Los talibanes afirmaron este domingo que ganaron terreno en el valle del Panjshir, último gran bastión de resistencia armada al nuevo gobierno de Afganistán, a 80 kilómetros al norte de Kabul, donde, según Estados Unidos, podría desencadenarse una guerra civil.
Según la ONG italiana Emergency, presente en el Panjshir, las fuerzas talibanas llegaron el viernes por la noche a Anabah, un pueblo ubicado a unos 25 kilómetros tierra adentro del valle, que tiene una longitud de 115 kilómetros.
"Numerosas personas huyeron de los pueblos de la zona en los últimos días", detalló la ONG en un comunicado, en el que afirmó que atendió a "un número reducido de heridos en el centro quirúrgico de Anabah".
Por su parte, un responsable talibán tuiteó que varias zonas del Panjshir estaban ya en manos del régimen, y el vocero del Frente Nacional de Resistencia (FNR), Ali Maisam Nazary, sostuvo en Facebook que la resistencia "nunca fracasaría".
Estas declaraciones contrastan con las del exvicepresidente Amrullah Saleh, más sombrías, quien afirmó desde el Panjshir que se estaba produciendo una "crisis humanitaria a gran escala" con miles de desplazados tras "un asalto talibán".
Las comunicaciones con el valle del Panjshir eran muy complicadas y ni estas informaciones ni el avance real de los talibanes en la zona habían podido confirmarse hasta esa noche, según la agencia de noticias AFP.
Desde el 30 de agosto, cuando las tropas estadounidenses abandonaron el país, las fuerzas del movimiento islamista lanzaron varias ofensivas contra este valle, enclavado a unos 80 kilómetros al norte de Kabul y de difícil acceso.
Es un viejo bastión antitalibán que el comandante Ahmed Shah Masud dio a conocer a finales de los años 1990, antes de ser asesinado por Al Qaeda en 2001. En la actualidad, da cobijo al FNR, liderado por Ahmad Masud, hijo del comandante, e integrado por milicias locales y por exmiembros de las fuerzas de seguridad afganas que llegaron al valle cuando el resto del país cayó en manos de los islamistas.
Negocian más evacuaciones
En paralelo, los pedidos para que los países abran sus fronteras a refugiados que huyen de Afganistán vuelven a escucharse en el mundo.
En el peor de los escenarios, según advirtió la alta comisionada adjunta de la Organización de Naciones Unidas (ONU) para los Refugiados (Acnur), Kelly Clements, en agosto, se calcula que 515.000 refugiados podrían huir de Afganistán este año.
La canciller alemana, Angela Merkel, por su parte, propuso públicamente mantener negociaciones con los talibanes para continuar las evacuaciones en Afganistán.
"Simplemente tenemos que hablar con los talibanes sobre cómo podemos sacar del país a las personas que han trabajado para Alemania y ponerlas a salvo", aseguró hoy en una conferencia de prensa.
Frente a esta caótica situación y mientras los talibanes intentan consolidar su posición en Afganistán, el jefe del Estado Mayor del ejército estadounidense, el general Mark Milley, consideró que "hay una muy fuerte probabilidad de una guerra civil" en Afganistán.
Según explicó en una entrevista con la cadena estadounidense Fox News, podría conducir "a una reconstrucción de Al Qaeda o a un refuerzo del ISIS (Estado Islámico) o de otros grupos terroristas".
El nuevo Gobierno talibán también tendrá que lidiar con ISIS-K ya que los dos grupos islámicos tienen ideologías diferentes y ha habido un conflicto de larga data entre ellos. ISIS-K, un afiliado de Asia Central del Estado Islámico, se opone a los talibanes, mientras que Al Qaeda tiene estrechos vínculos con ellos.
En el plano político, la composición del nuevo Ejecutivo talibán, que en principio iba a ser presentada el viernes, seguía haciéndose esperar.
El movimiento fundado por el mullah Omar prometió, desde que tomó el poder el 15 de agosto, que pondría en marcha un gobierno "inclusivo" y se comprometió a respetar los derechos de las mujeres, pisoteados durante su último mandato (1996-2001).
Sin embargo, hasta este sábado decenas de mujeres se manifestaron por segundo día consecutivo en Kabul para reclamar que se respeten sus derechos y poder participar en el futuro Ejecutivo.
Entretanto, la comunidad internacional advirtió que juzgaría por sus actos al movimiento islamista que regresó al poder tras 20 años de intervencionismo militar encabezado por Estados Unidos y que podría remodelar las relaciones del país norteamericano en el Medio Oriente.
El secretario de Estado Antony Blinken y el secretario de Defensa Lloyd Austin viajarán por separado al Golfo Pérsico para hablar con los líderes sobre la importancia de prevenir un resurgimiento de amenazas extremistas en Afganistán.
Estos viajes están destinados a tranquilizar a los aliados del Golfo respecto de la decisión del presidente Joe Biden de poner final a la guerra y retirar las tropas estadounidenses en Afganistán.
Biden no sugirió poner fin a esa presencia, pero él, al igual que su predecesor Donald Trump, calificó a China como la prioridad de seguridad número uno, junto con los desafíos estratégicos de Rusia.