Juan Ramón Balcarce. Foto: Archivo
Por Juan Pablo Bustos Thames
Juan Ramón Balcarce. Foto: Archivo
por Juan Pablo Bustos Thames
Es conocida la destacada actuación que le cupo al general (por entonces coronel) Juan Ramón Balcarce en la Batalla de Tucumán, donde comandó el ala derecha del ejército patriota. Sin embargo, no se conoce mucho el duro enfrentamiento que mantuvo este oficial con su entonces superior, el general Manuel Belgrano, jefe del Ejército del Norte, desde que éste se hizo cargo en 1812. Comenta el general Paz en sus Memorias que “casi con la Revolución de Mayo tuvieron nacimiento los partidos que han despedazado después la República”. Y continúa: “El Sr. Balcarce pertenecía, como el general D. Martín Rodríguez y otros muchos, después acérrimos unitarios, al partido que se decía de Saavedra, mientras el general Belgrano (dicho sea en su obsequio), no era hombre de partido, y no simpatizaba con él. Reunidos ambos jefes en un mismo ejército, a cada momento se resentían sus relaciones, de los servicios de los partidos a que pertenecían y que estaban todavía en lucha”. Era claro que el general Manuel Belgrano era partidario de dar un impulso profundo y radical a la Revolución, en consonancia con lo sostenido por los demás abogados que integraban la Primera Junta (Moreno, Castelli y Paso), y que participaban del bando llamado “morenista”; más a tono con los principios emanados de la Revolución Francesa. Por eso, nadie se extrañaba de “esa desconfianza mutua que mediaba entre” ambos oficiales, como señala Paz. El estratega cordobés, que ha dejado una valiosa y minuciosa descripción de la personalidad de Belgrano, brinda unas pocas impresiones sobre Balcarce, de quien “puedo decir menos, porque lo he tratado poco; pero a lo que juzgo por lo que he visto y oído, era un hombre honrado, patriota sincero, de pocas luces y cortos talentos...No era un ‘genio' para la guerra, pero lo he creído capaz de llenar los deberes del puesto que se le confiase y de desempeñar medianamente comisiones de tal cual importancia”. En una palabra, era un hombre “mediocre”. Juan Ramón Balcarce era el hijo mayor de una familia de ilustres hermanos que sirvieron a la Revolución: Antonio, Marcos, Diego, Lucas, Francisco Balcarce hijo, y José Balcarce. En realidad, el apellido completo de toda la prole era González Balcarce. Sin embargo, el único de los hermanos Balcarce a quien se conoce con el apellido completo de González Balcarce es a Antonio, el héroe de Suipacha y luego consuegro del general San Martín. La bronca de Belgrano Belgrano, en su poco conocida “Memoria de la Batalla de Tucumán”, se despacha con mucho resentimiento contra Balcarce, y si bien no quería ventilar estas desavenencias en el seno del Ejército, el hecho de que Balcarce se hubiera autoatribuido el mérito absoluto del triunfo, lo llevó a contar su verdad de los hechos. Así se expresó el general: “Había pensado dejar para tiempos más tranquilos, escribir una memoria sobre la acción gloriosa del 24 de septiembre del año anterior; lo mismo que de las demás que he tenido, en mi expedición al Paraguay, con el objeto de instruir a los militares del modo más acertado, dándoles lecciones por medio de una manifestación de mis errores, de mis debilidades y de mis aciertos para que se aprovechasen en las circunstancias y lograsen evitar los primeros, y aprovecharse de los últimos. “Pero es tal el fuego que un díscolo, intrigante, y diré también, cobarde atentado (...). Introdujo en el ejército, sin efecto en este pueblo y en la capital; y su osadía para haberme presentado un papel que por sí mismo lo acusa, cuando trata de elogiarse y vestirse de plumas ajenas, que no me es dable desentenderme y me veo precisado en medio de mis graves ocupaciones a privarme de la tranquilidad y reposo tan necesario, para manifestar a clara luz la acción del predicho 24 y la parte que todos tuvieron en ella..”