¡Cuánto tiempo nos llevó aprender que los gentilicios turco y árabe no son sinónimos! Y mucha gracia no les ha hecho a varios de ellos ser confundidos los unos con los otros.
¡Cuánto tiempo nos llevó aprender que los gentilicios turco y árabe no son sinónimos! Y mucha gracia no les ha hecho a varios de ellos ser confundidos los unos con los otros.
Los turcos llegaron del Asia Menor, mientras que los árabes, (por extensión) son originarios de la península arábiga, territorio situado como el jamón del sándwich entre África y Asia, entre el golfo Pérsico y el mar Rojo, las aguas más conocidas que rodean Arabia.
De turcos y también de árabes, de muchas de sus mujeres y de los hombres también, llama la atención la belleza de sus ojos. En cada recodo de Turquía, se encuentran esos ojos hermosos: en la chiquilla que corre cuando llega el bus con turistas, cien trencitas rubias y ojazos celestes, ofreciendo las mercancías que preparó su madre, en los ojos color dorado del muchacho que asegura en su tenderete que todo es "bueno y barato" y los ojos que inspiraron al artista a pegar cada teselita para realizar el gran mosaico de la muchacha de ojos inquisitivos pero bellos de la niña ¿gitana? que guarda el Museo de Mosaicos de Zeugma, en la ciudad de Gaziantep, Turquía, (el museo de mosaicos más grande del mundo).
Afirmación conocida es la que asegura que "los ojos son el espejo del alma". Y no le falta razón. ¡Cuánto nos dicen sin mediar palabras!
Pero hay otros hermosos ojos, preciosas obras de arte, que mucho dicen también, sin utilizar palabras. Más exactamente, somos nosotros los que nos ocupamos de ellos y hablando de preciosos ojos turcos, han hecho suyo ese bello talismán que atrae la buena suerte, ¡detiene el "mal de ojo"!, le pone el pecho a la envidia, acarrea fortuna y cuántas cosas más que se le quieran atribuir, al munçuk.
Pero: su origen ¿verdaderamente fue en Turquía? En la actualidad los que se ven en ese país son casi todos ojos azules, hechos en vidrio y varios muy valiosos, fabricados con una técnica semejante a la del cristal de Venecia. Cantidad de árboles, que a falta de hojas cuelgan miles de ojos de cristal azul, hablan a las claras de la pasión que siente el pueblo por ese bello talismán. Llamado también "nazar", vocablo árabe que significa "ver".
Este amuleto figura hasta pintado en aviones de una línea aérea turca. Y aunque el Islam no permite el uso de amuletos, el ojo supo escapar de la prohibición. Y el Profe Google señala mientras tanto que nazar boncuğu significa en turco "perlas de mal de ojo".
También en Grecia, ya que cada uno dice ser el "propietario" de los "ojos que todo lo pueden", se ha usado este amuleto y no es raro que aparezcan como cuentas en los pequeños "rosarios" llamados begleri.
En Egipto, también se los encuentra de otros colores: cada color con una misión diferente para proteger al que lo lleva. Por supuesto: rojo para el amor, amarillo para la envidia, etc. etc.
¿Dónde surgió esta creencia? ¿Qué se sabe de ella? ¿Ha sido rastreada con rigor científico? ¿Por qué este amuleto reina sobre tantos otros?
Sobre otros talismanes que se usaban en tiempos de los abuelos, es sin lugar a dudas, el que se ha puesto de moda. El por qué: por la costumbre y por la belleza con la que se los fabrica y por el modo como se los acompaña con otros abalorios. La verdad: son composiciones bellísimas que el turista compra para sí y para traer como souvenir.
Es portador de buena fortuna si es obsequiado y por eso, en cada local de artículos para tentar al visitante, luego de la compra es usual recibir como obsequio, dando las gracias, un mini alfiler de gancho, de donde cuelga un minúsculo dije y el infaltable ojo turco.
Pero el poder del ojo para contrarrestar los maleficios viene de mucho tiempo atrás. ¡Hasta en tablillas de arcilla lo escribieron los sumerios!
Y hasta tanto no aparezca otra exhumación de sus lejanos orígenes, con más crédito y fundamentos, la explicación más acertada es repasar la historia y recordar que el gran poder del imperio otomano llegó y gobernó el norte de África. Egipto estuvo bajo el poderoso Suleimán, sin ir más lejos. Y sobran ejemplos de que los conquistadores toman y hacen suyos elementos culturales, costumbres domésticas, de los conquistados. Transculturación pura.
No es demasiado aventurado colegir que de allí llegó a Turquía (e hizo suyo el Mediterráneo), el "ojo que todo lo ve". Cuando descendientes de los selyúcidas llegaron hasta Egipto, éste ya tenía su propio ojo en toda su cosmovisión, el ojo de Horus, Udyat, símbolo al que se adjudicaban poderes mágicos.
