Por Verónica Dobronich
Estos patrones pueden afectar profundamente las relaciones interpersonales. Desde la neurociencia, es posible comprender sus bases y explorar estrategias para transformarlos y fomentar vínculos más saludables.
Por Verónica Dobronich
Las relaciones humanas están influenciadas por la forma en que procesamos nuestros pensamientos, emociones y comportamientos. Entre las dinámicas más desafiantes, encontramos a las personas que tienden a victimizarse, los narcisistas y los egocéntricos.
Si bien cada uno de estos perfiles tiene sus propias características, todos pueden afectar significativamente tanto a quienes los rodean como a ellos mismos. Desde una perspectiva neurocientífica, podemos comprender mejor las bases de estos patrones de comportamiento y cómo impactan nuestras relaciones y bienestar emocional.
Las personas que se victimizan suelen interpretar sus experiencias desde una óptica en la que siempre son perjudicadas por las circunstancias o los demás. Desde la neurociencia, se ha demostrado que este tipo de pensamiento está relacionado con la activación constante de la amígdala, una estructura cerebral clave en el procesamiento del miedo y la amenaza.
Cuando alguien se acostumbra a verse como víctima, su cerebro refuerza la idea de que el mundo es hostil y que tiene poco control sobre su vida.
Este patrón de pensamiento puede generar un sesgo cognitivo llamado "sesgo de confirmación negativa", donde la persona busca pruebas que refuercen su creencia de que es tratada injustamente.
Esto no solo afecta su autoestima, sino que también puede desgastar las relaciones interpersonales, ya que quienes rodean a estas personas pueden sentirse responsables de sus emociones o incluso manipulados emocionalmente.
El narcisismo, en su expresión más extrema, es un trastorno de personalidad caracterizado por un sentido exagerado de autoimportancia, una falta de empatía y una necesidad constante de admiración.
Desde el punto de vista neurocientífico, estudios han encontrado que los cerebros de los narcisistas muestran una menor actividad en la corteza prefrontal medial, área involucrada en la empatía y la autorreflexión.
Además, tienen una mayor actividad en el sistema de recompensa, específicamente en el circuito dopaminérgico, lo que explica su búsqueda de reconocimiento constante.
El impacto del narcisismo en las relaciones es significativo. Suelen establecer vínculos superficiales donde los demás son vistos como herramientas para fortalecer su autoestima. A largo plazo, esto genera dinámicas tóxicas, ya que quienes rodean a una persona narcisista pueden sentirse usados, desvalorizados o incluso manipulados.
El egocentrismo, aunque no siempre patológico, es una tendencia a poner el foco en uno mismo sin considerar demasiado las perspectivas ajenas. En términos cerebrales, esto puede estar relacionado con una hiperactividad en la red neuronal por defecto (Default Mode Network), que es la red del cerebro asociada con la introspección y el pensamiento autorreferencial.
Cuando una persona es egocéntrica de manera persistente, puede generar frustración en su entorno, ya que suele monopolizar conversaciones, minimizar los problemas de los demás y tener dificultades para generar conexiones profundas. A diferencia del narcisista, el egocéntrico no necesariamente busca admiración, pero sí tiene dificultades para salir de su propio punto de vista.
Las tres tendencias descritas pueden generar consecuencias tanto para quienes las manifiestan como para quienes los rodean:
¿Se puede cambiar? La neuroplasticidad como aliada
La buena noticia es que el cerebro es plástico, es decir, capaz de cambiar con la experiencia y el aprendizaje. A través de la terapia cognitivo-conductual, la meditación y la introspección guiada, las personas pueden modificar patrones de pensamiento disfuncionales.
Las personas que se victimizan, los narcisistas y los egocéntricos pueden generar dinámicas complejas en las relaciones interpersonales. Sin embargo, comprender estos patrones desde la neurociencia nos permite abordarlos con mayor claridad y estrategias eficaces. Con esfuerzo y autoconciencia, es posible modificar estos comportamientos y construir relaciones más saludables y equilibradas.
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