jefe de esta antigua casa de la realeza alemana.
Por otro lado, es la familia de Carolina de Mónaco la que más interés suele despertar en los medios. Aunque el nacimiento en 2014 de los primeros hijos legítimos de Alberto II, el príncipe heredero Jacques y la princesa Gabriella, desplazaron a la princesa en la línea de sucesión y acabaron con la expectativa de que fuese Andrea Casiraghi quien heredera la corona de su tío, son los hijos de Carolina quienes ocupan el trono de la prensa. Si con la llegada de Charlène en 2011 una parte de la presencia de la princesa Carolina en la vida monegasca disminuyó, a lo largo de la última década el público vio florecer a sus hijos, quienes comenzarían a acaparar los titulares de los medios por sus relaciones sentimentales o sus incursiones en el mundo de la moda.
Al haber nacido de un matrimonio civil, ni Andrea ni Carlota ni Pierre Casiraghi forman parte de la familia principesca de manera oficial, pero tienen algo mejor: ser hijos de Carolina de Mónaco.