Rogelio Alaniz
El 10 de mayo de 1831 el gaucho Francisco Zevallos logró a través de un certero “bolazo” derribar al caballo del general José María Paz. Las boleadoras de Zevallos lograron lo que no pudieron hacer las tropas de Quiroga, López, Pacheco y Bustos. La caída del general Paz significó la caída de la Liga del Interior y el afianzamiento político de Juan Manuel de Rosas. Nunca unas rústicas boleadoras fueron tan importantes en la historia.
Para Paz, su caída personalmente le representó casi diez años de cárcel, cuatro en Santa Fe, otros cuatro en Luján y una temporada con prisión domiciliaria en Buenos Aires. A principios de 1835 se casó en Santa Fe con su sobrina Margarita Weild quien le dio hijos y compartió la cárcel. Cuando recuperó la libertad el escenario político era muy diferente: López y Quiroga habían muerto y con su desaparición desaparecían también los caudillos regionales con vuelo propio.
Lo cierto es que cuando Paz recupera la libertad ya no será el mismo, más allá de algunas victorias militares que ponen en evidencia su superioridad como estratega, jamás logrará disponer del poder político y militar que supo construir cuando fue el jefe de la Liga del Interior. Más de un historiador, practicando esos juegos teóricos -que algunos llaman “historia contrafáctica”- se preguntan qué hubiera pasado en la Argentina si el proyecto de Paz se hubiese consumado, es decir, se habría efectivizado un acuerdo político para organizar al país en términos constitucionales y republicanos, manteniendo a raya a Juan Manuel de Rosas y al poder de la provincia de Buenos Aires con el puerto y la aduana incluídos. Hay varias respuestas a este interrogante, pero carecen de interés práctico porque, bueno es recordarlo, la historia estudia lo que sucedió y no lo que podría o debería haber sucedido.
Uno de los grandes malentendidos de la historia argentina fue el de haber calificado de unitario a Paz y federal a Rosas, cuando en realidad fueron exactamente lo opuesto. El otro desencuentro de nuestra historia fue precisamente la tenaz rivalidad entre Quiroga, López y Paz, caudillos provincianos enfrentados entre ellos gracias a las intrigas y los patacones de Juan Manuel. Los revisionistas, que con absoluta ligereza califican a Paz de unitario, deberían registrar que la ciudad que más festejó su prisión en 1831 fue Buenos Aires, que ese día se vistió de rojo punzó para celebrar su alegría. Como se dice en estos casos: por algo será.
De todos modos, lo que llama la atención es que la detención de Paz haya provocado en un tiempo tan breve el derrumbe de la Liga del Interior. Bastaron dos o tres campañas militares para que el poder organizado por Paz a lo largo de dos años se venga abajo sin pena ni gloria. El propio Paz admitió en su presidio santafesino que el ejército que obedecía a sus órdenes sería derrotado sin atenuantes porque carecía de jefes militares capaces de conducirlo a la victoria. Una vez más la razón estuvo de su parte.
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