Alberto Fernández se ha convertido en un alumno obediente del catalán Antoni Gutiérrez Rubí, su asesor de campaña, ahora vuelto al ruedo para un urgido rescate político. Sus consejos han reducido la constante exposición al "blooper" del presidente de la Nación, que hizo abandono de su espontánea verborragia para ceñirse al corsé declarativo elaborado por su instructor. Ahora sus intervenciones están maquetadas y responden a una estrategia comunicacional que, aunque abre interrogantes a futuro, lo resguarda del papelón cotidiano.
Es lo que ocurrió días pasados, apenas conocidos los resultados de las elecciones legislativas, cuando Fernández sorprendió con un mensaje grabado, en el que leyó en el "teleprompter" un texto redactado por el silente Gustavo Béliz. Todo ajustado a un libreto, y actuado puntillosamente por un cultor del desajuste y la improvisación, lo que desorientó a los analistas periodísticos. No obstante, un rato después, desde el escenario montado en el "bunker" del Frente de Todos en Chacarita, liberado de las maneas que le impone su estratega (o no), invitó a los concurrentes a festejar el día de la militancia con una concentración en la Plaza de Mayo para celebrar el "triunfo" electoral.
¿Fue sólo uno de sus habituales deslices verbales, o parte del nuevo libreto concebido por Béliz y Gutiérrez Rubí? A juzgar por el coro oficialista, que entona la misma canción, es una letra ensayada de antemano ante la certeza de una derrota, más allá de que se desconociera el quantum. El propósito es perturbar el triunfo del oponente mediante aseveraciones disparatadas, pero que tienen efectos en la opinión pública. Celebrar la derrota con amplias sonrisas, abrazos y bailecitos triunfalistas es una acción desconcertante para quienes acaban de infligirle al oficialismo unido su más categórica derrota desde el regreso de la democracia.
La cuestión es ensuciar la transparencia del triunfo cuanto se pueda, a fin de reducir sus efectos. Se trata de un recurso muy empleado por las dictaduras cubana y venezolana (sobre todo, la primera) en su larga lucha dialéctica y semiológica contra "el imperio". Cuanto más abstruso es el mensaje, cuanto más exagerada es la contradicción con la realidad, mejor. El objetivo es confundir a la ciudadanía, multiplicar y difuminar los significados y significantes del acontecimiento, crear dudas artificiosas; en suma, velar la imagen límpida de una clara victoria de la oposición.
Para colmo, dirigentes importantes de Juntos le pidieron al gobierno que reconociera la derrota. La demanda revela la falta de intelección del recurso usado por el oficialismo para atemperar un resultado a todas luces desfavorable. La oposición mordió el anzuelo al pedir lo obvio. Y lo obvio no se pide; lo obvio es, y está a la vista de todos. Lo grave, en todo caso, es que con esta actitud, el oficialismo incurre en una afrenta al voto popular, fuente de legitimación del poder en toda democracia que se precie de tal. Y en este sentido, la diferencia de 8,5 por ciento obtenida por Juntos sobre el Frente de Todos a nivel nacional, es contundente. Ceñir el análisis a la provincia de Buenos Aires, su bastión principal, donde también perdió, aunque por estrecha diferencia, no sólo implica un agravio al país, también soslaya un hecho revelador: que allí, los victoriosos referentes de Juntos, son dos "nuevos" en el territorio; Diego Santilli, urgido experimento electoral de Rodríguez Larreta con la mira puesta en su proyecto presidencial de 2023; y Facundo Manes, debutante en la arena política.
El segundo capítulo de la saga poselectoral, se interpretó el miércoles pasado en la Plaza de Mayo, donde Fernández precisó el sentido de su victoriosa expresión en el proscenio de Chacarita. Dijo: "El triunfo no es vencer sino nunca darse por vencido", elipsis propia de la posverdad, más vinculada con el sentimiento que con la realidad. Por otra parte, en un intento de fuga hacia adelante, aceleró los tiempos del calendario electoral de 2023, y en una inocultable referencia a Cristina Kirchner, manifestó su opinión de que para la elección de candidatos a todos los cargos y en todos los ámbitos, debería reemplazarse el dedo por las Paso. En línea con esta idea, invitó a la concurrencia a debatir con libertad las políticas públicas al interior del Frente, lo que pone en discusión el papel central del Instituto Patria como dominante tanque de pensamiento. También, como gesto de reciprocidad con la CGT, primera impulsora del acto que buscaba respaldar a Fernández en su difícil relación con Cristina, descartó cualquier iniciativa que pudiera implicar un recorte de los derechos de los trabajadores. Más aún, expresó que, si algún cambio es esperable en este terreno, será el de una ampliación de derechos laborales. En vísperas del tramo más áspero de la negociación con el FMI, cada palabra aumentaba el gasto público y el costo-país.
Como en tantas ocasiones anteriores, las contradictorias proposiciones que eslabonan su discurso lo convierten en un galimatías que esteriliza el resultado, salvo que esa telaraña de palabras no sea el síntoma de un pronunciado desorden conceptual, sino el buscado objetivo de confundir a las audiencias.
Al respecto, cabe recordar que, en su circunspecto mensaje del domingo electoral, Fernández subrayó la necesidad de alcanzar un acuerdo con el FMI y ratificó al ministro Martín Guzmán, como negociador principal. Quizás recordando aquello de que la mejor manera de invisibilizar a un elefante es esconderlo dentro de una manada de elefantes, el presidente cuestionó la deuda tomada por Macri con el Fondo (que, en rigor, es cuestionable), reiteró los ejercicios corporales que realiza ante esa entidad financiera (de pie, nunca de rodillas), y entre críticas -en verdad, menos encendidas- a la oposición, la invitó a entablar un diálogo patriótico orientado al logro del acuerdo político requerido por el FMI, a formalizarse luego mediante la aprobación legislativa de un presupuesto plurianual con base técnica.
Tres días después, en una imaginaria asamblea popular en la que sólo habló él, endureció el discurso contra la oposición, intentando fisurarla con ataques focalizados a Macri y Milei (otra vez el 2023 y un eventual balotaje), diatriba que se extendió a los principales medios de comunicación y a sectores financieros que, afirmó, en la semana previa al comicio propiciaron una acción destituyente mediante la inducción de la suba del dólar o, lo que es más preciso, la caída de valor del peso.
Como una contradicción más respecto de lo actuado hasta ahora, enfatizó su voluntad de impulsar las exportaciones de la industria y el campo, proveedoras de dólares genuinos (idea coherente con la hipótesis de un acuerdo con el FMI), pero lo concreto es que, en paralelo, se crea un nuevo impuesto sobre los envases de los alimentos, con incidencia sobre los precios futuros. La carga tributaria promedio en el precio de los productos está en el 50 por ciento, de modo que la avidez recaudatoria del Estado es causa directa del encarecimiento de los bienes, aunque la culpa sea atribuida a la voracidad de los empresarios. Nada se resuelve, sólo se trasladan responsabilidades, mientras permanecemos atrapados en el laberinto.
En una inocultable referencia a Cristina Kirchner, manifestó que para la elección de candidatos, debería reemplazarse el dedo por las Paso. Lo que pone en discusión el papel central del Instituto Patria como dominante tanque de pensamiento.
En su circunspecto mensaje del domingo electoral, Fernández subrayó la necesidad de alcanzar un acuerdo con el FMI y ratificó al ministro Martín Guzmán, como negociador principal. Tres días después, endureció el discurso contra la oposición.