"Hasta lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar", Julio Cortázar
Existe la inmanente necesidad de dejar lo malo atrás y mirar con expectativas positivas lo que vendrá. Otra vez reseteamos el espíritu e intentamos despojarnos del peso -excesivo- de 365 días para el olvido.
"Hasta lo inesperado acaba en costumbre cuando se ha aprendido a soportar", Julio Cortázar
Llegó inesperadamente hace exactamente dos años, entre los festejos de la Navidad y los fuegos artificiales que daban la bienvenida al nuevo año. Llegó para quedarse, aparentemente. El veinte - veinte iba a cambiar soberanamente nuestras costumbres. Sonaba lindo decir "veinte – veinte"; ni imaginábamos lo que nos iba a deparar... Habíamos dejado años atrás el 2012, año del fin del mundo según las profecías mayas; películas catástrofes y los documentales en canales de historia y científicos que todavía se debatían entre realities y series de ficción histórica (a lo Dan Brown) y zombies por todos lados, pero no predijeron al Corona Virus.
Lo venimos soportando, es cierto, pero, en toda esa carga emocional que conlleva la aceptación de la peligrosidad junto con una laxa actitud frente a los recaudos, muchas cosas van quedando en el camino, y entre ellas, personas (que no son cosas).
Entre dimes y diretes, entre informaciones contrapuestas y periodismo de barricada, una cosa quedó más que clara (aunque muchos no quieran entenderlo): la vacuna es el único recurso efectivo para defendernos del Covid19. ¿Es que todavía hay que escuchar debates y argumentaciones respecto de si la vacuna es buena o mala? La vacunación -debemos entender de una buena vez por todas- es un acto altruista y solidario, es un gesto fraternal, una decisión comunitaria, una celebración de amor propio y al prójimo, al de al lado, al otro.
Hagamos memoria queridos lectores, este maldito virus -y si las lecciones de biología no me fallan, casi todos los bichos de su calaña- necesita de un anfitrión para poder reproducirse, mientras más cuerpos repelen al virus, menos chances existen de que se reproduzca.
En fin... otro año se va para dar paso al 2022. Suena lindo también, "veinte veintidós", el loco en la numerología quinielista. Entraremos a los cachetazos, arrastrando a esta altura dos años en que nuestras vidas cambiaron rotundamente y así, de repente. Ansiosos y hasta en algún punto vacilantes, con altos índices de preocupación in crescendo, dejamos atrás el año de la vacunación en masa. Todavía falta, y mucho. Las terceras dosis están a la orden del día mientras los casos positivos, en pleno verano y a la vista de lo que sucede en Europa, crecen exponencialmente. La variante Ómicron llegó para quedarse y multiplicarse. Altos índices de contagiosidad y bajos índices de mortalidad. Según las opiniones de reputados científicos en la materia, aparentemente ésta variante indicaría el fin de la pandemia. Me incomoda decirlo en potencial ¿pero no sería maravilloso que así fuese?
"Por lo general, los virus que son muy agresivos no son muy infecciosos y los virus que son muy infecciosos no son muy agresivos". "Cuando esto sucede, la gran mayoría se infecta, lo supera y desarrolla una verdadera inmunidad colectiva. Entonces, en algunos aspectos, Ómicron puede ser la luz al final del túnel", dicen los que saben y que han declarado últimamente. Estas palabras corresponden a dos reconocidos médicos israelíes, Zvika Granot y Amnón Lahad, pertenecientes a la Universidad Hebrea de Jerusalén, ni más ni menos. A esta altura del año la esperanza y los buenos deseos se renuevan y vienen desde Jerusalén ¿la buena nueva ha llegado? ¡Que así sea!
Naturalmente, cuando empieza un año, se renuevan las esperanzas, aunque hay quienes dirán "es un día más", "igual que cualquier otro", confirmarán. Se cambia el número del calendario, se cambia el almanaque y las celdas de las agendas aún están vacías de números y garabatos. Existe la inmanente necesidad de dejar lo malo atrás y mirar con expectativas positivas lo que vendrá. Otra vez reseteamos el espíritu e intentamos despojarnos del peso -excesivo- de 365 días para el olvido. Sin los estruendos ni las luces de años atrás, recibiremos al veinte veintidós con la consabida esperanza de saber que por lo menos, estamos mejor que al comienzo del año que se va. Los números fatales del comienzo de la pandemia; las restricciones; las pérdidas irreparables; los días rutinarios y solitarios; todo eso esperemos que quede en el pasado, que la llamada "cuareterna" solo sea un mal recuerdo, de esos que se olvidan con la inmediatez de una sonrisa. Las copas se alzarán acompañadas con la alegría del momento, con la mirada empañada de emoción, con la energía renovada de saber que un ciclo termina, y claro, con el aire acondicionado y/o los ventiladores a pleno, je.
Santa Fe arde. Ya deberíamos estar acostumbrados, pero no, el calor arrecia. No nos da paz; cada año y en la misma época, empezamos a quejarnos del calor. Es una queja de tango, un lamento que durará al menos 4 meses. La charla obligada en ascensores, en filas de banco, en el almacén, en el supermercado, en la calle a la sombra de un alero. Agobiados y sudados nos quejaremos de la virulencia de los rayos UV, miraremos con resignación al inclemente febo que asoma y asola nuestras santafesinas humanidades. Como cada año vamos a recurrir al bar más cercano del vecindario o más cercano a nuestros corazones para refrescar nuestros cuerpos con un buen liso, gaseosa o agua helada en jarra con limón, menta y jengibre que hace un puñado de años reemplazó a la limonada. Vamos a buscar la sombra bendita de algún sauce, vamos a evitar meternos en la laguna para no salir heridos por algún cardumen de palometas. Vamos a transpirar la gota gorda de los inclementes eneros santafesinos con la manguera y el porrón helado. La siesta se va a extender más de la cuenta gracias al susurro de los aparatos refrigerantes.
Empieza el año del loco. Ojalá que tengamos la cordura y la suficiencia de entender que de ésta salimos todos juntos. Con los patitos en fila. ¡Feliz veinte veintidós!
Existe la inmanente necesidad de dejar lo malo atrás y mirar con expectativas positivas lo que vendrá. Otra vez reseteamos el espíritu e intentamos despojarnos del peso -excesivo- de 365 días para el olvido.
Sin los estruendos ni las luces de años atrás, recibiremos al 2022 con la esperanza de saber que estamos mejor que al comienzo del año que se va. Dejamos atrás sus números fatales, las pérdidas irreparables y los días solitarios de aislamiento.