En este siglo hay mucho desencuentro amoroso. Resulta difícil pensar que la pareja implique conflicto sin plantearlo como patológico. La búsqueda permanente del ideal de la pareja "sana", va a contrapelo del carácter imperfecto y concreto de los vínculos humanos.
Vivimos en busca de tips, de consejos a la medida de nuestros miedos, que ponen la carga sobre cómo el otro debería ser con nosotros, sin que nos demos cuenta de que eso refuerza nuestra actitud defensiva. Pienso que esta puede ser una vía, entre otras, para explicar por qué hay tanto desencuentro amoroso en este siglo.
Nos escribe Mariela (32 años, Funes): "Hola Luciano, te escribo con una consulta que me surgió por algo que escribiste hace poco en Instagram y que me generó confusión. Ahí decías que en el amor siempre hay hostilidad, pero a mí esa idea no me gusta, porque me parece que lleva a pensar que la violencia es normal en las relaciones y eso no me parece. Quisiera que aclares un poco más este punto, por favor, porque yo no creo que vos digas eso, pero es un aspecto delicado y que necesita aclaración".
Querida Mariela, en principio muchas gracias por leerme con buena fe. Creo que esto es lo primero a la hora de iniciar una conversación: no atribuir mala intención ni adoptar una actitud suspicaz. Si no, solamente estaríamos dispuestos a confirmar algo que ya sabemos y que pensamos que el otro niega; haremos de este un adversario, con el propósito de ridiculizar su punto de vista -quizá para lucirnos o sentirnos superiores. Por esta vía, no hay diálogo o bien la conversación será infructuosa. Por eso te agradezco ante todo que tu consulta sea a partir de un pedido de aclaración, que me da la chance de explicar mejor lo que pienso y compartir una idea con vos.
Por otro lado, ocurre a veces que para una red social se escribe de manera concisa y no hay mucho lugar para desarrollar argumentos. A eso se suma que en los espacios virtuales se lee de manera rápida y literal, sin profundizar el sentido de lo dicho; entonces se interpreta lo que el otro dijo atribuyéndole algo que no quiso decir. Te agradezco que en tu planteo vos me decís lo contrario: que yo no puedo decir algo que te resulta intolerable. Creo que lo decís en base a que conocés otras ideas que pienso. Esto también es importante, leernos (escucharnos) sin tomar frases sueltas o aisladas. Ningún pensamiento se captura en una frase. Para pensar hace falta tiempo, ida y vuelta de puntos de vista, nunca es del todo una tarea solitaria el acto de razonar. Así que aquí estamos con el desafío de reflexionar colectivamente.
En cierta ocasión yo escribí que el amor se acompaña de hostilidad. En este punto, cabe hacer una distinción: hostilidad no quiere decir agresión ni, mucho menos, violencia. Si algo caracteriza a la agresión es que transgrede los límites corporales del cuerpo del otro y esto se puede hacer tanto con otro cuerpo (en la agresión física) como simbólicamente (con palabras que intimidan). La violencia, por su parte, no es un lazo entre dos personas, sino que incluye también a instituciones que facilitan la agresión o desprotegen. Por ejemplo, en la institución matrimonial clásica, la mujer (por su rol de esposa) estaba en condiciones de subordinación respecto del varón (el marido) y eso la exponía mucho más en el vínculo.
Ahora bien, la hostilidad en su sentido más sencillo remite al odio. ¿Qué quiere decir que no podemos amar sin odiar? En principio, para mí es una manera de situar que el amor no es algo puro -incluso este es un ideal perjudicial, porque conduce a que en nombre del amor se pueda hacer cualquier cosa-; en segundo lugar, permite pensar que el amor tiene una cara egoísta. Por ejemplo, si mi pareja me dice que esta noche tiene una fiesta y, al rato, me dice que se suspendió, quizá no lo lamente mucho -aunque me pueda apenar por la frustración de su plan. Fijate Mariela que no propongo un caso de persona posesiva, no, más bien concedo que podamos pensar en alguien que pueda proyectarse en el deseo de su pareja. Incluso en un contexto tan favorable, el amor no dejará de tener componentes que antepongan nuestro bien, porque si no fuese así seríamos capaces de poner en riesgo nuestra propia autoconservación. Los llamados "amores incondicionales", o absolutos, están lejos de ser amorosos, porque no tienen límites y quien ama de esa manera es capaz de cualquier cosa: ese componente hostil (egoísta) es el que a veces salva de cosas peores, como la agresión y la violencia.
