Por Prof. Daniel Silber (*)
Por Prof. Daniel Silber (*)
El 27 de enero de 1945, las tropas soviéticas del Ejército Rojo -en su marcha victoriosa hacia Berlín, capital del Reich hitleriano- liberaron el campo de exterminio nazi de Auschwitz. No se imaginaban el horror que allí encontrarían.
Auschwitz no fue la antesala del infierno: fue el infierno mismo. Más de un millón de personas -representantes de todas las nacionalidades europeas, pero básicamente judíos y gitanos- fueron exterminados en esa fábrica de matar que había diseñado el Tercer Reich presidido por Adolf Hitler. Allí murieron más de un millón de personas en cámaras de gas, por inanición, explotación y torturas. Los nazis actuaron con una crueldad extrema; eran personas que en gran parte de su vida no habían sido monstruos, pero mostraron el grado de deshumanización al que llegó Alemania con el nazi-fascismo, y al que se puede llegar.
A 77 años de aquel acontecimiento, la memoria sigue siendo un arma poderosa no solo para no olvidar, no solo para evitar que tales atrocidades. Los crímenes que allí se perpetraron superan las fronteras de lo comprensible, ya que siendo uno de los crímenes más horrible jamás cometido en toda la historia del mundo, fue realizado a través de una maquinaria científica por personas nominalmente civilizadas.
Auschwitz fue pensado y ejecutado como una industria de la muerte. Pero previamente a la liquidación de las personas, se las exprimía (literalmente) y abusaba hasta más no poder: allí, la compañía química alemana IG Farben construyó y operó una fábrica de caucho sintético; otras empresas como Krupp y Siemens también tenían fábricas cerca para utilizar a los prisioneros como mano de obra esclava.
Por eso, debemos ir más allá de los homenajes: conmemorar hechos históricos es importante porque trae el hecho del pasado al presente. Se convierten en noticia. Entonces muchas personas, especialmente jóvenes que nunca se habían preguntado sobre el tema, lo leerán en sus teléfonos celulares, en las redes sociales, en los noticieros, y se les puede despertar la curiosidad.
Pero, sobre todo, tienen que haber políticas de conservación de la memoria. Todo lo que se ve en Auschwitz, como las montañas de cabello humano o de zapatos, los enormes depósitos atiborrados de elementos de uso cotidiano (valijas, anteojos, fotografías, enseres, ropa) son ciertos y su conservación se debe reivindicar y financiar. Son políticas que tienen que llevarnos hasta el presente para pensar en nosotros mismo. Como, por ejemplo, valga la relación que hay entre aquellos refugiados judíos y los que hoy mueren ahogados en el Mediterráneo, los que son deportados desde las fronteras al sur del río Bravo, los que huyen de las guerras artificialmente creadas -como en Siria o Libia-, los que son expulsados de sus comunidades en aras de la explotación de los recursos naturales como la soja o los minerales, los que viven en infames campamentos o en territorios ocupados y le son negados derechos.
En estos días es imprescindible hablar claramente porque experimentamos un preocupante grado de racismo, una intolerancia creciente y una ola de crímenes de odio. Sufrimos un ataque a los valores básicos de la democracia y un peligroso revisionismo de la historia, negacionista de lo que sucedió. Entonces la memoria es la clave para construir un puente entre el pasado, el presente y el futuro porque todos sabemos dónde terminan el antisemitismo, la xenofobia, la discriminación: terminan con Auschwitz.
Auschwitz fue posible por una combinación de factores. Por un lado, una política de asesinatos masivos y eliminaciones, de matanzas y masacres. Por otro lado, la existencia de una burocracia y unos medios técnicos para llevar a cabo esas acciones. Pero también, un elemento fundamental en la decisión de los líderes nazis de llevar adelante el genocidio, fue la participación voluntaria de una gran número de perpetradores, que contaban con la simpatía -o el silencio cómplice- de gran parte de la población civil; en el caso de las masacres sobre el pueblo judío de Europa (Jurbn en idish -catástrofe-) principalmente de gente común (alemanes, pero también muchos otros europeos: ucranianos, polacos, letones, franceses, austríacos, húngaros, noruegos y otros) y, sobre todo, la ideología que los motivó a todos a creer que aniquilar a las personas atacadas es necesario y correcto. Auschwitz representa una contrarrevolución racista que los nazis provocaron buscando derribar los fundamentos de la civilización, incluida su noción central de una humanidad común por encima de cualquier diferencia existente.
Auschwitz nos convoca al derecho a la resistencia en defensa de la democracia, a cuidar su memoria para que las lecciones de la historia no se desvanezcan en el tiempo y quede solamente como una efeméride en el calendario que hay que cumplir.
Auschwitz no debe divorciarse ni de su realidad histórica ni de su presente: físicamente está un poco lejos, pero es un sitio simbólico con significados casi infinitos, como la Comisaría 4a. de Santa Fe, la ESMA, Campo de Mayo, La Perla. Hay que evitar el ver ese campo solo como un monumento, como algo remoto que ya pasó, sino recordar las experiencias vividas de los prisioneros, de los responsables y de los espectadores, mirando la actualidad histórica de vivir y morir en Auschwitz. Eso lo hará más reconocible y nos ayudará a comprender y conmemorar más claramente los crímenes que se cometieron allí para que NUNCA MÁS se repitan.
Auschwitz no es historia. Auschwitz es presente, aunque lleve otros nombres. Es futuro, porque así como hubo quienes fueron capaces de construir las ignominiosas cámaras de gas, también hubo personas que elaboraron la Declaración Universal de los Derechos Humanos y otras que hoy crean vacunas para salvarnos de las pestes.
Honremos a las víctimas de la intolerancia, honremos a los libertadores que abrieron los portones de la infamia. Honrémoslos construyendo en el presente y en el futuro sociedades justas, libres, emancipadas, lejos de cualquier horror y protegidas de cualquier opresión.
(*) Vicepresidente ICUF/ Idisher Cultur Farband (Federación de Entidades Culturales Judías de la Argentina).
La memoria es la clave para construir un puente entre el pasado, el presente y el futuro porque todos sabemos dónde terminan el antisemitismo, la xenofobia, la discriminación: terminan con Auschwitz.
Un elemento fundamental en la decisión de los líderes nazis de llevar adelante el genocidio, fue la participación voluntaria de una gran número de perpetradores, que contaban con la simpatía -o el silencio cómplice- de gran parte de la población civil.