Por Ceferino Reato
Como es sus libros anteriores, sigue del lado de la historia en esa puja desigual con la memoria. Es lo que corresponde para un periodista que se ocupa de la historia reciente.
Por Ceferino Reato
Periodista y Escritor
¿Por qué volvemos siempre a los 70, por qué no parecen dispuestos a dejarnos? Es que cumplen varias funciones. Una de ellas es que nos ofrecen respuesta a la pregunta que suele atormentarnos cada tanto, cuando nos descubrimos en el medio de una crisis: ¿Por qué estamos así? Es el dilema que se plantea Zavalita, el protagonista de Conversación en La Catedral —de Mario Vargas Llosa— ya en la primera página de la novela: "¿En qué momento se había jodido el Perú?".
Investigando para un libro anterior, Doce Noches, encontré que Néstor Kirchner pensaba que la Argentina se jodió en la dictadura. Que la gran crisis de fines de 2001, que lo condujo desde Santa Cruz a la cima del poder, había sido incubada cuando los militares y sus cómplices civiles impulsaron un modelo neoliberal que había sobrevivido hasta los estertores de aquel diciembre decisivo; el esquema colonial de siempre, con su lógica de codicia y explotación. De allí, la permanente invocación a los 70 y la promesa de que en su gobierno la victoria sería de los buenos.
Nuestros periódicos desencantos aseguran la vigencia de aquella década, vertiginosa y larga. Los 70, la década que siempre vuelve, comienza en 1970, con la fundación de Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), y dura hasta 1983, cuando los militares son corridos a los cuarteles. Recorre el camino que va desde el masivo vuelco de tantos jóvenes a la lucha armada y la irrupción victoriosa de los grupos guerrilleros hasta su derrota, también sonora, primero en el plano político y luego en las mazmorras de la dictadura. Pasa por los momentos de gloria de los revolucionarios, entre ellos el triunfo electoral del 11 de marzo de 1973; la disputa mortal entre el general Juan Domingo Perón y su "juventud maravillosa" de Montoneros, y el festival de violencia de izquierda y de derecha en 1975, un año crucial. También abarca la planificación del golpe de Estado más anunciado de la historia, que fue impulsado incluso por Montoneros y el ERP, y la respuesta que los contrarrevolucionarios venían preparando desde hacía tiempo: el plan sistemático para reprimir de manera ilegal a las guerrillas y disciplinar a toda la sociedad.
Esa larga noche terminó con el retorno a la democracia, que al principio parecía tan debilucha como siempre pero que pronto se reveló muy fortalecida por el consenso adquirido luego de tanta violencia, de la derecha militar pero también de la izquierda guerrillera, como lo indican el triunfo del radical Raúl Alfonsín y su rápida decisión de enjuiciar a los comandantes militares y a los jefes de Montoneros y el ERP.
Y eso no tiene nada que ver con la teoría de los dos demonios sino con el simple hecho de constatar lo que efectivamente sucedió sin por eso equiparar el terrorismo de Estado con la violencia de las guerrillas, a la que muchos también consideran terrorismo.
Ni la teoría de los dos demonios; ni el relato de ángeles y demonios; ni la idea de que aquí solo hubo una guerra entre bandos; no me sirve ninguna de las tesis creadas para favorecer de antemano a los guerrilleros, los militares, los políticos, la sociedad o a quién sea. En lugar de teorías y relatos amañados, los hechos; todos los hechos y lo más preciso que logre describirlos y explicarlos.
Junto a aquella revalorización de la democracia apareció un novedoso apego a los derechos humanos, la vida en primer lugar. Una reacción a la Disposición Final —detención o secuestro; cautiverio y torturas; asesinato, y desaparición del cuerpo—, el método cruel para eliminar a las "7.000 u 8.000 personas que debían morir para ganar la guerra contra la subversión", según admitió el ex dictador Jorge Rafael Videla en las entrevistas que le hice años atrás.
Algunos recordarán que los números de Videla volvieron a encender la polémica inacabable con los organismos de derechos humanos y los sectores más duros del kirchnerismo sobre los —según ellos— 30.000 desaparecidos, una muestra de la tensión entre la historia y la memoria.
Como en mis libros anteriores, sigo del lado de la historia en esa puja desigual con la memoria. Creo que es lo que corresponde para un periodista que se ocupa de la historia reciente: analizar y describir todos los hechos enfatizando en la intersubjetividad, "en la pluralidad de puntos de vista que se expresan en el seno de una sociedad", como explicó el semiólogo Tzvetan Todorov en El País el 7 de diciembre de 2010.
"La cuestión que me preocupa —agregó— es la comprensión histórica. Pues una sociedad necesita conocer la Historia, no solamente tener memoria. La memoria colectiva es subjetiva: refleja las vivencias de uno de los grupos constitutivos de la sociedad; por eso, puede ser utilizada por ese grupo como un medio para adquirir o reforzar una posición política".
Son palabras con las que no podría estar más de acuerdo, en línea con mi posición contra un paradigma que ya no tiene la fortaleza de 2008, cuando publiqué Operación Traviata, pero sigue vigente entre tantos historiadores y periodistas, en muchos casos por el corralito de confort que siempre proporciona el abordaje políticamente correcto de las cuestiones dolorosas y de una cierta complejidad. Según ese paradigma, la historia argentina es una repetición constante de un partido que no termina nunca entre buenos y malos, en una cancha marcada por un puñado de contradicciones: el Estado versus el mercado; los pobres versus los ricos; la solidaridad versus el egoísmo; el progresismo nacional y popular versus la derecha conservadora y neoliberal; y así siguiendo.
Mi desafío es que este libro pueda interesar y servir a todos, en especial a quienes no saben o no entienden qué pasó en aquellos años que siguen tan vivos.
(*) Extraído del libro Los 70, la década que siempre vuelve, de Ceferino Reato, Editorial Sudamericana.
Ni la teoría de los dos demonios; ni el relato de ángeles y demonios; no me sirve ninguna de las tesis creadas para favorecer de antemano a los guerrilleros, los militares, los políticos, la sociedad o a quién sea.
Sigo del lado de la historia en esa puja desigual con la memoria. Es lo que corresponde para un periodista que se ocupa de la historia reciente: analizar y describir todos los hechos enfatizando en la intersubjetividad.