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Veinte años después de su relación con el entonces presidente Bill Clinton, Monica Lewinsky revela en un artículo que escribe para "Vanity Fair" lo sola que se sintió en medio del escándalo y la esperanza que le da hoy el auge del movimiento #MeToo.
En 1998, Lewinsky se sintió utilizada como arma arrojadiza por el fiscal que llevó el caso, Kenneth Starr, y por los medios cuando ella sólo tenía 24 años y era una becaria no remunerada, explica en la edición de marzo de la revista, en un extenso artículo que comienza relatando su encuentro por casualidad con Starr en un restaurante.
La época de finales de los 90 marcó además el momento en que explotaba Internet como propagador viral y fuente de acoso, en una apisonadora que aplastaba la línea "entre hechos y opiniones, noticias y cotilleos, vidas privadas y juicios morales públicos", señala Lewinsky a sus 44 años.
"Internet era ya tal fuerza motriz del flujo informativo que, cuando el Comité Judicial de la Cámara de Representantes decidió publicar online los ’hallazgos’ de Ken Starr -dos días después de que los hubiese entregado-, significó (para mí) que cada adulto con un módem podía leer mis conversaciones privadas, mis pensamientos personales (sacados de mi ordenador) y, peor, mi vida sexual".
Lewinsky habla del "infame" Informe Starr, conseguido entre otras cosas cuando "un grupo de agentes del FBI -Starr no estaba presente\NULLarrinconaron en un cuarto del Pentágono a una joven de 24 años y le dijeron que afrontaba 27 años de prisión si no cooperaba".
La antigua becaria reconoce que con 22 años entró en una relación "consentida" con un hombre casado de 49 años. Aunque matiza también que era su jefe. "Era el hombre más poderoso del planeta. Era 27 años mayor que yo, con suficiente experiencia vital para saber que aquello no estaba bien. Que estaba en la cumbre de su carrera mientras yo ocupaba mi primer puesto al salir de la universidad".
Lewinsky afirma que, aunque la relación fuese consentida, es ahora cuando empieza a darse cuenta del "increíble abuso de autoridad y de poder" que ejerció Clinton.
Sin embargo, lo peor fue que todo lo que se publicó y los rumores solamente tenían el punto de vista de Starr, el de Clinton o el de cientos de tertulianos "en todos los talk shows", pero no el de ella, que "no tenía permitido hablar legalmente".
Hoy en día eso ha cambiado para bien, porque "cualquier mujer puede compartir su historia al etiquetarla con #MeToo (#YoTambién) y recibir de inmediato la bienvenida en la tribu. (...) Las redes de apoyo en Internet eran algo que no existía entonces. El poder, en aquel caso, todavía estaba en manos del presidente, del Congreso, de los fiscales y de la prensa".
Lewinsky estuvo sola. "Públicamente sola. Abandonada. Sin apoyos, ni mucho menos el de la figura principal [Clinton]". Es algo que le ha reconocido hasta "una de las fundadoras del movimiento #MeToo". Aunque no fuese víctima de abusos sexuales, sí fue múltiples veces víctima de abusos de poder, antes, durante y después de su relación con Clinton.
"Tenemos una enorme deuda de gratitud con las heroínas de #MeToo y Time’s Up. Porque sus movimientos lo dicen todo sobre las perniciosas conspiraciones del silencio que durante tanto tiempo han protegido a los hombres poderosos cuando de abusos de poder, acoso y abusos sexuales se trata", escribe Lewinsky, que concluye recordando un proverbio mexicano: "’Intentaron enterrarnos, pero no sabían que éramos semillas’. Y ha llegado la primavera".