Los más pesimistas dicen que fueron 200.000 personas; los optimistas aseguran que fueron 400.000, en todos los casos lo seguro es que a casi cincuenta años del golpe de estado del 24 de marzo de 1976 una verdadera multitud salió a la calle en nombre de la memoria, la verdad y la justicia.
Esta multitud excede a la militancia y a las propias organizaciones sociales y partidarias que lo convocan. Se diga lo que se diga, se mienta o se subestime o se exagere, lo cierto es que el repudio a la asonada militar conocida como Proceso de Reorganización Nacional es muy fuerte y se actualiza generacionalmente.
Basta para ello con saber que adultos de casi cincuenta años en 1976 no habían nacido y un hombre o una mujer de sesenta años que el lunes manifestaba por las calles o las plazas de las principales ciudades del país, en 1976 cursaba la escuela primaria.
Se dirá que 400.000 personas no son toda la Argentina, pero queda claro que si esta causa contra la dictadura logra movilizar esta cantidad de gente, significa que en términos cuantitativos son millones los que condenan el golpe de estado militar.
Después hay que sumar a esa otra multitud de indiferentes, muchos de los cuales ni siquiera saben que hubo una presidente peronista que se llamó Isabel que fue derrocada por una junta militar integrada por Videla, Massera y Agosti.
Indiferentes o no, muchos están convencidos de que los problemas reales que hoy padece la Argentina tiene poco y nada que ver con los que padecimos en aquellos años de plomo.
En medio siglo nuestro país y el mundo han cambiado. Cambió la economía, cambiaron los actores políticos y sociales y, sobre todo, un actor decisivo de la política de aquellos años como fueron las fuerzas armadas que hoy están, como corresponde, recluidas en los cuarteles y si alguna intervención tienen es con motivos de inundaciones o trastornos naturales.
Finalizada la "guerra fría", las fuerzas armadas transformadas entonces en guardias pretorianas de sistemas autoritarios anticomunistas, perdieron razón de ser. Doctrinas como las de "fronteras ideológicas" o "seguridad nacional", son rémoras del pasado.
Y así como dictadores bananeros como Trujillo, Batista, Stroessner, Duvalier, Pérez Jiménez o Somoza fueron barridos por la historia, caudillos o jefes militares como Pinochet, Banzer, Garrastazú Medici, Onganía y Videla descansan en el estercolero de la historia, entre otras cosas porque los escenarios políticos que los hicieron posible hoy no existen.
Tampoco mantienen vigencia aquellos ideales de la izquierda inspirados por la revolución cubana y sus mitos como Fidele Castro, Ho Chi Minh o el Che Guevara.
La movilización popular del lunes fue masiva, pero, insisto, no es la nación en la calle. Sus propios dirigentes, los que hicieron uso de la palabra al concluir el acto, se encargan cada vez que se les presenta la oportunidad de presentarse como una facción.
El repudio a la dictadura en la Argentina es políticamente mucho más extenso que esta coalición de kirchneristas, izquierdistas y los tradicionales organismos de derechos humanos, quienes desde hace años son de hecho brazos políticos del peronismo o la izquierda. En esa tribuna no había radicales, no había dirigentes de la Coalición Cívica, no había socialistas.
Y esto no fue una casualidad o un malentendido. Para los dirigentes populistas y de izquierda la causa del 24 de marzo incluye, además del rechazo a la dictadura, un conjunto de consignas políticas e ideológicas que excluyen a partidos y corrientes de opinión moderadas, centristas e incluso de centro derecha que también repudian el cuartelazo militar y el terrorismo de estado.
Sobre estas corrientes de opinión moderadas hay que decir que no solo que sus dirigentes no están en la tribuna, sino que los simpatizantes que decidieran asistir a esa movilización serían repudiados o algo peor.
Este espíritu faccioso, este sectarismo político, exhibe también los límites de dirigentes, muchos de los cuales han dicho sin reparos que están identificados con la ideología de las guerrillas de los años setenta.
