"Pies, para qué los quiero si tengo alas para volar" - Frida Khalo
En adhesión a los 450 años de la fundación de Santa Fe
"Pies, para qué los quiero si tengo alas para volar" - Frida Khalo
Hablar sobre nuestra provincia para situar a las mujeres es hacerlo a través de la geografía y la historia. En estos dos elementos primordiales hallamos el origen de nuestra identidad, y en esa identidad lograda paso a paso durante varios siglos están las mujeres anónimas, las hacedoras de la vida diaria, de las que en su gran mayoría perdimos sus apodos, sus nombres, sus rostros y más aún sus apellidos, si los tuvieron cuando sólo eran la hija de… la esposa de… o un objeto de consumo.
Desde la geografía no podemos dejar de intentar una clasificación y se presenta ante nosotros una provincia con tierras y paisajes tan variados con una vegetación exuberante, montes y amplias llanuras. En ese medio hallamos en un primer intento las mujeres de la costa litoraleña, las hijas del río, devotas del padre Paraná, de las islas con rasgos propios que les otorga esa naturaleza amable y agresiva a la vez frente a la invasión de su hábitat.
Duros inviernos y veranos ardientes curten pieles y almas con inundaciones que arrasan con ranchos y vidas, o sequías prolongadas que quitan el alimento diario y hacen peligrar la sobrevivencia.
Mirar el río es pena y silencio, guarda secretos, da consejos, escucha y responde con los sonidos de sus aguas. Las mujeres de esa costa santafesina tienen la piel color tierra heredada de antiguas culturas que habitaron el lugar, sus ojos negros de mirada gacha brillan ante la pobreza y la soledad; su cabello grueso, renegrido, habla de fuertes temperamentos que se forjan a diario trayendo hijos al mundo para terminar criándolos en la soledad del abandono de los hombres, que les prometieron un hogar, un padre, un sustento. El engaño permanece a lo largo de generaciones.
Firmes están en la memoria ausente y no sabemos sus nombres, nacen y mueren ignoradas por una sociedad que olvidó sus presencias y sus luchas cotidianas.
Nadie las arranca de la tierra que las vio nacer, del río que enamora y a veces engaña en las noches de luna clara. Preservan una cultura ancestral heredada de sabias mujeres que les enseñaron a distinguir yuyos sanadores para extrañas dolencias, ritos a los diositos que las siguen acompañando y una idiosincrasia que se custodia como sagrada.
La literatura se apodera de esas imágenes cotidianas para dejarlas plasmadas en poesías, relatos y novelas. Y no en menor grado la música litoraleña a través del chamamé, la chamarrita y otros géneros preservan sus figuras.
A mediados del siglo XIX comienza a dibujarse nuestra Pampa Gringa, doblemente extranjera en cultura y lengua que dará origen a una civilización, que cubrirá de historias y leyendas la pampa gaucha. Un nuevo modelo de mujer se forja durante el proceso inmigratorio. Decididas a cambiar el rumbo de sus vidas enfrentan las adversidades que la nueva tierra les muestra día a día. No bajar los brazos, mirar hacia el poniente y rogar a sus santos protección era la tarea que las esperaba. Esas son nuestras bisabuelas, tatarabuelas, tías solteronas, otras viudas, las que nos dejaron un legado junto al apellido que portamos.
Aprendimos de ellas, heredamos su color de piel, los ojos claros y la mirada profunda. Fuertes temperamentos siguen corriendo por nuestra sangre que nadie doblega.
Cabe preguntarnos: ¿Qué significó para ellas perder la inocencia? ¿Cuáles son las distintas formas en que se pierde la inocencia? La naturaleza como protagonista y gestora de cuerpos y espíritus: urbanas y rurales, las del norte y las del sur de la provincia, la de los conventillos y las de la nueva burguesía, las del río y las de la pampa húmeda, las del monte y las de la llanura...
Las nativas de la provincia la extraviaron frente al avasallamiento del conquistador que las sometió como objetos de trabajo y placer.
Las que participaron de la fundación de Santa Fe allá por 1573, donde indias y mestizas fueron instrumento de la civilización con su inocencia ultrajada junto a sus derechos y libertad. Sólo sabían de órdenes, trabajo inhumano y obediencia.
Las españolas que arribaron a Santa Fe a partir del siglo XVI para reorganizar sus familias junto a sus esposos perdieron la inocencia, cuando el paisaje litoraleño se apoderó de sus vidas para demostrarles que a la naturaleza y al río se los respetaba y aprendía a amar.
