La poesía fue para Alejandra Pizarnik su única razón de ser. Solo en ella encontró algún sentido, fuera de la escritura nada era y así lo expresó: "Escribes poemas/ porque necesitas/ un lugar/ en donde sea lo que no es". En sus versos hay un rasgo paradójicamente vital, la belleza. Pero lo bello convive con la búsqueda de lo absoluto, la angustia, la noche, la muerte y otros asuntos que transitan siempre una senda oscura. Todo queda circunscripto al poema y fuera de la vida, con marcado desapego a ella. Y, a su vez, en esos límites tuvo su hábitat la propia Pizarnik, al concebir su existencia como escritora para vivir únicamente dentro de su obra. Fuera de la escritura, tan sólo sobrevivió 36 años.
A los 18 años Alejandra le escribió una carta a la poeta Clara Silva, en donde cuenta que desde pequeña quería ser escritora y no lo concretaba, "hasta que un día el sentir no consiguió más espacio en mí… y entonces lo ubiqué en pequeñas hojas blanquecinas". "No eran poesías ni cuentos ni nada. Eran sensaciones", aclaró. Pero una vez que las vio su profesor Juan Bajarlía y le dijo "sus poemas me gustan", ahí se sintió "dolorida. Yo escribiendo poemas". Recién en ese momento, se dio cuenta que "la poesía es mi vida y mi vida es… qué es?". En esta temprana misiva asoma lo que será en el futuro esta joven "Flora Alejandra Pizarnik", tal como la suscribió en un día del mes de marzo de 1955, con ese primer nombre que abandonará (en "Cartas a Clara Silva", Morera, año 2024).
Luego, le confiesa a la escritora uruguaya que "nada tiene valor suficiente como para que yo me comprometa. Miles de veces estuve por matarme, por entregarme a un hombre, por irme de mi casa, por ir a Francia… Es cobardía? Soy una vil burguesa, una niña cómoda? Solo sé que sufro". Ya está instalado con plena consciencia un asunto que se tornará recurrente, la muerte y el sin sentido de la existencia. No duda Alejandra en decirle que "cuando escribo siento que el tanque de mi lapicera está cargado con mi sangre, no con tinta". Concluye reafirmando lo único que desea: "Solo sé que quiero escribir".
Mirá tambiénEscribir la música interior (*)Nació en Avellaneda, provincia de Buenos Aires, el 29 de abril de 1936. Hija de Elías Pozharnik y Rejzla Bromiker, inmigrantes judíos rusos. El apellido sufrió la transformación habitual, supuestamente, de los errores registrales. Al poco tiempo de llegar al país, nació la primera hija, Myriam y, luego, Flora Alejandra. En su etapa universitaria, estudió Filosofía y también Periodismo, en donde conoció a Bajarlía. Tomó clases de pintura con Juan Batlle Planas y se psicoanalizó con León Ostrov y Enrique Pichon Rivière.
En 1960 se fue a vivir a París, en donde trabajó en editoriales y para la revista Cuadernos, publicó poemas y críticas e hizo traducciones. Allí conoció y entabló amistad con Julio Cortázar y Octavio Paz. Realizó estudios en La Sorbona y en el año 1964 retornó al país. El primer libro fue "La tierra más ajena" (1955), que -posteriormente- no se incluyó en "Poesía completa" respetando su voluntad. Para el escritor Cesar Aira es un buen libro, cuyo único defecto fue "no adaptarse al futuro canon" de Pizarnik. No existen en él, según Aira, las restricciones léxicas y temáticas, ni "la adopción del personaje autobiográfico" que hay en el resto de su obra (en "Alejandra Pizarnik", 2001).
Es a partir de "La última inocencia" (1956), cuando alcanza -explicó César Aira- un dispositivo de escritura con características definidas y del que irá haciendo variaciones. El sujeto se torna preponderante, es decir, ella como poeta asume "la forma de un personaje". Entre el sujeto y los objetos de la poesía, expresó Aira, se interpone un "juego de lenguaje" con una visualidad "intensa y controlada", a lo cual se agregan elementos en esa construcción que son simples y casi abstractos, todo tendiendo a la "brevedad".
En el poema "Mendiga voz", Pizarnik ya se encuentra en pleno dominio de su escritura: "Y aún me atrevo a amar/ el sonido de la luz en una hora muerta,/ el color del tiempo en un muro abandonado.// En mi mirada lo he perdido todo./ Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay" (1965). Al igual que en "Vértigos o contemplación de algo que termina", al escribir: "Esta lila se deshoja./ Desde sí misma cae/ y oculta su antigua sombra./ He de morir de cosas así" (1968).
