En medio de las protestas por la muerte de George Floyd, la enésima víctima de la brutalidad policial en Estados Unidos, el hijo del histórico líder asesinado en 1968, tuiteó: “como mi padre dijo a lo largo de su vida, la revuelta es el lenguaje de los no escuchados”.
El mensaje lleva más de dos millones de likes y ha sido citado y reproducido miles de veces, pero eso no arredró a muchos que lutherexplicaron a Martin Luther King a su propio hijo. Con mensajes del tipo: “No existe una revuelta pacífica. Toda esa gente saqueando y protestando ha perdido el respeto de tanta gente, han perdido la plataforma que podrían haber tenido y ahora se les debe encausar”. Otra mujer añadió: “No estoy de acuerdo. Tu padre conoció a Ghandi. Él consiguió la independencia de la India a través de la no violencia”. A lo que alguien replicó: “LOL. Esta mujer le está explicando el concepto de violencia civil al hijo de Martin Luther King”.
A sus 62 años, el hijo del líder de los derechos civiles, que siempre se ha dedicado también al activismo en este campo y a administrar el legado de su padre, ya está acostumbrado a que le pidan que hable por boca de alguien que murió cuando él tenía apenas diez. En una entrevista de esta semana con el programa Today de la NBC se lo preguntaron de la manera más literal: “¿qué pensaría su padre de todo esto?”. Él contestó que su padre seguramente hablaría de compasión y que, si siguiese vivo, esta situación ni siquiera se estaría dando porque ya se habrían resuelto algunas cuestiones de racismo sistémico. “Ya no estaríamos lidiando con esto, con este sistema criminal injusto que solo funciona si tienes dinero. ¿Cómo es posible que un grupo que forma el 13% de la población genere el 60% de los presos en las cárceles?” se preguntaba.
En otras intervenciones, Luther King III ha señalado que no condona pero sí entiende la violencia de las protestas. “Tiene que haber otras maneras de resolver el conflicto. Mi padre y su equipo siempre abogaron por la no-violencia, pero entendieron por qué la gente recurre a la violencia (…) No se ha escuchado la voz de la gente porque este tipo de incidentes con la policía han seguido ocurriendo una y otra vez. Cuando mataron a mi padre, la nación estalló con este tipo de protestas. Más de cien ciudades ardieron en llamas. Eso no es lo que él hubiera querido. Pero también hubiera dicho: basándonos en las circunstancias, entiendo por lo que la gente está pasando. Cuando empujas a la gente a un rincón, en algún momento reaccionarán de manera que algunos dirían que no es responsable”.
Su hija Yolanda Renee, de 11 años, la única nieta de MLK, también habló en español en la cadena Telemundo. La niña lleva ya un par de años participando en varios actos públicos. Tomó la palabra en el acto de homenaje del 50 aniversario del asesinato de su abuelo y ha dado discursos con sorprendente soltura para su edad en mítines contra la tenencia de armas.
La niña ha heredado el nombre de su tía Yolanda, que fue la mayor de los hijos del líder de los derechos civiles y falleció en 2007, apenas 16 meses después de la muerte de la matriarca, Coretta, y debido a un problema crónico del corazón. Sobreviven otros dos hermanos, Dexter y Bernice.
En los últimos años de la vida de Yolanda, los hermanos King estuvieron divididos por cuestiones económicas. Yolanda y Dexter estaban a favor de vender el King Center, la casa natal del activista, que funciona como museo y centro de interpretación a la red nacional de parques y monumentos, mientras que los otros dos hermanos se negaban. “No queremos vender, ni por 30 monedas de plata ni por 30 millones de dólares”, dijo Martin Luther King III en 2006. Finalmente, la casa sí se vendió.
En la década que siguió a la muerte de su madre, los hermanos supervivientes han mantenido otras disputas casi siempre por la venta de objetos personales de su padre, como su Biblia o la medalla del Nobel de la Paz, que le concedieron en 1964. Un artículo del New York Times en 2015 sobre esta cuestión mencionaba la desesperación que esto le producía a Harry Belafonte. El actor, que fue uno de los mejores amigos del líder afroamericano, estableció un fondo fiduciario para los cuatro niños cuando su padre fue asesinado, lo que les permitió pagarse la universidad.
A menudo se olvida que Luther King tenía solo 39 años cuando murió y dejaba a una viuda, Coretta, que siguió adelante con toda una vida de activismo en diversas causas (fue una apasionada defensora de los derechos LGTBQ, algo no necesariamente obvio para una mujer de su generación y sus creencias religiosas) y cuatro niños que tenían entonces 5,7, 10 y 12 años. Igual que Caroline y John Kennedy cinco años antes, Yolanda, Martin, Dexter y Bernice asistieron al funeral de su padre delante de medios de todo el mundo. Los niños con traje y corbata de luto y las niñas con vestidos blancos. Una famosa fotografía de Bernice, con lazos blancos en las coletas, abrazándose a su madre durante el funeral ganó ese año el Pulitzer de fotografía. Su autor, Moneta J. Sleet, fue el primer afroamericano en ganar el premio.
Tampoco suele recordarse mucho, pero apenas seis años más tarde, los niños vivieron el asesinato de su abuela Alberta, que murió por el disparo de un afroamericano de 23 años, identificado con el movimiento de los Black Hebrew Israelites, que creían que los líderes de los derechos civiles eran demasiado tibios y no ayudaban a la causa.
En 2018, cuando se cumplieron los 50 años de la muerte de su padre, los tres hijos que siguen vivos, ya reconciliados, dieron una entrevista al Chicago Tribune en la que admitían que no siempre ha sido fácil vivir como “hijos de”. “Me molestaba tener que compartir a mis padres con todo el mundo. Es difícil tener momentos privados. Es como si todo el mundo tuviera un pedazo de él y eso es complicado de gestionar”, decía Bernice, que apenas conserva recuerdos de su padre.
El hombre que lleva el mismo nombre que miles de monumentos, escuelas y uno de los pocos festivos oficiales del calendario estadounidense –se celebra el tercer lunes de enero– y que ha elegido ejercer de portavoz de la familia también tiene una tarea complicada, la de hablar por alguien que vivió una época muy distinta. Aunque algunas cosas no hayan cambiado lo suficiente.