La poetisa Idea Vilariño nació en Montevideo el 18 de agosto de 1920, en el seno de una familia peculiar, al punto que las hermanas recibieron los nombres de Poema y Alma y los hermanos de Numen y Azul, todos de una connotación tan espiritual como el de ella. Es conocido el romance que tuvo con el escritor Juan Carlos Onetti. El primer encuentro sucedió a comienzos de la década del cincuenta en un bar del barrio Malvín, en ocasión de una reunión con los integrantes de la revista "Número".
La expectativa de él era ver a "una persona bastante horrible, bastante barata", en igual sentido Idea que lo pensó como "un tipo medio despreciable". Pero ambos se sorprendieron, Onettti vio "a un ser delicado con una sonrisa giocondina" y ella a "un tipo seductor y muy inteligente". Fue una relación de pocas e intensas presencias y muchas ausencias, de una pasión atizada por correspondencia, dedicatorias y poemas.
Después de aquel encuentro, Onetti regresó a Buenos Aires y no ocultó el contacto con Idea a su mujer Elizabeth María Pekelharing, con quien tuvo en esos tiempos una hija. En 1953 se separó, pero no buscó a Idea sino que se casó con Dorotea Muhr, Dolly. Al año siguiente, Onetti le dedica su libro "Los adioses", e Idea hace lo propio con "Poemas de amor", en cuya segunda edición del año 1958 incluirá el poema "Ya no". Retirará su dedicatoria en 1972 y la repone casi una década después. Eran esas idas y vueltas, como todo entre ellos.
Idea tuvo muchos amores que solían superponerse. Quienes la conocieron, como Larre Borges, vieron que "se enamoraba bestialmente" y que le interesó el amor pasión, ese "amor intenso, que tiene que acabar para poder ser". Llegó a casarse solamente una vez, recién en el año 1975 con Jorge Liberatti, un alumno suyo, veintidós años menor.
Onetti fue desafortunado en belleza a diferencia de ella, una mujer que despertaba admiración como lo evidencian las palabras del poeta español Juan Ramón Jiménez: "(...) Me gustaría verla ahora, haber seguido viéndola, querida Idea enlutada con verde mirar lento, para haber llegado a besarle de veras su corazón (que siempre puede besar el invierno a la primavera)".
Idea precisó que Onetti tenía como única arma de seducción a su fina inteligencia. Dado lo sucedido -sin lugar a dudas- fue irresistible para ella. Sus visitas sin aviso y a cualquier hora no sólo eran aceptadas sino que generaban un paréntesis en sus vidas. Ella recordaba como "cerrábamos las puertas y las ventanas. Se detenían todos los relojes. (…) Nos transformábamos en enemigos, en parientes, en desconocidos. (…) Era una experiencia de éxtasis".
Onetti iba a la casa de Idea a vivir unos días, a sabiendas de Dolly, a quien no le importaba que él tenga otras mujeres, porque decía que quería que él fuera feliz. Pasaban meses y años sin verse, mientras Idea tenía otras relaciones, pero aparecía Onetti y todo se iba al demonio.
La intensidad y el apasionamiento otorgaron una magnitud a la relación que relativizaba la cantidad de encuentros: "Tal vez tuvimos sólo siete noches/ no sé/ no las conté/ cómo hubiera podido./ Tal vez no más que seis/ o fueron nueve./ No sé/ pero valieron/ como el más largo amor./ Tal vez/ de cuatro o cinco noches como ésas/ pero precisamente como ésas/ tal vez/ pueda vivirse/ como de un largo amor/ toda una vida" (Idea en "O fueron nueve", año 1968).
En esos días la secuencia se repetía, encierro, pasión, sólo luz artificial y sin comida, peleas, hasta que llegaba el momento en que ella lo agarraba de la cara y le decía: "sos un burro, Onetti, sos un perro, sos una bestia". Y, luego, un nuevo distanciamiento, mientras íntimamente se decía a sí misma que él conocía la manera de retorcerle el corazón, que él era "imposible" y "el último hombre del que debía enamorarme".
De este amor poblado tanto de encuentros ardientes, furiosos y posesivos como de soledades y desencuentros, brotaron palabras, siempre pocas pero justas y precisas, gotas de letras que caen para reunirse a dar testimonio de un final, aunque sea en un poema para decir "Ya no".
"Ya no será/ ya no/ no viviremos juntos/ no criaré a tu hijo/ no coseré tu ropa/ no te tendré de noche/ no te besaré al irme/ nunca sabrás quién fui/ por qué me amaron otros./ No llegaré a saber/ por qué ni cómo nunca/ ni si era de verdad/ lo que dijiste que era/ ni quién fuiste/ ni qué fui para ti/ ni cómo hubiera sido/ vivir juntos/ querernos/ esperarnos/ estar./ Ya no soy más que yo/ para siempre y tú/ ya/ no serás para mí/ más que tú. Ya no estás/ en un día futuro/ no sabré dónde vives/ con quién/ ni si te acuerdas./ No me abrazarás nunca/ como esa noche/ nunca./ No volveré a tocarte./ No te veré morir".
Onetti y Dolly se fueron a vivir a Madrid, en donde Idea los visitó en dos oportunidades, en 1987 y 1989. Pasado un tiempo, él expresó: "Nunca sentí que ella estuviera enamorada de mí (…) creo que lo suyo era algo muy cerebral, intelectual". Entonces le preguntaron si él estuvo enamorado de ella, a lo que respondió: "Andá a saber". Esto llegó a oídos de Idea y la enojó mucho, incluso le "chocó" y "dolió", porque en sus poemas de amor exhibió su "corazón deshecho" y todo para que venga después él "con unas frases así, livianas, desdiga todo eso, lo niegue".
Onetti falleció el 30 de mayo de 1994 y, tal como ella lo presagió tiempo atrás, no lo vio morir. Tal vez resulte un espejo donde se refleja fielmente este amor, un poema de Roberto Juarroz que expresa: "Me doy vuelta hacia tu lado,/ en el lecho o la vida,/ y encuentro que estás hecha de imposible.// Me vuelvo entonces hacia mí/ y hallo la misma cosa.// Es por eso/ que aunque amemos lo posible,/ terminaremos por encerrarlo en una caja,/ para que no estorbe más a este imposible/ sin el cual no podemos seguir juntos".
Como en estos versos, Idea y Onetti no podían estar juntos sino de un modo inusual, en tanto estaban hechos de "imposible". Pero si hubieran pretendido lo habitual, lo frecuente, es decir, lo "posible", como casarse o compartir una vida en común, no podrían haber sido jamás un amor. Sólo alcanzaron amarse por ese "imposible" que los constituía a ambos.
(*) Con esta primera propuesta, el autor inicia un ciclo de entregas periódicas, titulado con un verso del poeta Roberto Juarroz: "Un poema salva un día".
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