Sucesivas biografías precedentes, desconocidas trayectorias previas, transitaron la vida con ciertos gestos, ideas, resentimientos, mandatos, traumas, creencias y prejuicios, que pasaron a sus hijos y luego a los nietos y después a los hijos de éstos, ignorando –cada uno de ellos- el origen y creyéndose únicos poseedores de aquello. Los antepasados dejan surcos en el camino transitado que quizás inclinen hacia cierto lado el andar de su descendencia. Sin llegar a definir rumbos ni destinos de modo inexorable, legan un peso difícil de evitar e incómodo de sostener.
Posiblemente, con buena fortuna, se heredan senderos desmalezados que están intactos en sus detalles y delicados contornos. Despejados de adversidades, sólo debe evitarse la falta de consciencia y gratitud sobre el esfuerzo y la dedicación que exigieron a los ancestros. Puede suceder, en cambio, que dejen espacios incómodos colmados de obstáculos, en donde a cada paso surgen espinosos dilemas que se reiteran con empeño. La poetisa Alfonsina Storni, en el poema "Peso ancestral" (1919), lo mostró nítidamente: "Tú me dijiste: no lloró mi padre;/ Tú me dijiste: no lloró mi abuelo;/ No han llorado los hombres de mi raza,/ Eran de acero.// Así diciendo te brotó una lágrima/ Y me cayó en la boca… Más veneno/ Yo no he bebido nunca en otro vaso/ Así pequeño.// Débil mujer, pobre mujer que entiende,/ Dolor de siglos conocí al beberlo;/ Oh, el alma mía soportar no puede/ Todo su peso".
Gotas de tristeza o indiferencia que se deslizan a lo largo de generaciones. Conductas y actos convertidos en rituales que nunca son abandonados a pesar de sus difíciles y traumáticas consecuencias. Todas son huellas que vuelven a ser cubiertas con los pies de los hijos, nietos y bisnietos, que caminan inconscientes sobre aquellos pasos, como describió el poeta Roberto Juarroz: "Hay huellas que no coinciden con su pie./ Hay huellas que se anticipan a su pie./ Hay huellas que fabrican su pie./ Hay huellas que son más pie que el pie".
Es la opresión del pasado sobre el presente de una descendencia que asume con actitud acrítica la tradición. Todo es como fue y lo seguirá siendo de esa misma manera. Juarroz dio detalles: "La vida nos va haciendo marcas/ como si tallara ciertos datos sobre una vara./ Y esas marcas duran más que nosotros.// Parecemos el ayuda-memoria/ de un sombrío quehacer/ o el soporte accidental de un mensaje/ que se apoya un momento y continúa.// Las ancestrales disonancias/ danzan sobre los paredones deshilvanados/ y su funambulesca coreografía/ encuentra allí las figuras necesarias/ para desatar los impávidos jeroglíficos.// Las marcas que llevamos/ nos sobrevivirán como trincheras abandonadas./ Y como todas las trincheras,/ por mucho que las rellenen,/ seguirán aguardando el retorno/ del áspero combate/ que circuló por las carnales incisuras/ de sus cavados y olvidados laberintos".
Designio familiar inconsciente. Emociones usadas pretéritamente que no pierden su consistencia ni color. Lealtades y mandatos invisibles que se cumplen. Abuso inconfesado de inmortalidad en lo nimio, en detalles, en modos, en prejuicios, aunque también en asuntos trascendentes que llevan al silencio, secreto, vergüenza y complicidad. En el poema "Inscripción en cualquier sepulcro" (1923), Jorge Luis Borges expresó: "Lo esencial de la vida fenecida/ -la trémula esperanza,/ el milagro implacable del dolor y el asombro del goce-/ siempre perdurará./ Ciegamente reclama duración el alma arbitraria/ cuando la tiene asegurada en vidas ajenas,/ cuando tú mismo eres el espejo y la réplica/ de quienes no alcanzaron tu tiempo/ y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra".
No hay dudas que la voluntad ancestral no se resigna a la finitud de una vida, busca la ejecución constante de sus deseos en los otros, sus descendientes ("La mano del pasado/ dibuja por encima de mí/ el espacio del futuro,/ para moverse en él", escribió Juarroz). De la misma manera que sucedió en la primera pelea matrimonial de Nathan Zuckerman, el alter ego del escritor norteamericano Philip Roth en la novela "La contravida" (1986). Esa pelea no fue de ellos, sino de "(…) su papel de hija de su madre dándose de narices con mi papel de hijo de mi padre (…) una batalla que libran dos suplentes en lugar de los verdaderos antagonistas, cuyo motivo nunca tiene raíz en el ahora y aquí, (…) los insultos que se cruzan los recién casados son todo lo que resta de los valores de sus abuelos".
