A menudo Santa Fe se muestra tan olvidada de sí misma, que sus múltiples activos históricos duermen el sueño de los justos, sin provecho para los santafesinos y para el país, porque se trata de patrimonios nacionales arrumbados en el cuarto de los trastos viejos.
Es cierto que algunos bienes históricamente valiosos han sido rescatados -por caso, los restos arqueológicos de la primitiva Santa Fe-, pero la escala de la acción siempre ha estado restringida al trabajo de una persona o de un grupo de personas que han tenido la energía suficiente para impulsar el rescate con resultados no siempre satisfactorios.
Quizá el ejemplo más representativo de esos empeños haya sido el de Agustín Zapata Gollán por exhumar Santa Fe la Vieja, y desarrollar en ese sitio un polo cultural de aristas históricas, arqueológicas y tradicionalistas que contó con el apoyo de gobiernos provinciales de diversos signos políticos.
Pero en Santa Fe de la Vera Cruz, continuidad histórica de aquella ciudad reducida a ruinas que don Juan de Garay fundó el 15 de noviembre de 1573, si bien hay un cierto número de edificios que recibieron el reconocimiento y la protección retórica de la Comisión Nacional de Monumentos, Lugares y Bienes Históricos, hay que señalar que no terminan de quedar asegurados para la posteridad.
Hay mucho remiendo temporario y blanqueado de ocasión, pero faltan intervenciones de fondo con la asistencia de tecnologías, sistemas y materiales que pueden consolidar adecuadamente sus estructuras y ampliar, en consecuencia, su horizonte temporal y sus funciones culturales.
La ciudad de Santa Fe y su ámbito jurisdiccional, que en 1573 se constituyó, a la vez, en el primer puerto de lo que, andando el tiempo, sería la República Argentina, fue también la primera en nacer como ciudad en el Río de la Plata (Asunción del Paraguay, su matriz, se había originado como un fuerte urgido por las circunstancias). En tierra de la actual provincia se hizo la primera siembra de trigo y cebada por hombres de la armada de Sebastián Gaboto, que en 1527 levantaron en el encuentro de los ríos Carcarañá y Corondá, a corta distancia del gran colector del Paraná, el fuerte de Sancti Spiritus, primer asentamiento español en el territorio ahora argentino. Y en Santa Fe la Vieja, las actas capitulares de los primeros años de la ciudad conservan los registros de marcas de ganado correspondientes a sus vecinos. De modo que los orígenes de la agricultura y la ganadería que sentarían las bases de la futura riqueza de nuestro país, están atesorados en parques arqueológicos (Santa Fe la Vieja y Gaboto) y documentos conservados en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe, con sede en nuestra ciudad.
Comenté en una nota publicada meses atrás, que partes sustanciales de las dos residencias privadas (con sus diferentes tipologías) más antiguas del país -las de Diez de Andino y Aldao- integran el patrimonio urbano de Santa Fe, y en aquella ocasión, Alicia Talsky, exdirectora del Museo Histórico Provincial "Brigadier General Estanislao López", me sugirió que expandiera los registros sobre el acervo santafesino. Es lo que intento hacer con esta nota escrita durante la veda electoral.
Hoy quiero poner el foco en la manzana jesuítica de Santa Fe, que pese a su excepcional significación histórica estuvo muy cerca de quedar afuera del Camino de los Jesuitas de Sudamérica, un corredor histórico y turístico integrado por 55 sitios patrimoniales de la orden ignaciana, 19 de los cuales han sido declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.
La Manzana Jesuítica de Santa Fe, pese a sus aquilatados antecedentes y su vigencia de colegio pleno de vida, recién fue incorporada al Camino a fines de 2020, en tanto que a mediados de julio del corriente año el Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación, notificó a la Municipalidad de Santa Fe la habilitación del portal del Camino Internacional de los Jesuitas (www.caminodelosjesuitas.com) que incluye a la casa ignaciana de nuestra ciudad.
