Después de 85 días en alta mar, llegó a "La Feliz"
Navegó desde Portugal hasta Mar del Plata para celebrar el Día del Padre con su familia
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21:09
“El mar templa el carácter y enseña humildad”, sostiene Juan Manuel Ballestero en su perfil de Instagram. Quince días después de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al COVID-19 como Pandemia, el hombre de 47 años decidió dejar Portugal (donde vivía actualmente) para regresar a Mar del Plata, su ciudad natal.
Zarpó el 24 de marzo desde Porto Santo, la segunda isla más grande del archipiélago portugués de Madeira, en su velero “Skua” de menos de 10 metros de largo (28 pies). Lo que siguió después fue una travesía de más de 8.000 kilómetros con un solo objetivo: reencontrarse con sus padres, Carlos Ballestero (90) y Nilda Gómez (82).
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Finalmente, después de 85 días en alta mar, Ballestero arribó al puerto de Mar del Plata el Miércoles 17 de junio al mediodía. Por protocolo sanitario, el hombre completó los trámites migratorios correspondientes sin bajar de la embarcación, y solo tuvo contacto con personal de Prefectura Naval Argentina, que se acercó en un bote. Durante los próximos catorce días, deberá cumplir la cuarentena a bordo de su velero, que está amarrado en una boya de cortesía del Club Náutico.
De familia de navegantes, Juan Manuel Ballestero es también surfista, socorrista, buzo y paracaidista. Cuando les contó a sus amigos la travesía que tenía planeada, la calificaron como una “locura”. Sin embargo, varios de ellos, junto con su hermano Carlos, se acercaron a presenciar su llegada desde un espigón.
“¿Cómo va muchachos? Manden una milanesa”, les gritó. Luego, en un video que compartió en redes, bromeó acerca del clima. “Ahí está Mar del Plata. No van a ver nada porque está todo con neblina, parece que llegué a Londres”, dijo mientras el barco avanzaba con viento a favor.
Durante los 85 días arriba del velero, Ballestero atravesó todo tipo de situaciones. “Una manada de delfines me acompañó casi 4 mil millas y tuve dos golondrinas negras que me acompañaron casi todo el viaje por Brasil”, contó en un reportaje que brindó en la radio. “En todos mis viajes, los delfines fueron una compañía importante. Una vez en Cabo Verde me salvaron la vida porque estaba muy cansado y empecé a quedarme dormido. Sus sonidos me despertaron y evitaron que chocara contra una piedra”, agregó.
Durante el trayecto, además, el navegante sufrió fisuras en el casco y, en un tramo, el velero se le dio vuelta a causa de una fuerte ola en medio de una tormenta.
Después de cruzar el océano y acercarse a la costa brasileña, Juan Manuel debió recalar en la localidad de Porto Belo, en Santa Catarina, por algunos inconvenientes técnicos, y tras algunas escalas más en Brasil y Uruguay encaró el tramo final de 500 kilómetros hacia el puerto marplatense.
“La parte más larga que fue el inicio, fueron 51 días. Estuve 62 días, pero fui haciendo paradas meteorológicas en Brasil. Hace dos días recalé en La Paloma para estar a resguardo de un temporal y ahora estoy aquí en Mar del Plata”, indicó el hombre que, durante sus días en alta mar, se alimentó con latas de atún, arroz, avena, miel y frutos secos.
Uno de los peores momentos, dijo Ballestero, lo vivió en un tramo donde no tuvo viento. “Cuando atravesé el Ecuador me quedé siete días varado. Eso fue fuerte para mí y para la psiquis. Perdí el control absoluto porque no podía ir a ningún lado. Frente a Brasil también tuve viento extremo y tuve que parar para arreglar el barco”, sostuvo.
En su historial de navegación, Ballestero tiene varios logros. Este cruce oceánico fue el segundo del navegante, ya que en 2011 había realizado un viaje en velero entre Barcelona y Mar del Plata. “Estoy muy contento de haber logrado esta misión. El sabor de la misión cumplida es el mejor regalo”, dijo Juan Manuel.
Por lo pronto, una vez superadas las medidas de aislamiento, Ballestero podrá reencontrarse personalmente con quienes fueron la meta principal de su travesía oceánica: su padre, Carlos, un reconocido capitán de pesca de la ciudad, y su madre, Nilda.
Un empresario pesquero de la ciudad y amigo suyo ofreció pagarle si fuera posible (“a cambio de un asado cuando esté permitido”) un hisopado en un laboratorio privado, para que pueda pisar tierra cuanto antes.