. Explica Belgrano que Balcarce había apoyado a los responsables de la asonada del 5 y 6 de abril de 1811, en la cual los saavedristas dieron un golpe de Estado, y removieron de la Junta Grande a los pocos diputados morenistas que quedaban en ella. Ello motivó su desconfianza hacia un oficial que manifestaba tendencias a alzarse contra la autoridad. Sin embargo, al recibir el mando del Ejército del Norte, de manos del Gral. Pueyrredón, le consultó a éste sobre la conveniencia de mantener o no a Balcarce en el seno del ejército. El jefe saliente le manifestó que no debía desconfiar; ya que, a su criterio, Balcarce se había comportado como un buen oficial bajo su jefatura. Era tal el respeto que Pueyrredón inspiraba en Belgrano, que comenta éste en su memoria: “Con este dato, creyendo yo al general Pueyrredón un verdadero amante de su patria, apagué mis desconfianzas, y habiéndome escrito con expresiones excedentes a mi mérito, le contesté (a Balcarce) en los términos de mayor urbanidad y traté desde aquel momento de darle pruebas de que en mí no residía espíritu de venganza, sin embargo de haber observado por mí mismo, que su conciencia le remordía en sus procedimientos contra mí”. No obstante, las dudas y recelos de Belgrano hacia Balcarce se potenciaron con la conducta que este último empezó a mantener. Paz minimiza la supuesta intriga de Balcarce, y opina que “tampoco pienso que tenía un carácter intrigante; como dice la memoria -de Belgrano- más imbuido en la rutina de la antigua milicia española, no podía amoldarse a la impulsión que el general Belgrano quería dar y a la nueva organización del ejército: de aquí provenía su resistencia, que el general clasificó de insubordinación e intriga y que pudo haber degenerado hasta tal punto”. Punto de quiebre La relación entre ambos llegó a un límite con un “papel” que Belgrano cuenta le pasó Balcarce luego de la batalla de Tucumán. Dice Paz que no sabe de qué trataba ese papel que tanto disgustó al general, pero relata que antes del Éxodo Jujeño, la vanguardia del ejército patriota estaba apostada en la Quebrada de Humahuaca. Y la vanguardia realista, por su parte, se hallaba en Suipacha, un pueblo al sur de la actual Bolivia. Entre ambos ejércitos mediaba una distancia aproximada de 225 kilómetros. Al respecto, José María Paz manifiesta que “no es extraño que algunas partidas recorriesen una parte del territorio intermedio, sin que jamás llegasen a incomodarnos. Repentinamente, se dio a los húsares y dragones que allí había, que serían como trescientos hombres, y una compañía de infantería montada, de estar prontos a marchar” con la jefatura de Juan Ramón Balcarce. Así fue que esa fuerza arribó a Yavi, en la provincia de Jujuy, “y arrestó a un anciano tío del marqués de ese nombre que estaba descuidado en la hacienda. Es verdad que el marqués servía en esa época al ejército enemigo y acaso se creía que el tío participaba de sus opiniones o de sus compromisos. Sea lo que fuere, éste fue el único trofeo y el manifiesto de esta pequeña expedición...”. Paz desautoriza a Balcarce diciendo que “por grande que ésta fuese, la operación no era de importancia, y en consecuencia, es ridículo que el Sr. Balcarce se vanagloriase de ella y la citase como una acción meritoria”. Para el militar cordobés “nunca hubo verdadera confianza”, y la situación llegó al extremo de que el general Belgrano, receloso de Balcarce, destacó como espía suyo al teniente Juan Escobar -de quien Paz tenía pésima opinión-, destinándolo como ayudante del coronel Balcarce para que le transmitiera cualquier información que pudiera ser útil. La relación se tensó aún más cuando, durante la batalla de Tucumán, Balcarce se presentó ante el general con un grupo de soldados de caballería que habían saqueado el parque abandonado por Pío Tristán, hecho que le cayó mal a Belgrano, apegado al orden y al respeto de las ordenanzas militares. Después de la batalla, y durante la permanencia del Ejército Auxiliar del Perú en Tucumán, el coronel Balcarce logró relacionarse convenientemente dentro de la sociedad tucumana, especialmente con la influyente familia Aráoz; cultivando la confianza y la amistad del vecindario; que lo supo acoger como a un hijo más. Es probable que, a sabiendas de que su situación de enfrentamiento con Belgrano no tenía retorno, Balcarce decidiera abandonar el Ejército utilizando la puerta grande que le abría la política; lo cual logró con bastante éxito, por cierto. En cuanto a Manuel Belgrano, inició la segunda campaña al Alto Perú -llena de sinsabores y decepciones- cuando los senderos de ambos militares ya se habían bifurcado para siempre.