Dicho de manera cruda, este patrimonio entró raspando y a última hora a un circuito que fue pensado y desarrollado durante años, mientras Santa Fe dormía una siesta reparadora pero riesgosa para su destino, en un tiempo signado por dinámicas que exigen atención permanente.
En otras palabras, podemos poseer activos culturales valiosos, pero si no ponemos énfasis en hacerlos visibles, promoverlos y gestionarlos, los efectos serán muy parecidos a no tenerlos. Ya lo hemos experimentado, y, como consecuencia, se han producido pérdidas irreparables.
El caso de la Manzana Jesuítica de Santa Fe, ahora asociada con las más famosas de Buenos Aires y Córdoba, e integrada a un portal internacional que cuenta con el respaldo del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), es un buen ejemplo de lo que digo.
Basta pensar que este colegio que, para el Buenos Aires de estos días pasaba inadvertido en el proyecto en desarrollo, es nada menos que el primer colegio -por entonces, escuela- de la Argentina, levantado en 1610 por el padre Francisco del Valle y el hermano Juan de Sigordia con la inestimable colaboración económica y la entrega física del mismísimo Hernandarias de Saavedra, quien "… asistía personalmente como celoso sobrestante y echaba muchas veces del azadón o de la espuerta (recipiente) para acarrear tierra…", según refiere Pedro Lozano S.J., historiador de la orden (1697 - 1752).
En esa escuela, convertida poco después en colegio secundario, luego de que la ciudad se trasladara al sitio actual y adoptara el nombre de Santa Fe de la Vera Cruz, hicieron sus primeros estudios excepcionales figuras de las ciencias y las humanidades americanas. Tales fueron los casos de Buenaventura Suárez (1674 - 1750), primer óptico y astrónomo -y por lo tanto primer científico nativo de Hispanoamérica-, y Francisco Javier Iturri (1738 - 1822), notable historiador y polemista que, al igual que Suárez, y jesuita como él, inició sus estudios en el colegio de Santa Fe y los prosiguió en Córdoba. Fue docente y escribió la primera historia civil de lo que será la Argentina desde una perspectiva americana.
Luego de la expulsión de la orden de Loyola de España y sus dominios, decretada por el rey Carlos III en 1767, Iturri será uno de los que más padecerá los avatares de sucesivos destierros. Pero lo importante es que, reinstalada la orden en Santa Fe en 1862, ese gran centro de formación intelectual pronto creará la Academia de Literatura "Santa Teresa de Jesús" (1867), echará las bases de las Aulas Mayores (1869), embrión de la posterior Facultad de Derecho de la Universidad Provincial de Santa Fe (1889), antecedente directo de la Universidad Nacional del Litoral (1919). También se crearán las academias de Taxidermia (1923), de Idiomas, Música y Pintura, sin olvidar los gabinetes de Física, Química y Ciencias Naturales.
Del colegio, sus academias e institutos egresaron, científicos y escritores, gobernadores, funcionarios públicos y profesionales liberales que impulsaron el crecimiento de Santa Fe y provincias vecinas. En suma, una trayectoria de gran calado educativo, que estuvo próxima a ser ignorada si no fuera por la providencial elección de Jorge Bergoglio como Papa Francisco. Un Bergoglio que realizó dos de sus tres años de magisterio obligatorio en la carrera sacerdotal de los jesuitas, en el colegio de la Compañía en Santa Fe. Ese hecho, más que su secular contribución a la historia de la provincia y el país, determinó su inclusión en el Camino Internacional de los Jesuitas, lo cual demuestra que, en este mundo de atractivos escaparates, hay que aprender a mostrar los casos para que el país les preste atención.
Podemos poseer activos culturales valiosos, pero si no ponemos énfasis en hacerlos visibles, promoverlos y gestionarlos, los efectos serán muy parecidos a no tenerlos. Ya lo hemos experimentado, y, como consecuencia, se han producido pérdidas irreparables.
Del colegio, sus academias e institutos egresaron, científicos y escritores, gobernadores, funcionarios públicos y profesionales liberales que impulsaron el crecimiento de Santa Fe y provincias vecinas. Una trayectoria de gran calado educativo, que estuvo próxima a ser ignorada.