Escribe Tatiana (34 años, Asunción): "Hola Luciano, te escribo porque te quiero hacer una pregunta por algo de lo que ya escribiste en otras oportunidades, pero para mí no es claro. Varias veces dijiste que el complejo de Edipo no es que el niño se enamore de la madre ni se quiera casar con ella, pero… ¿Esto no pasa? Porque yo tengo un nene de tres años que lo tengo todo el tiempo encima, esto… ¿No es el Edipo? ¿O es apego?".
Querida Tatiana, muchísimas gracias por tu correo, viene bárbaro para poder explicar una idea muy difícil. Por un lado, porque tenés razón, varias veces dije que el Edipo no es la novela en que un niño se enamora de la madre, sino que es algo más complejo (perdón por el chiste tonto), pero también existen este tipo de situaciones que me contás. Por otro lado, porque no alcanza con decir qué cosa no es algo, es decir, definirlo por la negativa, para decir qué es positivamente. Entonces vamos a partir de la situación que vos me contás y desde ahí pasamos a pensar cuál es el sentido estricto de esta experiencia que es tan importante para el crecimiento mental.
Vos mencionás, querida Tatiana, una experiencia que es observable. Hacia los 2 y 3 años, luego del destete, es común que los niños desarrollen un claro apego hacia sus madres y, por ejemplo, las persigan por toda la casa, se quieran meter en el baño con ellas, en fin, en cualquier circunstancia, si ven a la mamá, quieren ir con ella. Aquí cabe una aclaración. Dije "Si la ven…", porque si no la ven, están lo más bien. Por ejemplo, no es que lloran en el jardín, o que la extrañan demasiado como para no poder quedarse en otros lugares. Esto es muy bueno, porque significa que el sentido de su ausencia ya está desarrollado.
El niño, entonces, cuenta con la ausencia de la madre, pero si ella está presente, quiere estar con ella. Ahora entramos en una distinción oscura, porque ese apego no solo tiene el fin de estar con ella. Si te fijás bien, vas a ver que muchas veces es una conducta celosa: el niño no quiere que la madre haga otra cosa. Dicho de otro modo, no se trata tanto de estar con ella, sino de que ella esté con él. En última instancia, quizás con un poco de exageración, podríamos llegar a decir que se trata de una conducta posesiva. El niño quiere poseer a la madre. Por ejemplo, en este punto si llega a ver que la madre charla a gusto con una amiga, o bien tiene un gesto tierno con el padre, se va a entrometer y va a gritar: "¡No!".
Esto último puede parecer un poco raro, pero te aseguro, si es que vos misma no podés dar cuenta de lo mismo, que me tocó ver a niños que si la mamá se pone a bailar, ellos gritan "¡No bailes!". O si ella está tranquila leyendo un libro, él se mete entre sus brazos y le impide la lectura. Es como si la cuestión de fondo fuera: no hagas otra cosa. Esto es el Edipo, es decir, no tanto que el niño esté enamorado de la madre y se quiera casar con ella, sino que la haya convertido en su objeto (psíquico) de amor. Aquí cabe hacer la diferencia que anticipé más arriba: esto no es apego, no es dependencia, ni necesidad de la madre, sino deseo.
Y el contrapunto es igualmente significativo: cuando no está con ella, el niño llora y tal vez hasta se enoja; porque su llanto no es de tristeza, sino de frustración. Quizá se despierta en medio de la noche y llama a la madre, no tanto porque tenga miedo o no pueda dormir sin ella, sino por lo que dijimos antes: quiere poseerla; pero, afortunadamente, ya está planteada la vía de salida: no podrá tenerla.
Este es un momento muy preliminar del Edipo, que no sé si se corresponde con el caso de tu hijo Tatiana, pero sí puedo decirte que esa frustración que el niño comienza a sentir en ese momento es muy productiva, porque se canaliza hacia un complejo precedente, que es el de control de esfínteres. Buena parte de la bronca que el niño siente por la frustración de su madre, la usará para hacer fuerza para ir al baño. Con esto último, lo que intento situar es que el Edipo es un complejo paradójico, ya que viene después del destete y el control de esfínteres, pero también ya está desde antes y presta su auxilio a los otros complejos. Por eso para Freud este era el complejo más importante de toda la estructuración psíquica.
Ahora bien. ¿Qué lugar para el padre en todo esto? Porque es claro que el Edipo no es solo la relación con la madre, sino también la intervención del padre. En este punto, diría que la intervención del padre es una suposición. Creo que durante muchos años se pensó que la otra cara del Edipo era que el padre se metiera entre el niño y la madre. No estoy de acuerdo con esta interpretación, porque creo que eso hace del padre otro niño más que quiere poseer a la madre. Y además hay varias familias en las que no hay padre y eso no quiere decir que falte. En todo caso, lo pensaría al revés: si hay padre, esto es lo que justifica que el niño tenga celos. Y si no hay padre, es porque padre puede ser cualquier otra cosa que hace que, en el niño, se ponga en forma su intención posesiva.
En cualquier caso, lo fundamental es que esta última tienda a la frustración; que, de un modo u otro, sea claro que el niño no podrá satisfacer ese anhelo, que su posesividad no será suficiente para que la madre renuncie a su interés por otras cosas. Este es un modo de decir que es preciso haber renunciado a la relación de apego para que sea posible la relación según el complejo de Edipo.
Para concluir, aclaro esto último: no es que el apego y el Edipo se excluyen, sino que la primera es condición de la segunda, pero si no se produce el desplazamiento, el pasaje de una a otra, lo más probable es que el niño permanezca en un tipo de relación más primaria que de elaboración e integración vincular. Si el atravesamiento del Edipo es exitoso, el niño ya no repetirá la relación con la madre con otra persona, sino que buscará justamente a otra persona.
(...) Me tocó ver a niños que si la mamá se pone a bailar, ellos gritan "¡No bailes!". O si ella está tranquila leyendo un libro, él se mete entre sus brazos y le impide la lectura. Es como si la cuestión de fondo fuera: no hagas otra cosa. Esto es el Edipo, es decir, no tanto que el niño esté enamorado de la madre y se quiera casar con ella, sino que la haya convertido en su objeto (psíquico) de amor. Aquí cabe hacer la diferencia que anticipé... esto no es apego, no es dependencia, ni necesidad de la madre, sino deseo.