El cincel familiar labra formas específicas que se transmiten a varias generaciones. Como en esa familia indisociable al pueblo de Macondo, los Buendía de Gabriel García Márquez, iniciada con el matrimonio de los primos José Arcadio Buendía y Úrsula Iguarán, hasta llegar a la séptima y última generación con Aureliano, que poseyeron rasgos que atravesaron a toda la estirpe. En la larga historia de esa familia "(…) mientras los Aurelianos eran retraídos, pero de mentalidad lúcida, los José Arcadio eran impulsivos y emprendedores, pero estaban marcados por un signo trágico", narró el escritor colombiano en "Cien años de soledad" (1967). Incluso Borges sin conocer bien a algunos de sus antepasados conjeturó: "Nada o muy poco sé de mis mayores/ portugueses, los Borges: vaga gente/ que prosigue en mi carne, oscuramente,/ sus hábitos, rigores y temores./ Tenues como si nunca hubieran sido/ y ajenos a los trámites del arte,/ del tiempo, de la tierra y del olvido".
La psicología ha brindado un repertorio de teorías sobre la existencia de un legado familiar que prescribe patrones de comportamiento, repetición de conductas, situaciones destructivas y otras cuestiones. Tales como el "inconsciente colectivo" de Carl Gustav Jung, la "psicogenealogía" con Alejandro Jodorowsky, las "transmisiones transgeneracionales" de Anne Schützenberger (en la Argentina su discípula Evelyne Bissone Jeufroy, el "genosociograma" o árbol genealógico comentado), la "diferenciación del Yo" de Murray Bowen, o la "programación inconsciente" de Teachworth, entre otras.
Para Schützenberger, autora del libro "¡Ay, mis ancestros!" (1988), las "transmisiones transgeneracionales" son secretos, asuntos silenciados y ocultos que llegan a los descendientes sin ser digeridos. Sobrevienen de esa manera traumas, enfermedades, inscripciones somáticas o psicosomáticas, que pueden desaparecer una vez que se las habla, llora o grita. Las diferenció de las "transmisiones intergeneracionales", que son aquellas pensadas y habladas, como esos hábitos, habilidades o formas de ser que atraviesan generaciones (ser abogado, mecánico o trabajar en el comercio). A diferencia de las primeras, son transmisiones que se generan en la consciencia, fueron charladas u observadas, por lo cual, no producen problemas e incluso generan gratitud.
Desde la psicología se pretende que todo lo que se ha transmitido y permanece en el inconsciente emerja a la consciencia. Pero ante el peso ancestral cabe reflexionar sobre el lugar que ocupa la libertad. Analizar si el legado familiar es una suerte de determinismo para la descendencia, si son vidas cuyos destinos fueron elegidos por otros.
Esta inquietud puede ser abordada de la mano de José Ortega y Gasset. Hay dos elementos radicales que conforman la vida para el filósofo: "circunstancia" y "decisión". El primero es lo que nos es dado e impuesto, todo aquello con que nos encontramos, el "mundo determinado e incanjeable: es este de ahora". La circunstancia, entonces, es la "dimensión de fatalidad que integra nuestra vida", aunque aclaró, "esta fatalidad vital no se parece a la mecánica. No somos disparados sobre la existencia como la bala de un fusil, cuya trayectoria está absolutamente predeterminada". Lo que sucede es que "en vez de imponernos una trayectoria, nos impone varias y, consecuentemente, nos fuerza… a elegir" (en "La rebelión de las masas", 1930).
El hombre no se encuentra en un mundo hermético, advirtió Ortega, sino en uno que ofrece siempre posibilidades, pero éstas no son ilimitadas. El filósofo español señaló que "para que haya decisión tiene que haber a la vez limitación y holgura, determinación relativa". La "circunstancia", justamente, resulta ser "algo determinado, cerrado, pero a la vez abierto y con holgura interior (…) donde decidirse". Así la vida, afirmó Ortega, "es, a la vez, fatalidad y libertad, es ser libre dentro de una fatalidad dada". Esta fatalidad brinda un abanico de posibilidades determinadas, es decir, "ofrece diferentes destinos". El hombre, concluyó, acepta su fatalidad pero en ella él decide por un destino (en "¿Qué es filosofía?", 1957).
En este orden de ideas, las transmisiones de los antepasados integran el repertorio de posibilidades con que se encuentra el hombre, es decir, forman parte de su circunstancia con la que tiene que lidiar. Una vez consciente de lo recibido debe considerarlas con espíritu crítico para que no se tornen excusas evasivas de la responsabilidad. Asumida cabalmente la circunstancia, entonces, la existencia de un legado familiar no coarta la libertad de elegir y transitar un destino propio. No existe peso ni designio ancestral que justifique evitar la elección de una vida singular y auténtica.
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