Buscando realizar un aporte a la sociedad moderna, Lombroso se preguntó si acaso era posible tipificar y reconocer al "hombre delincuente" incluso antes del acto criminal...
Nuestra cultura se sostiene en una idea de progreso, entendido como el resultado necesario de un esfuerzo colectivo orientado por los ideales morales vigentes. En dicho movimiento ascendente, los revisionismos cumplen la función de argumentar por qué han caído en desuso aquellas teorías, prácticas y costumbres, que alguna vez formaron parte de la vida cotidiana. En otras palabras, los tiempos cambian y también la sensibilidad de los sujetos, quienes en adelante se horrorizan ante la barbarie de un pasado no tan distante. Ya no estamos en eso, parecen decir, lo cual nunca es suficiente para ahorrarnos la pregunta por nuestras propias locuras normalizadas.
Cuando los revisionismos toman por objeto los inicios de la antropología criminal, entonces cae en desgracia una figura muy particular, el médico y psiquiatra italiano Cesare Lombroso (1835-1909). Fue un claro entusiasta del espíritu científico de la época y, al igual que muchos positivistas ilustres, entendía que el mundo entero estaba allí a la espera de ser medido, analizado y clasificado. En la atmosfera intelectual de su tiempo se propagaba un principio: existe un orden oculto en la naturaleza y corresponde al observador agudo descifrar las relaciones de causa y efecto que explican los fenómenos que allí acontecen.
Siempre en el campo de las buenas intenciones y buscando realizar un aporte a la sociedad moderna, Lombroso se preguntó si acaso era posible tipificar y reconocer al "hombre delincuente" incluso antes del acto criminal, antes de transgredir la ley. Se trata de una idea curiosa que más tarde Philip K. Dick supo llevar a la literatura en su relato "El informe de la minoría" (The Minority Report, 1956).
Los revisionismos parecen eximirnos de interrogar nuestras locuras normalizadas. Wikipedia.org
En su obra prínceps, "El hombre delincuente" (1876), Lombroso explica que es posible identificar al futuro criminal a través de su fisonomía, especialmente en los rasgos anatómicos del rostro y el cráneo. Allí se lee: "Los homicidas habituales tienen ojos vidriosos, fríos, inmóviles, al mismo tiempo sanguinarios e inyectados, la nariz es a menudo aquilina, más bien torcida o de halcón, siempre voluminosa; las mandíbulas son robustas, las orejas largas, los pómulos largos, el pelo rizado y oscuro. A menudo la barba es escasa, los dientes caninos muy desarrollados, labios delgados. Frecuentemente con nistagmo o contracciones en un lado de la cara, que muestra la proyección de los dientes como una señal de amenaza".
Al igual que en los cuentos de terror fantástico que tanto gusta a los niños lectores, he aquí entonces la representación caricaturesca del "monstruo criminal", aquel que perturba la tranquilidad de los ciudadanos, agazapado en alguna esquina del vecindario a la espera de su próxima víctima. Hoy en día es sencillo ensañarse con la figura de Cesare Lombroso. Mucho se ha dicho y se dirá sobre el carácter reduccionista de su teoría, en particular la relación de causalidad entre la anatomía del rostro y la conducta social de un sujeto. Sin embargo, Lombroso no fue más que un hijo de su tiempo, al cual los hombres de hoy le exigen que trascienda su medio cultural. Ante la mirada y el juicio de las generaciones venideras, los progresistas de hoy serán los conservadores de mañana, y así sucesivamente en una proyección infinita.
A veces se afirma que los revisionismos tienen algo de injustos, dado que la crítica retroactiva se efectúa desde un presente donde ya han cambiado las coordenadas simbólicas, o al menos es lo que se pretende afirmar. Precisamente, la cuestión no es diferenciarse todo lo posible, el problema está en otro lado. Mientras más enérgico y sobreactuado sea el rechazo y la crítica a aquella teoría criminológica, menos nos preguntamos sobre la continuidad de dichas ideas en nuestra cultura. Según un dicho popular que supo captar los embrollos inconscientes que nos habitan: "Dime de lo que te jactas y te diré de qué careces".
Una de las ideas que persiste en la actualidad es la causalidad biológica. Por ejemplo, hoy somos reticentes a pensar que existe una relación entre la fisionomía y el acto criminal, pero al mismo tiempo explicamos el fenómeno amoroso como un efecto puramente cerebral, sin sujeto. En una revista de divulgación se lee: "A nivel bioquímico, el enamoramiento comienza en la corteza cerebral. Posteriormente, pasa al sistema endocrino y después se transforma en una respuesta fisiológica y en cambios químicos". Se comprenderá que, ante este estado de situación, las críticas a Lombroso solo desvían la atención, renegando así de lo que se tienen frente a los ojos.
Otra idea que perdura es la idealización del método científico, o lo que es lo mismo, el cientificismo, entendido como la tendencia a dar excesivo valor a las nociones científicas o pretendidamente científicas. Al igual que muchos de nuestros contemporáneos, Lombroso creía que el método científico era la llave maestra que permitiría descifrar la verdad última de todas las cosas. En efecto, solo se trata de medir y cuantificar lo suficiente. Sin embargo, como todo método de indagación, por más fecundo que resulte en muchas áreas, la ciencia tiene sus límites. Hasta nuevo aviso, la subjetividad del ser hablante no puede ser abordada a través del número y el cálculo.
Por último, también el maniqueísmo lombrosiano aún nos acompaña. Se trata de un forzamiento, una oposición radical entre el bien y el mal, que posee sus encarnaciones. Las prácticas de segregación, así se fundamenten en variables biológicas, culturales, religiosas, políticas o geográficas, forman parte de nuestra cotidianidad. El hombre es el lobo del hombre, decía un famoso pensador.
Por definición, el loco y el malo siempre es el otro. En contraposición, el psicoanalista francés Jacques Lacan llegó a decir en su seminario: "Todo el mundo es loco". Lejos de buscar un efecto satírico que arranca una sonrisa fugaz para luego ser olvidado y volver a los semblantes de todos los días, es preciso tomarlo en serio. Aunque los revisionismos cumplen una función, no hay que detenerse allí más de lo necesario. En todo caso, la chifladura de nuestra época también reclama un esfuerzo crítico.
(*) Psicoanalista, docente y escritor.
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