Hernán Rausch, una de las víctimas y el primer denunciante del cura Justo José Ilarraz, condenado a 25 años de prisión por abuso de menores en Entre Ríos, afirmó hoy que "Mendoza vive uno de los juicios más escandalosos e indignantes", en una carta que escribió en apoyo a los niños abusados en el Instituto Próvolo de Luján de Cuyo.
Tenés que leerPróvolo: un testigo comprometió a uno de los sacerdotes "En estos días he revivido lo que es un juicio. La mezcla de ansiedad y miedo por transitar instancias que uno jamás imaginó, pero que sin dudas reafirma cada paso de la lucha que fuimos dando a través de las distintas apelaciones, planteos, en las trabas y desenlaces judiciales", comienza la misiva titulada "Animarse y lograr".
Y continúa: "Mendoza está viviendo y transcurriendo estas semanas uno de los juicios más escandalosos e indignantes, perpetuados por aquellos que debían haber velado por la integridad de las personas y más aún en el caso de niños y jóvenes hipoacúsicos".
La misiva cita además al papa Francisco, quien en varias ocasiones se dirigió a curas y obispos y les pidió "coraje" para luchar contra los abusos en el seno de la Iglesia.
"Esas son palabras que le caben en estos tiempos más a víctimas sobrevivientes que a los curas, porque con el silencio, algunos de ellos alimentan y se vuelven cómplices de esos hechos", aseguró Rausch.
Por último, el texto señala que la Iglesia "condena al inocente" y "lo carga de culpa y traición".
"La Iglesia, muchas veces, señala, sentencia y condena al inocente, sin conocer su sufrimiento, sin extenderle una mano, siempre tratando de justificarse en su acción, disparando y cargando con culpa y traición", denuncia.
Rausch pide además que se invierta la frase que alude a "los tiempos de la Justicia" y se transforme en "Justicia, ya es tiempo". "No se dejen amedrentar, adelante señores jueces, siempre se debe preferir la acción a la crítica", concluye.
Animarse y lograrlo. Por Hernán Rausch*
En estos días he revivido momentos de un juicio. Hay mezcla de ansiedad y miedos por transitar una vida que nunca imaginé. Pero no dudo ni me arrepiento de haber comenzado y de cada paso que di. La lucha se fue dando en cada apelación, en cada planteo, en las trabas y los desenlaces judiciales. Sentí fortaleza y la apertura de un camino donde se vio el horizonte, porque porto la bandera de la verdad, una verdad que me hizo libre de culpa y cargo.
Mendoza está viviendo y transcurriendo por estas semanas uno de los juicios más escandalosos. Uno más. Indignante para quienes pertenecemos a la Iglesia y para los que no. Nos vemos desbordados ante semejante escándalo eclesial, perpetrado por aquellos que debían haber velado por la integridad de las personas, más aun, cuando hay niños y jóvenes hipoacúsicos.
Hace unos días el Papa Francisco se ha pronunciado hacia sus pares consagrados, sacerdotes, sugiriendo “servicio”, “coraje”, “consuelo” y “gratitud” para que luchen juntos contra los abusos.
Estoy de acuerdo con eso. Sí, esas son palabras que, en estos tiempos, encuadran más con víctimas sobrevivientes que con los curas. Con silencio, los curas y obispos siguen perteneciendo y alimentando la complicidad de los hechos, la falta de compromiso en el actuar a favor del estallido de verdad. Aunque escandalice, la verdad reorienta, alinea, conecta y da igualdad, pero con hechos concretos. Aquí en Paraná, poco de eso sucede, muchos enmudecieron antes los acontecimientos, desentendiéndose para no involucrarse y tratando de mantener su reputación.
Me pregunto: ¿qué hicieron y que van a hacer? Ya que a instancias de las audiencias muchos mostraban en sus rostros la fastidia de tener que transitar los pasillos de tribunales. Fastidia porque los abusos salen a la luz y quedan expuestos ante graves situaciones.
Esto muestra la personalidad de quienes proclaman desde el púlpito o las gradas, al pie de altares. Ellos se consideran hombres de Dios, capaces de hacer y obrar en su nombre, creyéndose gozar de privilegios, elevados hasta por ellos mismos al pedestal, calificados como seres magníficos, intachables e irrefutables, olvidando que son seres comunes y corrientes.
Con esta definición no los estoy justificando, porque son frágiles y humanos, son personas grandes, formadas, preparadas, con estudio y se los deben a la sociedad. Tienen capacidad de discernimiento antes el bien o el mal, callar o hablar frente a semejantes perversiones reveladas. Pero aunque estén implicados en escandalosos sucesos, sobre todo obispos, siguen sustentándose con título de “padre” o “Monseñor”. A esta altura algunos persisten, se manifiestan y exponen, incluso en localidades a las cuales pertenecen las raíces familiares de víctimas sobrevivientes.
Las víctimas hemos logrado sobrevivir ante tan pesada culpa impuesta desde niños, hemos podido quebrar el obstáculo de la creencia de “traición” hacia la Iglesia, directamente impuesta en mentes de niños. Hemos podido anteponer y saltar los temores e incertidumbres de pertenecer a familias profundamente cristianas. Sin nuestra valentía nada se hubiera descubierto.
Tampoco se guardaron de acusar y desmentir a quienes cumplieron con su ejercicio, al periodismo comprometido, y que dejó de manifiesto el tribunal compuesto por las doctoras Alicia Vivian, Carolina Castagno y el doctor Gustavo Pimentel, al dar por aprobados y sentenciados los hechos, reafirmado y rectificado por los jueces intervinientes a instancias de Casación.
Reiteradamente escucho sobre “los tiempos de la justicia…”. Creo que podemos invertir esa frase: “Justicia, ya es tiempo”.
A los señores integrantes del Superior Tribunal de Justicia de Entre Ríos les digo que cuando se inicia una carrera y el transcurso de la misma se ha desarrollado con suma precaución, salteando con profesionalidad los obstáculos, habiendo estado en cada detalle, es merecido y agradecido coronar y brindar reconocimiento a la gran labor de los intervinientes, Fiscales y todos, se han jugado su carrera, han combatido y esclarecido hechos horrorosos. No se dejen amedrentar, adelante señores jueces, siempre se debe preferir la acción a la crítica.
Solicitamos con madurez den intervención y procedimiento, manifestándose, culminando así una de las causa más escandalosas de la historia eclesial de Entre Ríos, provincia pionera en estos desafíos, que Jueces y Abogados supieron anteponer al poder emblemático de la Iglesia, la cual trató de callar voces, desacreditando a sus propios integrantes.
La Iglesia, muchas veces, señala, sentencia y condena al inocente, sin conocer su sufrimiento, sin extenderle una mano, siempre tratando de justificarse en su acción, disparando y cargando con culpa y traición.
Ella se parece a un edificio, que a veces, hunde y otras veces aplasta.
(*Sobreviviente de Abuso Sexual Eclesiástico)
Con información de Diario La Jornada