Rocinha es hogar de aproximadamente 57.000 personas y es un claro ejemplo de la desigualdad en un país con una de las economías más grandes del planeta.
Soldados del Ejército brasileño custodian Rocinha durante las elecciones de 2008.
En enero de 2017, me sorprendí al leer un informe de Oxfam sobre la distribución de la riqueza, que revelaba que la desigualdad era mucho peor de lo que imaginábamos: ocho multimillonarios poseían una fortuna igual a la suma de los ingresos de la mitad de la población mundial.
Esta revelación me hizo reflexionar sobre las condiciones que generan nuevos excluidos y la manera en que la pobreza y la desigualdad pueden empujar a muchos hacia la ilegalidad, convirtiéndose en una vía de escape para calmar el hambre y la desesperación.
Pero es menester enfatizar que las actividades ilícitas no son monopolio de un segmento social vulnerable, porque los poderosos también participan en ellas.
Al pensar en estos problemas, decidí analizar el déficit habitacional en Argentina y cómo la desigualdad se refleja en la vida de los asentamientos informales. La falta de viviendas dignas es un problema que se relaciona con la distribución de la riqueza y se ve en muchas partes del mundo.
Una visita a Rocinha
En este contexto, me sentí impulsado a visitar Rocinha, una de las favelas más grandes de Río de Janeiro, para observar la realidad de quienes viven en estos barrios. Rocinha es hogar de aproximadamente 57.000 personas y es un claro ejemplo de la desigualdad en un país con una de las economías más grandes del planeta.
Rocinha tiene un aire vibrante y una actividad económica notable, con comercios que aceptan tarjetas de crédito y débito, y hasta una clínica de medicina estética.
Rocinha es hogar de aproximadamente 57.000 personas.
Me sorprendió ver que, a pesar de la apariencia de precariedad de la parte externa de las viviendas, en el interior muchas casas tienen servicios modernos, como luz, internet y azulejos decorativos. Un lugareño me explicó que las fachadas modestas son una forma de evitar la atención del gobierno, que podría intentar recuperar esos territorios.
Caminar por las calles angostas y ver los colores vivos de las casas, los grafitis, y los cables que se cruzan por todas partes me hizo sentir que estaba observando una realidad compleja y llena de contrastes. Las calles estaban animadas, con el sonido de las mototaxis y la música de fondo. Los habitantes, a pesar de las dificultades, mostraban una alegría contagiosa y un espíritu de comunidad.
Un vecino me comentó que, aunque la favela había sido un lugar de violencia en el pasado, con enfrentamientos entre narcotraficantes y la policía, la situación en ese momento era relativamente pacífica.
Sin embargo, en diciembre de 2016, Rocinha fue escenario de un enfrentamiento que dejó 15 muertos, mostrando que la violencia todavía estaba presente. Me impactó escuchar que, aunque las Unidades Policiales de Pacificación (UPP) se implementaron para mejorar la seguridad, no son una garantía de paz y siguen siendo insuficientes para frenar la violencia y el control de las milicias.
Crédito: Favela Roots.
Pensé en cómo la desigualdad y la pobreza en Brasil y otros países de América Latina han sido temas de estudio y preocupación durante décadas. Según el Banco Mundial, Brasil es uno de los países más desiguales, con un coeficiente de Gini alto, lo que significa que una gran parte de la riqueza está en manos de un pequeño grupo.
Aunque políticas como el plan "Hambre Cero" de Luiz Lula da Silva sacaron a millones de personas de la pobreza, la desigualdad persiste. El informe de Oxfam y las estadísticas del Banco Mundial muestran que, incluso en países de ingresos medianos o altos, la inequidad sigue siendo un desafío importante.
Me di cuenta de que la pobreza y la desigualdad no deben confundirse. La pobreza está relacionada con la falta de recursos para satisfacer las necesidades básicas, mientras que la desigualdad tiene que ver con cómo se distribuye la riqueza.
Es posible que un país con un alto ingreso promedio siga siendo muy desigual, como ocurre en Brasil, donde el 5% más rico acapara una porción significativa del ingreso nacional. Esta realidad es un reflejo de que el crecimiento económico no siempre se traduce en una mejor distribución de los recursos.
En este sentido, una investigación del Banco Mundial realizada en dos mil municipios reveló la relación existente entre violencia e inequidad al concluir que cuanto mayor es la inequidad, mayor es el nivel de violencia.
Mientras caminaba por calles angostas y empinadas, recordé en silencio que Brasil es el país del mundo con el mayor número de homicidios en términos absolutos. Este indicador cambia abruptamente cuando la violencia se mide con tasas que contemplan el tamaño poblacional.
El contraste entre los argentinos y los brasileños se hizo evidente en Rocinha. Mientras en Argentina, la nostalgia y la melancolía predominan, los brasileños exhiben una alegría que irradia de su música y su cultura.
A pesar de las dificultades, la gente de Rocinha baila, canta y vive la vida con una energía que me hizo reflexionar sobre la diferencia en la actitud de vida entre ambos pueblos vecinos. La música y la danza son una parte esencial de su identidad y un escape de las dificultades cotidianas.
En Río de Janeiro, las favelas han sido el escenario de visitas de figuras internacionales que han querido mostrar al mundo la realidad de estos asentamientos. Madonna y Michael Jackson, por ejemplo, visitaron favelas y dejaron una huella cultural. Sin embargo, la violencia sigue siendo un problema en muchas de ellas.
La historia de Rocinha me hizo pensar en el dilema de la seguridad y la inclusión social. Las políticas de pacificación y las UPP se implementaron para mejorar la seguridad y ofrecer servicios básicos, pero la desigualdad estructural y el narcotráfico siguen siendo un desafío.
Las milicias, que surgieron como una alternativa a los narcotraficantes, terminaron ejerciendo control sobre la comunidad a través del miedo y la violencia. Este fenómeno refleja la desconfianza hacia la policía y la falta de soluciones definitivas para los problemas de las favelas.
Cuando escuché a un adulto mayor decir que "las favelas pacificadas no son tan mansas como parecen", entendí que, aunque algunos lugares han experimentado mejoras, la violencia y la desigualdad siguen siendo una realidad.
Las balas que mataron a 15 personas un mes antes en este barrio no solo impactaron a las víctimas y sus familias, sino que también pusieron en evidencia la fragilidad de las políticas de pacificación y la capacidad del Estado para afrontar el flagelo del narcotráfico. El problema de la desigualdad y la pobreza es global y no exclusivo de Brasil o Argentina.
Estos fenómenos afectan a millones de personas en todo el mundo, y la inclusión social y la inversión en los sectores más vulnerables deben ser prioridad para cambiar esta realidad.
Es un recordatorio
La historia de Rocinha es un recordatorio de que, a pesar de los esfuerzos, la desigualdad y la pobreza siguen siendo problemas que requieren un enfoque holístico y sostenido.
Sin soluciones profundas y duraderas, seguiremos debatiendo sobre acciones análogas a diques de contención añejos y rajados por donde se seguirán filtrando necesidades, angustia, reclamos de oportunidades, resentimiento y violencia.
(*) Director del Posgrado en Gestión de Gobierno de la Universidad de Belgrano, profesor de Ciencia Política en la Universidad Siglo 21, consultor político y escritor.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.