Los dioses egipcios son un panteón apasionante. Es interminable su estudio. Muchos egiptólogos siguen discutiendo casa paso de la investigación de otro. Y hablar de sus dioses supone ubicarse en determinado período del Egipto antiguo. Y más aún: ¿En qué región de esa gran matriz de conocimientos y creencias? ¿En qué tiempo y en qué lugar? ¿A quiénes veneraron sus habitantes, sus sacerdotes, sus faraones? ¿Al dios que se denominaba de una forma aquí, se lo llamaba de la misma manera allá? Y no será fácil simplificar la historia, simplificarla... pero sin cometer errores y optar por alguna de las tantas versiones, que a un mismo caso le da esa historia.
La cosmogonía egipcia tuvo también su Caín y Abel. Y allí arranca lo valioso y significativo del ojo de Horus. Osiris, el dios protector que enseña al labriego el arte de la agricultura, el benefactor que cuida del hombre, el que todo lo ve. El que muerto, regresa para ser luz y guiar a los muertos.
Osiris desposa a Isis, la hermosa, la que tiene el poder de la magia, diosa de la fertilidad materna, la que a veces es alada y despliega y cubre con sus alas lo que desea proteger.
Seth, el hermano envidioso de Osiris, lo mata, corta todos sus miembros y los desparrama para que no tenga digna sepultura y no pueda llegar al Infinito. Otros aseguran que luego de muerto Osiris, Seth entrega su cuerpo para que sea devorado por los cocodrilos.
Pero Isis busca a su esposo, reúne los pedazos, los cose y cubriéndolo con sus alas le insufla el aliento vital. En otros intentos el malvado Seth arroja el sarcófago al Nilo e Isis buscándolo llega hasta Biblos.
Pero entre una y otra de las versiones, antes o después, Isis concibe a Horus. Y es este hijo el que se enfrenta a su tío y dirime el viejo pleito. Pero en la contienda pierde un ojo (y esta versión es la que interesa para seguir con el hilo de esta génesis del ojo turco). Recogen el ojo, Isis hace con ese despojo de su hijo, lo mismo que hizo con los pedazos de su esposo y lo devuelve amorosamente a su hijo.
Versión ésta que cala más profundo en lo que actualmente decimos de las madres: que tienen algo de magia. ¿Quién más tiene el poder de colocar saliva en su propio dedo y con ella limpiar la rodilla raspada del hijo? ¿Acaso alguien se atreve a dudar que esa saliva materna es desinfectante, anestésica, cicatrizante... y hasta que llegue el agua y el jabón, o el aerosol última generación, esa saliva en el dedo hasta reparó el lagrimeo?
Así debió haber sido la magia de Isis. Y ese ojo ahora todo lo ve, detiene la maldad, ayuda al padre a ser el guía y cuidador de los muertos.
"Horus conquistador de Seth". Es el "Señor de la luz y del cielo"; sus ojos son el sol (el derecho) y la luna (el izquierdo).
Como todo hecho decisivo... varias versiones se disputan el suceso: Thoth en ciertos ciclos de la mitología egipcia, fue un dios supremo, un dios creador. Fue el que trajo la escritura al hombre, con lo que permitió que éste comenzara a olvidar ciertas cosas que no convenía a los dioses que recordara. Porque como dijo Vargas Llosa, la escritura salva a la palabra de la perecible oralidad.
Pero este dios, poseedor de magia, patrono de la hechicería y los escribas, fue el creador de la palabra, del lenguaje articulado y portaba una balanza con la que pesaba los hechos de los hombres.
Y por ser un dios sabio, era un dios bondadoso (casi siempre) así que al encontrar hecho trizas el ojo de Horus, lo recompuso y se lo devolvió. Este buen hijo se lo da a Osiris, su padre, con lo que éste vuelve a la vida.
Otomanos, griegos, romanos llegaron hasta Egipto y no se quedaron solamente con sus riquezas, o con el obelisco del templo de Karnak que instaló Teodosio I en el Hipódromo de Constantinopla y que hoy se lo puede ver en la plaza de Sultanahmet de Estambul.
También se quedaron y lo adoptaron como suyo, a ese hermoso ojo turco, ese ojo griego, que toman muy en serio en Turquía, pero que a nosotros nos seduce con un lenguaje de cristal veneciano hecho a mano, enhebrados con sus abalorios, con el azul del mar y el blanco de las olas en que se inspiraron los griegos para el ojo, o el azul que le otorgaron los turcos, porque es el azul del agua que se añora en tierras secas, porque es el azul del cielo y porque eran azules los ojos de los invasores de Anatolia y este talismán los distraerá y alejará, si deciden regresar.
La mayoría los compra, los regala, pues es una alternativa con mucho color y muy bella, pero otros muchos, totalmente convencidos del poder que éste posee, siguen las estrictas reglas para que esta belleza no pierda poder.
Pero sobre todo, (y para quienes no somos demasiado creyentes) el ojo turco es algo extremadamente bonito, va con todo y en cuanto lo vemos (o él nos ve) se vislumbra que viene acarreando páginas y páginas de historia.