El Litoral | DPA
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El "Trump brasileño", el "delfín" de Lula, un ex banquero y un díscolo diputado religioso: 13 candidatos compiten el domingo por la presidencia de Brasil, en un clima de alta tensión por una crisis política y el avance de la ultraderecha en el país más grande de América Latina.
En un panorama caracterizado por la abundancia de partidos y alianzas, las candidaturas para elegir al sucesor del conservador Michel Temer para el periodo 2019-2022 se basan sobre todo en la personalización y el arrastre individual.
Éstos son los ocho candidatos más conocidos, entre ellos los favoritos a pasar a segunda vuelta, los políticos que decepcionaron pese a ser señalados como aspirantes con posibilidades y aquellos que más llamaron la atención durante la campaña electoral.
Jair Bolsonaro: El populista es visto como símbolo del ascenso global de la ultraderecha y, en clave local, como reflejo del peligroso descrédito de la democracia en el gigante sudamericano. El ex militar de 63 años es comparado con el estadounidense Donald Trump por sus agresivas diatribas nacionalistas. Pese a que es diputado desde 1991, Bolsonaro fustiga con éxito al "establishment" por los múltiples escándalos de corrupción de los últimos años. Su discurso, que elogia la última dictadura militar y de tintes machistas, racistas y homófobos, tiene eco entre muchos votantes hastiados de la corrupción. El candidato del partido PSL, recién salido del hospital tras ser apuñalado durante la campaña por un detractor, lidera los sondeos con el 32 por ciento de los apoyos, aunque tiene también un índice de rechazo de más del 40 por ciento.
Fernando Haddad: El ex alcalde de Sao Paulo (2013-2016) fue designado sustituto del encarcelado ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva en septiembre y saltó al segundo lugar de las preferencias. Haddad, de 55 años, tiene hasta el 21 por ciento de los apoyos en los sondeos y es candidato a pasar a la segunda vuelta. De perfil intelectual, el político del Partido de los Trabajadores (PT) ha conseguido atraer a parte de los votantes del carismático Lula. Además de su gestión al frente de la ciudad más grande de Brasil, Haddad fue ministro de Educación entre 2005 y 2012. Su programa reivindica la gestión del PT entre 2003 y 2016, que impulsó programas de inclusión social e hizo un manejo económico pragmático. Su gran desafío es convencer a muchos electores que repudian los escándalos de corrupción del PT.
Ciro Gomes: El diputado goza de prestigio en círculos de izquierda y participa activamente en política desde la década de los 80. Gomes fue ministro de Integración Nacional entre 2003 y 2006 y colaborador de Lula. La falta de sintonía entre ambos y la distancia que Gomes ha mantenido con el PT por los escándalos de corrupción imposibilitó una alianza electoral. Gomes, un político de 60 años con un discurso refinado, alcanza en las encuestas el 11 por ciento de los apoyos y aparece ahora rezagado en la lucha por entrar en la segunda vuelta. El apoyo del candidato del partido PDT podría ser clave para Haddad en el posible duelo con Bolsonaro.
Geraldo Alckmin: El ex gobernador de Sao Paulo (2011-2018) representa al centroderechista PSDB del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, uno de los partidos más tradicionales de Brasil. El político de 65 años ya fue candidato presidencial en 2006 y fue derrotado entonces por Lula. Para las élites brasileñas y muchos votantes de centro, Alckmin representa la mejor opción para la jefatura de Estado por su discurso mesurado y la identificación del PSDB con la economía de mercado. Alckmin apostó durante su campaña por un "voto de cordura" y por atraer a los votantes más moderados de Bolsonaro, sin obtener buenos resultados. En los últimos sondeos tenía el 9 por ciento de los apoyos.
Marina Silva: La ex ministra de Medio Ambiente (2003-2008) era vista en algunos círculos progresistas como esperanza para devolver la estabilidad al país. Silva, una mujer negra de orígenes humildes, se alejó de Lula por diferencias en la política medioambiental. La ecologista ya fue candidata en 2010 y 2014 y se postula ahora con su partido Rede Sustentabilidade. Algunos críticos recelan de su cercanía con las iglesias evangélicas, cada vez más presentes en la política brasileña. Después de estar durante semanas en el segundo puesto de las preferencias con un 15 por ciento, la candidatura de Silva, de 60 años, se desinfló en las últimas semanas (4 por ciento) y parece no tener opciones de ir a la segunda vuelta.
Henrique Meirelles: El ex banquero fue hasta hace poco ministro de Hacienda del Gobierno de Temer y es candidato por el partido del impopular actual presidente, el MDB. Meirelles, de 73 años, fue presidente del Banco de Reserva durante la gestión de Lula y también es identificado con una política favorable a los mercados. Su imagen de ejecutivo financiero y hombre del gran capital internacional, así como su falta de carisma, lo dejan, sin embargo, prácticamente sin posibilidades en la cita electoral del domingo.
Guilherme Boulos: El joven líder de uno de los grupos sociales más influyentes de Brasil, el Movimiento de los Trabajadores Sin Techo, es uno de los políticos emergentes de la izquierda. A sus 36 años, el carismático Boulos es comparado con el joven Lula cuando éste se erigió en gran líder político al frente del movimiento obrero en los años 70 y 80. Boulos, candidato del pequeño partido PSOL, no despegó, sin embargo, nunca en las encuestas y se perfiló en la campaña principalmente como futura promesa de la izquierda brasileña gracias a su retórica afilada y contundente.
Cabo Daciolo: Las opciones del político de 42 años del pequeño partido conservador Patriota son prácticamente inexistentes, pero Daciolo dio mucho que hablar por sus extravagancias. Bombero militar y profundamente religioso, el también diputado causó furor en las redes sociales porque en un debate presidencial citó descabelladas teorías conspirativas sobre la supuesta instalación del comunismo en el continente y, recientemente, por sostener que 400 millones de brasileños son pobres (Brasil tiene 208 millones de habitantes). En un video de toque esotérico anunciaba que se iba al monte a meditar. Frente a las burlas benévolas, algunos críticos apuntan a su candidatura como una muestra de la crisis de la clase política.