El golpe de estado de 1976 fue lo que fue, pero no se puede desconocer que en su momento un sector significativo de la opinión pública lo consideró necesario y hasta deseable. Curiosamente, los jefes de las organizaciones armadas también estaban de acuerdo con el derrocamiento del gobierno de Isabel.
Por razones diferentes, pero estaban de acuerdo con la intervención militar bajo la delirante teoría de agudizar las contradicciones y "cuanto peor mejor". Convengamos que el gobierno de Isabel era indefendible. Empezando por ella y su secretario, los dos obsequios que nos dejó el general antes de irse de este mundo.
En realidad, toda la gestión peronista iniciada en 1973 fue lastimosa. El gobierno asumió el 11 de marzo de 1973 y el 20 de junio, dos meses después, se produjo el primer baño de sangre entre las diferentes facciones internas.
Después fuimos honrados con la presidencia de Lastiri y al otro día que asumió Perón fue asesinado su mano derecha, José Rucci.
Mientras esto ocurría en la calle, desde la máxima cúpula del poder se organizaban las bandas parapoliciales y criminales de las Tres A, el primeras antecedente de terrorismo de estado, la iniciativa peronista que deja abierta la puerta para que dos años después los militares eleven al apuesta.
Durante cincuenta años, desde 1930 a 1976, la Argentina fue asolada por el militarismo, una categoría "política" de ejercer y legitimar el poder que considera a las fuerzas armadas la última reserva moral de la nación, la fuente exclusiva de legitimidad y la proyección de una siniestra utopía: ordenar la sociedad de acuerdo a los reglamentos internos de un cuartel, en donde las jerarquías están definidas y queda claro quién manda y quién obedece.
Si realmente quisiéramos condenar al militarismo por el daño que hizo, la fecha conveniente para recordarlo sería el 6 de septiembre de 1930, cuando por primera vez en el siglo veinte los militares asaltaron el poder.
Desde entonces, los coroneles y los generales fueron actores políticos decisivos y el militarismo la ideología que los expresó. Las fuerzas armadas devenidas en fuente de legitimidad de poder. Sin embargo, los dirigentes populistas relativizan o debilitan la crítica al militarismo colocando en un primer lugar las responsabilidad "cívica".
La omisión no es inocente. Una crítica dura y justa al militarismo incluiría a uno de los principales responsables de este hábito autoritario y mesiánico: Juan Domingo Perón.
Por último, los 30.000 desaparecidos. Es una consigna, una causa, una pasión, una pasión lúgubre si se quiere. Todo bien, salvo la dificultad de que todos los registros oficiales y no oficiales dan los nombres y apellidos de alrededor de 8.500. Una diferencia muy grande para hacerse el distraído y mirar para otro lado.
No se trata de negar el horror de la dictadura, entre otras cosas porque la cifra real de 8.500 es trágica, algo así como un desaparecido diario durante veinticinco años. Sin embargo, esa tragedia les parece pequeña. Enojados o no, lo cierto es que a la lista le faltan 22.000 nombres y apellidos. Raro.
A casi cincuenta años de 1976, ¿no hay un pariente, un amigo, un compañero de trabajo que los recuerde? No jodamos. En su momento lanzaron una cifra tentativa que permitiera recaudar fondos económicos en Europa y EEUU. La cifra excedió generosamente la realidad.
Podrían haberla corregido, pero su desmesura, su visión catastrófica de la historia, se los impidió y ahora han tomado como una causa personal una cifra mentirosa que los deslegitima con la misma contundencia con que los deslegitima los "Sueños compartidos" de las Madres o el afán de valerse de una tragedia nacional para obtener rentas para ellos, sus familiares y amigos.
Sectarios, fabuladores, anacrónicos, a nadie le debería sorprender que con semejantes vicios se hayan creado condiciones para la aparición de personajes como Laje, Márquez e incluso Villarruel, reclamando sus propias consignas, algunas de ellas legítimas.
¿Alguna solución a la vista? Salvo la que produzca el paso del tiempo. Otra no veo. Mientras tanto, sería deseable que la memoria sea relativizada por las exigencias del saber histórico y las palabras "verdad" y "justicia", sean reales y no máscaras de ideologías fracasadas.
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