Nos escribe Leonor (44 años, Resistencia): "Luciano, te escribo por dos cosas. En casa tenemos un hijo adolescente y no sabemos cómo manejar una situación. Pasa que él dice que en la escuela una profesora lo tiene de punto y, cuando vamos a hablar con ella, nos dice otra cosa. A nosotros incluso nos parece que él un poco exagera. Ella nos dio la impresión de que le quiere dar oportunidades, pero él se enoja. ¿Por qué pasa esto? ¿Cómo podemos hablarle para que entienda?".
Querida Leonor, muchas gracias por tu correo, que es la oportunidad de que sigamos en esta columna conversando sobre adolescentes. Por el tenor de las últimas consultas, noto que los jóvenes se nos volvieron opacos, que estamos un poco perdidos y necesitamos orientación. Es que las cosas cambiaron mucho, de un tiempo a esta parte y, como ya dije en otra ocasión, quizá sea más fácil ver la adolescencia prolongada de los adultos, que la de quienes deberían estar transitando ese periodo.
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En tu consulta, Leonor, hacés referencia a un fenómeno típico. Por eso me resulta de lo más interesante. Me lleva a pensar qué importante que es el diálogo abierto entre los padres y la institución escolar, para no sucumbir a prejuicios. Tranquilamente vos podrías haber ido a la escuela a pedirle explicaciones a la docente, pelearte con ella, sin escuchar –porque "si mi hijo lo dice, tiene razón"– y hubiera sido un error.
Por cierto, no es raro que, en el inicio de esta transición que es el proceso adolescente, los chicos comiencen a quejarse de alguna persona en particular, como que no los soporta o no los traga. Esto quiere decir que, progresivamente, están dejando de ser niños. Porque es el niño pequeño el que –salvo contadas excepciones– cae siempre bien.
Un niño se define por ser querible, mientras que volverse joven implica tener que notar que no le caemos bien a todo el mundo. Un proceso semejante empieza a ocurrir con el grupo de amigos, en el cual aparecen las diferenciaciones y, por ejemplo, quizá durante la primaria un chico fue íntimo de otro y, en la secundaria, ahora se miran de lejos. Podríamos decir que, para dejar de sentirse niños, tienen que renunciar a ese vínculo, en el que se conocían desde ese punto de vista. Quizá con el tiempo se reencuentren.
Crecer es aceptar decepciones. Ir volviéndose adulto es reconocer que no todos nos van a querer; que no somos amables por nosotros mismos y esto es lo que el adolescente deposita en la figura de ese docente que, dice, lo tomó de punto. Esta es una de las vías por la cual se descompleta la relación parental, a través de darle lugar a otro adulto como figura con la que tener una interlocución. Es cierto que a veces esto no ocurre con alguien de afuera del núcleo familiar y, entonces, se reproduce con alguno de los padres, al que se le reprocha que todo lo que el joven hace le cae mal. Es mejor que pase con alguien externo.
Mirá también¿Cómo se llega a ser padre?Ahora sí vamos al segundo punto, acerca de cómo hablarle a un adolescente en este tipo de condiciones. Por un lado, es obvio que la explicación no tiene ningún sentido. Este periodo de la vida impone salir de la perspectiva normativa que habitualmente asumimos para hablarle a un niño; con un adolescente no sirve el discurso indicativo, porque aquel pide que su posición sea excepcional. No es raro que, en estas circunstancias, por ejemplo, el joven se ponga a preguntar: "¿Por qué tal cosa si ustedes tal o cual otra?".
Dicho de otra manera, para el adolescente se trata de encontrar otro modo de hablar con un adulto, sin que este quede ubicado en una actitud omnipotente. Porque si el adulto se pone en una actitud de este estilo, solo será objetado, confrontado y/o desafiado. Por lo tanto, llegó el momento de modificar la conversación. ¿Qué quiere decir esto? Que con un adolescente se vuelve necesario hablar con mayor empatía, es decir, poder mostrarle que uno está afectado por situaciones que también lo implican.
Este es una circunstancia privilegiada, Leonor, para que tu hijo pueda conocerte mejor y ya no solo como mamá, sino también como mujer. Mientras que un hijo ve a sus padres con mirada de niño, los ve como si no les pudiera pasar nada, como si pudieran todo, como si las cosas no les afectaran. Entonces es momento de que los padres se incluyan como personas en lo que dicen. Ya no son los superhéroes de antaño, tienen que poder contar que también son humanos –aunque sea algo obvio.
Mirá tambiénLa infidelidad femenina y la nuestraEn este punto, aquí surge una fantasía común: temer que hablarles a los chicos desde un punto más realista es transmitirles los problemas. Bien, justamente es lo que hay que evitar. Porque sin duda sería una dificultad que padres que buscan ser sinceros o empáticos terminen depositando en los hijos la culpa que sienten por su impotencia para resolver situaciones. Por el contrario, esta es la ocasión para poder contarles a ellos historias de la propia juventud, que sirvan para incentivar el camino de la experiencia en un mundo que no es de ensueño, como el de la infancia, sino muchas más veces adverso.
Y no le caemos bien a todos. Y a veces ni siquiera hay motivos. Así funciona la adultez y no es algo de lo que quejarse o renegar. Tampoco a nosotros nos caen bien todas las personas, ¿no es cierto? Así que con estas palabras me despido, querida Leonor, y te doy las gracias por tu consulta.
(*) Para contactarse con el autor: [email protected].
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