"Me voy a Córdoba, me metieron preso al caballo"… El Zoilo era así. No había previsiones sobre el tema de conversación. Era alegre, hasta el primer ataque al corazón era imposible hacerlo enojar. Se enojaba solo por Ñuls o alguna cuestión así de seria: las pasiones lo alteraban, pero con la política y los actores políticos poco y nada. Sólo después del ataque lo suyo se volvió inatajable. Fin de los frenos inhibitorios nos dijeron pero eso es creerle a los médicos, para nosotros simplemente Zoilo se soltó, se desató, se le soltó la chaveta… y chau. Eso: se desató.
Pará loco, como que te metieron preso el caballo. "Y… sí. Nos vinimos después de Semana Santa y este invierno no fui, pensaba ir ahora pero ahí, desde Agua de Oro, me llamaron a Clarín para avisarme que el caballo está preso". La sucursal de Clarín en Rosario, sobre calle Córdoba Peatonal, era un refugio, un sitio amable, una utopía, un buen lugar. Elija. Cerraba a las 11 de la noche todos los días, las jornadas de partido nocturno le dejaba la llave al cronista deportivo.
Los guerrilleros y cualquier organización fuera de la ley les dejaban los comunicados a dos personas, solo a dos: Zoilo García Quiroga, de Clarín, o Reynaldo Svend Segovia, de La Tribuna. Ni a los otros periodistas gráficos ni a los de televisión y /o radio. Nada. Una sola razón: credibilidad cien por cien y cero traición. Zoilo hacía un fax, lo enviaba y al original lo rompía en pedacitos y lo tiraba al baño. En Clarín el baño, como el sofá de tres cuerpos, eran límites que Zoilo admitía que se cruzasen para lo que sea. Aguas mayores, aguas menores, noches de soledad o no tanto. Alguno que no podía volver a ninguna parte por razones que usted entiende.
Svend en La Tribuna (vespertino de raíces demócrata progresista, liberales del sur) le hacía sacar una foto y la imprimía, hacía el fotolito y la dejaba lista para el diario. Nunca el ejército encontró un original, nunca supieron a qué baño de qué bar ir a buscarlos, tampoco a qué hora lo recibieron ni cuando les avisaron. Zoilo estaba en Clarín por Cytrynblum, con seguridad el Jefe de Redacción de los años más…¿cómo decirlo? …más efectivos para poner una marca. Así se puso Clarín, con el colorado en la Jefatura. Desganadamente contaba Zoilo sobre una pensión en Buenos Aires, la posibilidad de la corresponsalía y la amistad con "Marcos". No le decía de otro modo cuando hablaba de su pasado.
Zoilo tenía otro trabajo sin horario y de cumplimiento efectivo. Era Subjefe, encargado de "Migraciones". Nunca sabré, no lo sabía entones y ahora menos, cómo era la relación de esa fuerza, una fuerza federal, los barcos y el misterio más oscuro: la relación con Zoilo y la potestad del "baja o no baja". Él decidía. A cualquier hora, más de 150 veces al año, llueva, truene, caiga nieve o salga el sol, Zoilo decía "me tengo que ir a un barco".
Una lancha de Prefectura Naval, Región Rosario, llevaba a un médico y a Zoilo. Sellos y papeletas. Los recibía el capitán de alguno de esos 150 barcos (la cifra es inolvidable). El médico los certificados jurando que estaban sanos y Zoilo que no eran delincuentes requeridos por alguna justicia. Así sellaban la papeleta temporal y los marineros bajaban.
No es sencillo, después de una larga travesía, con tierra cercana, las muchachas de los locales bailables esperando, una cama que se asiente en tierra firme y alcohol sin discreción, retener a los marineros. Zoilo lo sabía y los capitanes también. Nunca aceptó el sobre con los 1.000 dólares de alegre retribución por no encontrar nada mal. Volvía con bebidas raras y cigarros más raros aún, porque los capitanes querían agasajarlo a este bicho raro que no les cobraba peaje por mantener a la tripulación alegre. Para los marineros, ya se sabe, la alegría es tierra firme.