Entiendo Mariela lo que planteás sobre una posible justificación de la violencia, pero yo digo lo contrario. Asimismo, tus palabras me hacen tantear una pregunta sobre algo que pienso que pasa hoy: situaciones que antes estaban naturalizadas se empezaron a reconocer como agresivas o violentas; sin embargo, de un tiempo a esta parte nos quedó la matriz de interpretar toda interacción en términos de agresión y/o violencia. De este modo, lo que era una circunstancia particular, se convirtió en la regla (universal) y creo que en este pasaje de la parte al todo perdimos la espontaneidad para los vínculos, por ejemplo, ya casi no podemos pensar que la pareja implique conflicto sin plantearlo como patológico o que está mal. La otra cara de esto es la búsqueda permanente de un nuevo ideal (tan opresivo como el del amor puro): la pareja "sana", que va a contrapelo del carácter imperfecto y concreto de los vínculos humanos.
Mariela, te cuento que a veces pienso que por pensar con el telón de fondo de la posible violencia es que generamos un remedio peor que la enfermedad -por si fuera necesario, aclaro que esto es una metáfora en base a una frase popular. Vivimos en busca de tips, de consejos a la medida de nuestros miedos, que ponen la carga sobre cómo el otro debería ser con nosotros, sin que nos demos cuenta de que eso refuerza nuestra actitud defensiva. Pienso que esta puede ser una vía, entre otras, para explicar por qué hay tanto desencuentro amoroso en este siglo.
Vuelvo a la cuestión del odio en el amor. Quizás el ejemplo que usé no es concluyente (alguien que se satisface con la suspensión de la fiesta a la que iba a ir su pareja). El propósito de este era mostrar una condición egoísta del amor. Agreguemos entonces otro, a partir de una pareja que está unida por la competencia y que en ese punto específico no se desean el bien uno al otro. Esta puede ser otra definición de la hostilidad: desearle el mal al otro. No es algo que impide que dos personas se amen. En todo caso, esta coordenada ojalá sirva para ver cuán complejo es un vínculo y notar que no podemos seguir idealizando nuestras relaciones como si obedecieran a un formato irreal (te amo, me amás, los dos tenemos que amarnos todo lo que podamos y tenemos que querer lo mismo) porque este tipo de planteos -los que niegan el conflicto- son lo que llevan a querer eliminar toda tensión y aplastar la diferencia.
En este punto, Mariela, vos me dirás que mi nuevo ejemplo no es del todo convincente, porque no propone el caso de un odio destructivo. Y yo te diré que tenés razón: el odio no es necesariamente destructivo, como no es necesariamente envidioso ni malintencionado. ¿No muestra esto que tenemos que recuperar la palabra para mejores fines (explorar lo complejo de las relaciones humanas) en lugar de buscar solo su peor versión? Es lo mismo que te decía antes con respecto a la violencia: si pensamos todo desde el ejemplo más drástico y extremo, oscurecemos los demás colores de la paleta.
No voy a hacer un elogio del odio, pero sí voy a decir que sin un poco de odio no hay chance de una crítica (constructiva), como tampoco margen para integrar diversos puntos de vista que, a primera vista, pueden parecer contradictorios. En todo caso, creo que porque nos cuesta mucho pensarnos desde el odio -como no sea para sentir que somos malos e indignos de amor- el resultado es que no podemos asumir nuestros componentes hostiles, porque solo queremos conservar una imagen idealizada de nosotros mismos y la consecuencia es sabida: como un boomerang, lo no asumido retorna peor e imprevistamente con un golpe en la nuca.
Para concluir, querida Mariela, espero que este intercambio haya servido para abrir más un ámbito de inquietudes antes que para cerrarlo, para dar un paso más en el arduo camino de pensar desde la complejidad. Un abrazo, Luciano.
En cierta ocasión escribí que el amor se acompaña de hostilidad. En este punto, cabe hacer una distinción: hostilidad no quiere decir agresión ni, mucho menos, violencia.
Los llamados "amores incondicionales", o absolutos, están lejos de ser amorosos, porque no tienen límites y quien ama de esa manera es capaz de cualquier cosa: ese componente hostil (egoísta) es el que a veces salva de cosas peores, como la agresión y la violencia.