El proyecto italiano Capsula Mundi propone que nuestros restos mortales sirvan de abono al árbol de nuestra elección y así descansar como un roble o eucalipto y transformar el cementerio en un gran bosque para recordar a quienes han partido. Foto: Gentileza
-¡Donde pasaron humanos dejaron cementerios! Hay cementerios en lugares desérticos, en las montañas, en las estepas heladas y hasta en el fondo del mar. Pues bien, el nuestro está ubicado en un lugar que se caracteriza por tener tierra fértil. Me comentaba mi amigo, Salvador Galíndez, mientras caminábamos hacia el extremo sur del Cementerio Municipal de Santa Fe.
Como de costumbre, se detuvo de pronto y guardó silencio. Frente a nosotros tenemos una extensión de tumbas en tierra. Antiguas, seguramente de las primeras que fueron llegando a este enterratorio. La mayoría de sus lápidas están gastadas por la intemperie; apenas podían ser leídas.
-Fíjese en aquellas de allá, me dijo mientras señalaba un pequeño bosquecito con arbustos y maleza ensortijada. Ahí debajo aún queda algo de restos humanos.
Nos acercamos con paso cauto, esquivando lápidas, pozos abiertos y matas amarillentas. Pude apreciar de cerca lo que decía mi anciano guía.
Algunos aromitos, arbustos canilludos y maleza crecida directamente desde los nichos abandonados (olvidados). Incluso, se advertía a simple vista que la fuerza de las raíces había removido las losas y algo más del subsuelo.
Los dos volvimos al silencio. Más que eso, a la contemplación.
Una calandria nos miraba inclinando su pequeña cabeza desde el follaje de un arbustito, que salía de la tumba de un tal “Rogelio Ceferino Gómez”, buen padre y mejor amigo, que vivió por estos lugares desde enero de 1912 hasta noviembre de 1959.
Nos mantuvimos callados. La calandria largó su trino sinfónico y voló hacia el tapial alto, confín absurdo del lugar de los muertos.
Y entonces recordé.
Pabellón antiguo, sector norte del Cementerio Municipal de Santa Fe- Fotografía del 17 de mayo- 2023- Puede observarse un enorme árbol en el techo con raíces en las tumbas. Foto: Gentileza
Recordé que alguna vez conocí un lugar en cierto valle de Galicia repleto de olivos que, a diferencia de los campos plantados con la técnica del hombre, se veían en distribución irregular a lo largo y lo ancho de una superficie de varias hectáreas.
Los lugareños hicieron famosa una leyenda muy llamativa. Cada planta había crecido luego de una cruel batalla de la guerra civil. Cada olivar había crecido desde las entrañas mismas de cada combatiente muerto y enterrado en el sitio.
Con intención de evitar el giro místico o, acaso, conformar incrédulos con una explicación más mundana, se sostenía que los hombres, aislados en el valle por sus enemigos, estuvieron largos días alimentándose solo con aceitunas.
Al morir sus carozos (huesos, como se dice en España) habían germinado desde sus entrañas o quizá desde las bolsas de cada uniforme. Lo cierto es que los familiares cada 16 de octubre solían colgar flores desde las ramas altas, homenajeando a los cuarenta y cinco muertos que yacían en tumbas vegetales.
Volví, al Municipal…
- Fíjese. Me largó ahora Don Salvador, señalando hacia el norte donde se alzaban las edificaciones más modernas del cementerio. Fíjese en los techos, en las paredes de los nichos, y en todos lados. La vegetación avanza y no sabe de límites humanos.
Efectivamente, en mayor o menor medida, desde pequeños helechitos prendidos entre ladrillos y mármoles hasta ramas de arbustos que parecían salir de lugares recónditos, e incluso en los techos de los panteones, algo, o casi todo estaba irrumpido por vegetación de algún tipo.
-Los cuidadores de tanto en tanto deben cumplir con el ritual de la poda y el desrame en todos los lugares, tumbas, nichos, panteones, incluso en los techos y en las paredes. Es que, en estos edificios, se acostumbra asociar al avance de lo natural con el abandono de lo humano. Continuó.
-Pero bueno, la poda dura, a lo sumo, hasta las lluvias de primavera, luego las plantas vuelven a su invasión perseverante. “El día que el cementerio deje de ser atendido por un escuadrón de vivos todo caerá en las fauces de la naturaleza”. ¿No le parece? Concluyó, pegando media vuelta y comenzando el regreso en silencio.
Nos despedimos en el portal de ingreso con un apretón de manos.
Yo, que tengo la incómoda costumbre de darle mil vueltas a las cosas más simples, me quedé pensando el asunto por varios días.
¿Será una bendición o todo lo contrario que de los restos de una persona nazca una planta?
No parece tan malo que un helecho serrucho o un árbol que ocasionalmente pueda llegar a florecer, o albergar una colonia de insectos, un nido o, simplemente, atajar el viento y la lluvia, nazca de mis entrañas.
Cuando planteé la duda entre mis amigos la mayoría lo consideró un gran destino. Alguien, incluso, comentó que en Italia y en otros países de occidente existen empresas que ofrecen una especie de tumba integrada a la raíz de un árbol, que se entierra en cementerios parques.
Cada vez que paso por las afueras del Cementerio Municipal de Santa Fe detengo mi mirada en unos arbustos crecidos en los techos de los panteones que sobresalen de lo alto del tapial principal.
Pienso en su nutriente.
Arbusto (juvenil) que brotó desde una tumba en tierra, sector noroeste . Cementerio Municipal de Santa Fe. Foto tomada en 16 de mayo de 2023. Foto: Gentileza
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