Durante veintiocho años Zoilo se negó al sobrecito. Una gorra griega usada, que lamentablemente me robaron, fue mi suerte porque era grande para su cabeza y chica para la mía. Hace algunos años desapareció. Fin de la buena suerte. La miraba y me acordaba de Zoilo. Le pregunté si recibía algo más y riéndose me dijo: "El asunto es qué hacés al día siguiente con esa plata. El aguardiente me lo tomo, los cigarros me los fumo, a vos te regalé la gorra y ellos no me dieron nada que puedan andar diciendo por ahí que fue coima…".
Claro el Zoilo sobre su teoría de "El Bien y El Mal" y dónde pararse; él eligió. Pongamos un número: 25 años. 150 barcos por año. Mil dólares por barco. Achiquemos: 500 dólares por barco. El Zoilo sabía sumar y restar, pero no sabía cruzar la frontera del Bien y del Mal. Era así.
El Zoilo recitaba poesía suya, eran sólo poemas pero le ponía ganas al recitado y los subía de categoría. Plato fuerte: "Luque Gol", referido al jugador de la selección argentina de 1978. Cierre/Cierre: recitaba "Si tenés cachorro"… ("Si tenés cachorro -Dios te lo conserve- llevalo a tu río...", largo poema de Julio Migno que muchos cantan y Zoilo recitaba, pese a que algunos cantores no lo dicen es del poeta sanjavierino).
Zoilo estaba identificado con el río. Se paseaba con el mate por esa peatonal toda la mañana. Se sentaba en dos cafés: El Telégrafo -ya desaparecido- y El Augustus, que aún resiste. "Sírvame una ginebrita. Yo sigo con el mate". El primero frente a la redacción/refugio, el segundo el de la esquina más recordada de Rosario: Córdoba y Corrientes, frente a La Bolsa de Comercio. Un rato en varias mesas. Una "alternadora" entrerriana con información clasificada en diversas mesas de periodistas y políticos.
Muchas veces los distintos gobiernos militares sugirieron…va-ya-uno-a-sa-ber-don-de… que hicieran algo con ese hombre que tienen en la Agencia Rosario. Cytrynblum llamaba a la noche a la casa a Zoilo y le decía siempre la misma frase: Zoilo, seguí igual que yo te banco. Zoilo contaba: "El ruso Cytrynblum dice que me banca y no se contra quién"… después en voz más tranquila comentaba: "Un amigo Marcos, un amigo"…
Puestas las cosas en el sitio de la "Democracia de mil años", con Raúl Alfonsín y los radicales, un día el jefe de Migraciones se jubiló. Unos meses esperando el nombramiento y un día vino, respiró fuerte, dijo una frase y se derrumbó en una silla. "La pusieron de jefa a la mujer de Horacio". Lo que no pudieron los milicos y sus persecuciones, lo que reclamaron tantos a quienes no les dio espacio de más ni les divulgó gacetillas inútiles, lo consiguió un nombramiento con estrictas razones políticas. En este caso la mujer de un político radical: Horacio Usandizaga. Si hubiese sido peronista era igual. No correspondía. Puteamos en silencio, comimos sin decir nada.
El Zoilo tuvo un infarto, quedó bien, pero mal. Sobrevivió pero nada fue igual. Para alegrarlo volvíamos: ¿Presentaste el habeas corpus al comisario de Agua de Oro y/o Cerro Azul? ¿Pagaste el fardo que compró para manutención en el invierno? El caballo estaba en esa pequeña población serrana donde su segunda pareja tenía una casa linda, apretada, justo en el borde alto de un arroyo. Era para llevar unos libros y dejar pasar los días. Fuimos algunas veces. Zoilo era temible haciendo asados, conversaba demasiado, se distraía, había que atender la discusión, el fuego y la carne.
El caballo se había comido las flores y el pasto del cantero de la plaza del pueblo. Era un zaino. Lo habían comprado ya veterano, para las vueltas tranquilas con pibes a lomo de un caballo manso. Cuando finalmente se enojaba respiraba profundo, pedía un cigarrillo que a escondidas encendía, daba esa larga primera pitada que resuelve todo en la memoria y los pulmones y decía: "En la parte de atrás de la casa hay un poste. Tenía una soga larga. El balde con agua se llena solo por la que viene por el borde de la acequia. Alguien me desató el caballo"…
Zoilo no se quejaba del país con dos frases, omitía la primera y sólo decía: "¿Podés creer… me metieron preso al caballo? El comisario hasta me cobró la multa. Después venía la sentencia: "Alguien lo hizo, solo alguien jodido desata los caballos ajenos".
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