Las panaderas de Santa Fe de la Vera Cruz por 1772 lanzaron "El clamor de las mujeres" al descubrir que perdían su fuente de trabajo siendo el sostén de familia y sus hijos morirían de hambre.
Las de la Independencia asumieron la responsabilidad de construir una Nación así se les fuera la vida en el primer intento.
Las que marcharon con las tropas rumbo al Norte junto a Belgrano y los hombres de la revolución al comprobar que entre vivir y morir sólo había un instante y regresar era una utopía.
Las que padecieron el horror de las campañas al "desierto" -todas aquellas regiones habitadas por aborígenes- arrancadas de sus tierras y familias masacradas como animales. La inocencia se volvió oscuridad y muerte.
Las que ayudaron en Caseros, Cepeda y Pavón perdieron la inocencia enterrando a sus muertos, curando heridos y mirando al cielo en ruegos de paz por una tierra, donde la libertad y la justicia sea una verdad.
Las santafesinas del Congreso de la Constitución en 1853 la perdieron al descubrir que si ellas no empujaban desde abajo y desde afuera no tendrían una ley madre para organizar el país soñado en 1810.
Las que llegaron a hacer la América cuando pisaron una tierra virgen que las esperaba entre amaneceres y tardes dulzonas, mientras las promesas se las había tragado el viento. El engaño y la mentira de las promesas incumplidas quebró la inocencia. Marías, Juanas, Josefas en todas las familias existieron.
Las de la Matanza de Cañada de Gómez en 1861, al ver que la muerte había arrasado con sus hombres y el vacío y la soledad tenía un nombre que vengar.
En la Revuelta de Timbúes en 1875, llamadas "Furias salidas del infierno", la perdieron cuando vieron ante sus ojos el poder de ciertos hombres quitándoles lo que tanto habían deseado y logrado con esfuerzo, su pueblo. La inocencia se convirtió en cólera.
Las de la Revuelta de Humboldt en 1893 al ver que perdían a sus hombres, sus derechos y la inocencia se tornó sed de justicia y la bandera la tomó Filomena, maestra de la escuela Fiscal, luchadora incansable, después de la revuelta dirigió una nota al Ministerio de Justicia denunciando los destrozos ocasionados por las tropas coterráneas, que llegaron a aplacar la sublevación.
Las de Norte santafesino en 1916 cuando el reino Forestal se apoderó de sus vidas, sus días y horas para sumirlas en el hambre y la miseria, mientras arrasaban con sus quebrachos colorados. Nos quedan los nombres de Eloina Martínez, Juana Vaca, Lilia Fontana, Eusebia Villarreal- esposa de Teófilo Lafuente - y Rosarito Bentos, entre tantas otras. Vivieron una larga vida para contar y recuperar la memoria.
Las de los conventillos de Rosario, Santa Fe y nuestra ciudad al descubrir que la inocencia era una utopía, que sólo se haría realidad si ellas salían a las calles defendiendo sus derechos. Las dirigentes anarquistas Juana Rouco Buela, Ana Llondeau, Catalina Álvarez, Josefa Rodríguez y Virginia Bolten, directora del periódico "La voz de la Mujer", participando activamente exponiendo sus ideas.
Las engañadas en los prostíbulos santafesinos cuando pisaron esta tierra y vieron que ellas sólo serían objetos de deseo sexual entre proxenetas y hombres desamorados ávidos de lujuria. La mujer que pasó a la historia para ponerle fin a la explotación salvaje fue Raquel Liberman cuando denunció ante la justicia a la Zwi Migdal.
Las que dedicaron su vida a sostener el emprendimiento de sus esposos como Ángela de la Casa, recaudando por los campos los pagos convenidos, después de las cosechas para saldar las deudas contraídas por su esposo.
Las de la educación como Ángela Peralta Pino, la maestra Caracol; las hermanas Cossettini innovando con sus métodos de aprendizaje para construir una nueva escuela. Y las que siguieron sus pasos para demostrar que la educación era el único camino para crecer y cambiar el mundo.
María Rabotti, heroína de la Revuelta de Alcorta en 1912, harta de que los hombres no se decidieran, es ella la que se saca su delantal de cocina y exclama "Viva la Huelga".
Recuperar la inocencia es una tarea que nos convoca a caminar al ritmo de los jóvenes que con sus ideales nos pueden, aún, dar lecciones. Merecemos "un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres": Rosa Luxenburgo.
*Profesora en Letras UNL