Sus versos asumen temas emparentados entre sí y propios del lado más sombrío y lóbrego de la existencia: la muerte ("En la noche a tu lado/ las palabras son claves, son llaves./ El deseo de morir es rey"), la noche ("Poco sé de la noche/ pero la noche parece saber de mí,/ y mas aún, me asiste como si me quisiera,/ me cubre la conciencia con sus estrellas"), el miedo ("no me entregues,/ tristísima medianoche,/ al impuro mediodía blanco"), los naufragios ("explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome"), el vacío ("Enamorada de las palabras que crean noches pequeñas en lo increado del día y su vacío feroz"), y otros afines.
Son piezas breves, ubicadas de un modo preciso y con rigor estético, erigiéndose en formas bellas que por su temática y concepción filosófica no están enraizadas a la vida. Es una belleza que no trasciende la forma poética, porque brota de una poeta y de unos versos cerrados a la existencia. La poesía fue el único alimento para una poetisa que se refugió en su obra.
Tan fue así que Cristina Piña, una de sus biógrafas ("Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito", escrito con Patricia Venti, 2021), como su amigo y poeta Antonio Requeni (en "Recuerdos", 2006), coinciden que en Pizarnik su vida y la poesía estaban fusionadas, eran indisolubles. Tenía una actitud existencial influenciada por la estética literaria de los "poetas malditos", como Arthur Rimbaud.
Ella creó su poesía, expresó Requeni, "pero, en igual o mayor medida, su poesía creó a Alejandra Pizarnik". A tal punto era la unión que se invirtió el orden, "la poesía no era un producto de su vida sino al revés; ella le dictaba su manera de vivir". Fue construyendo su existencia "a la medida de sus poemas", y estos -consideró Requeni- "inventaron al personaje" y "su trayectoria vital estuvo subordinada al itinerario poético".
En el "El deseo de la palabra" (1971) Pizarnik lo dejó explícito: "Ojalá pudiera vivir solamente en éxtasis, haciendo el cuerpo del poema con mi cuerpo, rescatando cada frase con mis días y con mis semanas (…)". Esta fusión entre su vida y la obra poética provocó, como entendió Requeni, "que cuando su poesía entró en un callejón sin salida, Alejandra consideró que su vida estaba también clausurada". La propia Pizarnik llegó a escribir en su diario: "Yo moriré del método poético que me creé para mi uso y abuso". Este transitar por el lado más oscuro de la existencia, al punto de tener varios intentos de suicidios, generó en su amigo Julio Cortázar una reacción para que ella desista de su conducta autodestructiva.
En una carta que le envía desde París el 9 septiembre de 1971, Cortázar le escribe: "Hemos compartido hospitales, aunque por razones diferentes; (…) Pero vos, vos, ¿te das realmente cuenta de todo lo que me escribís? Sí, desde luego te das cuenta, y sin embargo no te acepto así, no te quiero así, yo te quiero viva, burra,…". Luego va al núcleo del asunto, a la fusión de su vida y la poesía o, más precisamente, el rechazo de la existencia desde una poesía que fagocitó su vida con enorme fuerza corrosiva, y le dice que "el poder poético es tuyo, lo sabés, lo sabemos todos los que te leemos; y ya no vivimos los tiempos en que ese poder era el antagonista frente a la vida, y ésta el verdugo del poeta".
Una vez que deslegitimó el vínculo entre poesía y muerte, pasa Cortázar casi al ruego para disuadirla: "yo te reclamo, no humildad, no obsecuencia, sino enlace con esto que nos envuelve a todos, llamale la luz o César Vallejo o el cine japonés: un pulso sobre la tierra, alegre o triste, pero no un silencio de renuncia voluntaria. Sólo te acepto viva, sólo te quiero Alejandra".
El 25 de septiembre de 1972, lamentablemente, murió Pizarnik de una sobredosis de barbitúricos. Dejó una poesía que posee una belleza que se percibe al primer contacto, pero queda limitada, sin trascendencia, debido a una obra poética sin raíces en la existencia. Es que lo bello alcanza su plenitud si es parte de lo que da sentido a la vida.
(*) El nombre del ciclo corresponde a un verso del poeta Roberto Juarroz: "Un poema salva un día".
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.