- Escucho gente que relaciona a los cementerios con lugares sagrados, otros los llaman museos a cielo abierto. Hay, incluso, quien los piensa como sitios tenebrosos donde deambulan fantasmas y almas en pena.
- Escucho gente que relaciona a los cementerios con lugares sagrados, otros los llaman museos a cielo abierto. Hay, incluso, quien los piensa como sitios tenebrosos donde deambulan fantasmas y almas en pena.
-Yo siempre los asocié con bibliotecas. Largó Don Salvador Galíndez, deteniéndose frente a una vieja reja en el límite oeste del Cementerio Municipal. Una reja con dos letras en relieve entrelazadas “CB”.
-Cada sepulcro esconde un texto. Dramas, comedias, sainetes e incluso poemas. Por aquí duermen enormes aventuras como descarados plagios y también muchos intentos plausibles que, por algún motivo, no pasaron de meros borradores incompletos.
-Cada placa, cada epitafio bien podría ser el título de una obra.
-Hay algo que lo hace mejor aún que las bibliotecas. Retomó mi amigo luego de un largo silencio. Ninguna historia se repite. Aquí no existen las múltiples ediciones. Son todas tramas originales.
-Solo hay que afinar la imaginación, como hacen los buenos lectores. Ni más ni menos.
-Hoy quiero presentarle el escaparate de los textos en idioma extranjero - Concluyó.
Luego. Luego sacó una llavecita suelta del bolsillo interior de su saco pasado de moda y abrió el candado que sostenía la reja.
-Bienvenido al Cementerio Británico. El más olvidado entre los olvidados. Agregó Don Salvador, sarcástico como de costumbre.
- No sabía que existía un cementerio británico en Santa Fe. Intervine bajando el tono de mi voz.
- Pocos, muy pocos lo saben. En un tiempo yo solía venir a menudo, es que me había obsesionado con una historia de por acá.
Entonces caminó algunos pasos y se plantó frente a un sepulcro lleno de yuyos. Se agachó, los arrancó a tirones y dejó en descubierto una vieja lápida de mármol blanco.
“Frederick Stevens'' nació en la India en 1860 y murió en Santa Fe en abril de 1937.
Se sabe que las empresas extranjeras que se radicaban en el exterior tenían una exigencia indeclinable; los países donde su actividad se asentaba debían contar con un cementerio especial para los ciudadanos británicos y sus familiares que pudiesen fallecer lejos de las islas. Un cementerio no católico.
Es por eso que, en Asia, en Oceanía, en África y en América, existen cientos de Cementerios como este, donde descansan eternamente súbditos del imperio británico.
Hoy, la mayoría están olvidados.
-Este buen señor. Cuchicheó Don Salvador señalando la tumba del tal Stevens. Este buen señor me estuvo insistiendo para que le pegue un vistazo a su historia durante mucho tiempo. Desde que descubrí su tumba en los años 70, cuando la Corporación Británica de Santa Fe me contrató para limpiar y arreglar el lugar.
-Y como buen lector, terminé abriendo el ejemplar.
-Por los datos que encontré en la administración, había arribado a Santa Fe y muerto en esta ciudad mucho después de la oleada de británicos que llegaban atraídos por la industria de la carne y el quebracho colorado de la Forestal.
-No solo eso, llegó a Santa Fe sin escalas, directamente desde su lugar de nacimiento: Bombay en la India aún británica. Y, otra cosa, por una vieja foto de su documento, tenía ciertos rasgos hindúes.
-Pues bien, me obsesioné con lo que iba encontrando (leyendo) en cada página. Mandé cartas a la embajada, leí muchos archivos donde se lo mencionaba y terminé descubriendo algo sorprendente.
- Frederick Stevens había sido un hombre muy famoso en la India. Fue arquitecto y trabajó para el gobierno colonial inglés diseñando y llevando adelante innumerables obras. La más famosa era la estación de tren Victoria Terminus, que aún provoca admiración y fue declarada patrimonio histórico a mediados del siglo pasado.
-¡Pero no era él! No señor.
-El arquitecto Stevens había nacido en Reino Unido y muerto en Bombay en el año 1900, siendo muy joven aún.
El Stevens que yace aquí, en el cementerio británico de Santa Fe, nació en Bombay en 1860.
-¡Se trataba del hijo!
-Y fue entonces que desde mi imaginación de lector obsesivo y también, por qué no decirlo, punzado por el espíritu trotamundos de estos dos señores, terminé de armar la historia.
El arquitecto Stevens arribó siendo muy joven a la India Británica como soldado de la corona. Se enamoró de aquel lejano país y tuvo amores adolescentes con una mujer hindú, de la cual nació su hijo menor: Frederick.
Retornó a Inglaterra para estudiar y ya recibido regresó a la India, convirtiéndose en el más prestigioso arquitecto de Bombay. Tiempo después de su regreso se encontró con su hijo Frederick con quien convivió hasta su muerte en el año 1900.
Frederick Stevens (hijo), ya anciano, supuso que su vida culminaría en la India, pero igual que muchos súbditos de la corona, sintió que su pueblo natal ya no sería el mismo. Es que con la aparición de Mahatma Ghandi el antiguo país comenzaba a transitar su ansiado camino a la independencia.
En 1930, con la legendaria “marcha de la sal”, que dio comienzo a la gesta independentista de Ghandi, decidió marcharse y probar suerte en otras partes del mundo.
Alguien le mencionó un país verde en el confín de la Tierra.
Así fue que, luego de toda una vida, terminó recayendo en estas pampas en la década de 1930, ya pronto a cumplir 70 años de edad.
Es bastante probable que no haya llegado solo a Santa Fe, pero desgraciadamente, por más que lo intenté, no pude llegar a concluir este último capítulo.
Quizás alguno de sus lectores pueda ayudarme con el epílogo…
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