María Laura Carpineta
Fue un día gris, frío y con llovizna, por un público que ocupaba apenas los laterales inmediatos de la calle y por una importante protesta.
María Laura Carpineta
Enviado especial Télam
Sin dudas el de hoy no fue el desfile presidencial masivo e imponente con el que soñó Donald Trump cuando ganó las elecciones. El evento, que supo producir postales para el recuerdo en otros años, estuvo marcado por un día gris, frío y con llovizna, por un público que ocupaba apenas los laterales inmediatos de la calle y por una importante protesta que se impuso varias veces con sus abucheos.
Tradicionalmente el desfile presidencial es el momento en que el nuevo mandatario de Estados Unidos saluda cara a cara al pueblo después de jurar en el cargo dentro del Capitolio en una ceremonia reservada para pocos. Por eso, las entradas son gratuitas y se sortean con mucho tiempo de anticipación; la idea es que cualquiera pueda participar y saludar al flamante jefe del gobierno.
En el pasado, hubo desfiles que tradujeron la emoción de millones de ciudadanos y otros que pasaron más desapercibidos. Pero es difícil recordar un desfile presidencial reciente que haya combinado una participación tan baja y una protesta masiva que imponga el sonido de abucheos y denuncias durante el paso del nuevo mandatario y su familia.
El desfile comenzó con una serie de bandas militares. Trump, su esposa Melania, el vicepresidente, Mike Pence, y su esposa Karen, presenciaron esa primera parte desde las escalinatas del Capitolio y luego se subieron a dos autos blindados para emprender ellos también el camino hasta la Casa Blanca, el futuro hogar y oficina del magnate republicano.
En un momento del trayecto, Trump, Melania y su hijo Barron se bajaron del vehículo y caminaron unos metros saludando a la gente que los celebraba desde una serie de gradas que recorría casi todo la vía hasta la Casa Blanca.
Trump eligió cuidadosamente el lugar para bajarse, lo hizo lejos del imponente edificio del Archivo Federal de Estados Unidos y la plazoleta del Memorial de la Marina, donde estaba concentrada la única protesta permitida en la zona del desfile.
Desde temprano, cientos de fervientes detractores del flamante presidente se armaron de paciencia y ocuparon un lugar en una cola interminable y lenta. El objetivo era entrar por uno de los pocos puestos de control que no pedía entradas especiales y que permitía un acceso, aunque limitado, a la zona del desfile.
"Estamos acá para inaugurar la resistencia", anunció micrófono en mano uno de los organizadores de la protesta, a la vera de la ruta del desfile. Acto seguido puso la banda de sonido de las protestas de este fin de semana en Washington: Fuck Donald Trump, de los raperos negros YP y Nipsey Hussle.
Casi instintivamente, Rachel empezó a saltar con el puño en alto al ritmo del estribillo que repite el título de la canción.
Tiene 20 años, es afroestadounidense, está haciendo una Licenciatura en Estudios de Género y sobre las Mujeres y es oriunda de Chicago, la cuna política del ya ex presidente Barack Obama.
"A veces después de dar unos pasos para adelante, damos mil para atrás", se lamentó la joven, que advirtió que desde la victoria electoral de Trump, los comentarios racistas y agresivos en la calle han aumentado.
"Sólo tener una remera del movimiento Black Lives Matter (Las vidas de los negros importan) es razón para que te miren mal o te insulten", aseguró en diálogo con Télam.
Al avanzar la jornada, la tensión entre los simpatizantes de Trump que llegaron entusiasmados a Washington para celebrar su asunción y los manifestantes que viajaron del todo el país sólo para protestar desde el día uno del mandato del flamante presidente republicano fue creciendo.
Las amabilidades, la diplomacia y la convivencia correcta fueron desgastándose gradualmente hasta que, al caer la tarde, en el desfile, las horas de roces y la acumulación de reacciones reprimidas se tradujeron en peleas a los gritos y en varios encontronazos que casi terminan a las piñas.
"El país está dividido porque ellos, los liberales, los demócratas hicieron una campaña del odio. Nos llamaron deplorables y ahora nos siguen gritando", se quejó Joe de Pensilvania.
El hombre supera los 60 años y decidió hacer este viaje por primera vez con su esposa y con parejas amigas de la misma edad.
Alrededor suyo un grupo de jóvenes les muestran carteles que rezan "Esto no es normal", "Oligarca ignorante", "Resistir" y "Hillary ganó el voto popular", al mismo tiempo que gritan una y otra vez la consigna "A la mierda con el muro".
En medio de ese clima de confrontación, varios simpatizantes de Trump se acercaron a los policías y al servicio secreto que vigila de cerca la protesta y el desfile en general y les pidieron que "hagan algo". Con tono marcial, los agentes repitieron una y otra vez: "Están ejerciendo la primera enmienda, su derecho a la libertad de expresión".
Otros Trumpsters, como se bautizaron los propios simpatizantes del flamante presidencial, eligieron desafiar directamente la templanza de los manifestantes.
"¡Perdedores! Su presidente negro ya se tomó un avión y se fue, vayan a llorar a otro lado", gritó un veterano motoquero y desató una catarata de insultos entre un grupo de detractores del nuevo gobierno.
Las discusiones políticas, los concursos de gritos descontrolados y las peleas que terminaban nariz con nariz y al borde de los golpes se repitieron cada dos o tres metros. Sin embargo, la moderación siempre se impuso y la tensión se disolvió, sólo para volver a formarse unos pasos más adelante o al costado unos minutos después.
La olla de presión, que se alimentó de un año electoral viciado por una inusitada virulencia verbal, parece estar emitiendo unas primeras micro explosiones, por ahora controladas.
Mañana será la Marcha de Mujeres en Washington, una convocatoria que aspira a reunir a todos los sectores políticos y sociales que se oponen a Trump y, una vez más, la capital de Estados Unidos será copada por la crispación y la tensión de un país cada vez más dividido.