“La corrupción mata”, es un slogan ya trillado en Argentina que busca diagnosticar la situación política de nuestro país y sus efectos sobre la población, de forma directa o no. Más allá de la reacción local, otros países determinaron luchar contundentemente contra los flagelos que derivan de esa mala predisposición política.
Tráfico ilegal de armas; venta y consumo indiscriminado de drogas; pérdida de valores; desprecio por la vida propia y ajena; aprietes a representantes de la ley. Apenas algunos ejemplos negativos que pueden aflorar cuando la anomia en el funcionamiento del Estado se enquista fuertemente desde los más pequeños hasta los máximos niveles de un gobierno.
Mirá tambiénReelección de Bukele en El Salvador: prohibido en la Constitución, pero con una habilitación de la CorteEse arraigo en El Salvador, hasta pocos años atrás, está claramente manifestado en “La palabra de Pablo”, una película realizada por propios salvadoreños que muestra una familia venida a pique por caer en el entramado de corrupción descrito. Un abogado que entregó a su propia esposa para beneficio propio; una empleada que roba a su jefe de toda la vida a la vista de todos; un joven hijo que mata a quien sea con tal de conservar su status quo, al tiempo que no persigue el deseo de profesionalizarse o desarrollarse a través del empleo formal y un entorno que no favorece que nada de todo eso cambie.
El audiovisual dirigido por el salvadoreño Arturo Menéndez se estrenó en 2018 y muestra esos conflictos que El Salvador busca dejar atrás. Recientemente, en el marco cultural ofrecido por la Alianza Francesa, convocó a vecinos argentinos y centroamericanos junto a diplomáticos de todo el mundo a su proyección en una sala prácticamente cubierta. Su desarrollo es duro y crudo, aunque seguramente sea apenas un reflejo de una realidad que fue peor.
En las distintas aristas sociales, drásticas y fatales que se presentan – con mayor o menor profundidad - se presenta una caracterización de lo que El Salvador decidió dejar atrás. La opción para representar ese fuerte giro político y social, ya en el plano de la realidad, fue el joven Nayib Bukele, que era alcalde de la capital salvadoreña y se impuso con más del 53% de los votos en primera vuelta. Junto a su equipo de gobierno, dejó atrás electoralmente a los representantes de izquierda y de derecha tradicionales, para traducir la voluntad popular en firmes medidas que buscan erradicar la corrupción, inseguridad y las drogas, al tiempo que intenta que la defensa del Estado priorice cuidar a las víctimas, por sobre los victimarios.
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