Silvina Abdala (*)
Silvina Abdala (*)
El 11 de marzo de 2020 la OMS declaró pandemia al COVID-19, enfermedad provocada por el Coronavirus SARS-CoV-2. Desde entonces, estamos enfrentando a un enemigo invisible que jaquea a la humanidad en muchos de sus aspectos y que la humilla exhibiendo descarnadamente su fragilidad (Giaccino, 2020).
Los sistemas educativos de la mayor parte del mundo fueron impactados por esta situación excepcional. Las disposiciones de aislamiento y distanciamiento social provocaron la interrupción de un formato escolar basado en la presencialidad, el método simultáneo, el seguimiento continuo de las actividades de las/los estudiantes, la presentación lineal, aditiva y acumulativa de la enseñanza tal como lo establece la "planificación o programa" y la evaluación de procesos y resultados de aprendizaje en vistas a la calificación y promoción de las alumnas y de los alumnos.
A nivel social esta situación dio lugar a posicionamientos en conflicto sobre el modo de sostener el vínculo pedagógico y los procesos de enseñanza y de aprendizaje de la educación obligatoria. Mientras algunos apuestan por la importancia de las clases presenciales otros consideran necesario recurrir a las clases a distancia.
¿Qué situaciones, ideales o intereses nutren los posicionamientos en conflicto: clases presenciales vs. a distancia? ¿Abrevan en argumentos razonables o en intereses caprichosos y mezquinos?
Sostener el vínculo pedagógico a través de la enseñanza presencial o a distancia siempre implica planificar un modo de intervención destinado a mediar en la relación entre un aprendiz y un contenido a aprender. A través de diversas herramientas conceptuales y metodológicas los profesores transforman el saber científico en un contenido de enseñanza, organizan las actividades de transmisión y guían los procesos de apropiación y construcción de saberes de los alumnos. Por lo que la enseñanza presencial o a distancia siempre requiere una planificación particular y el modo (presencial o a distancia) es un elemento importantísimo al momento de configurar una propuesta que favorezca el aprendizaje de los estudiantes.
Ni la clase presencial, ni la clase a distancia pueden organizarse mediante el soplo de una disposición gubernamental. Tampoco pueden quedar sujetas a las buenas intenciones de quienes estamos en la escuela.
Las clases a distancia requieren un nuevo marco pedagógico didáctico que contemple los escenarios diversos y complejos de la población escolar.
La educación en el contexto actual, en pandemia y más allá de ella, debe integrar la presencialidad y la distancia a través de la virtualidad. El gran desafío es convivir, educar y pensar entre narrativas analógicas y digitales a través de la palabra, el libro y la pantalla en condiciones de igualdad de conectividad y acceso (material y simbólica) de toda la población escolar, y sostenidos por una formación docente continua que recupere el protagonismo del profesorado para reflexionar sobre los procesos de enseñanza y planificar formatos situados que respondan a las necesidades, antiguas o emergentes, desde una perspectiva móvil, cambiante, como lo es el tiempo que nos toca vivir.
A modo de conclusión
La situación sanitaria y epidemiológica provocada por la pandemia obligó a los Estados a aplicar restricciones que modificaron las prácticas habituales de diversas instituciones, entre ellas la escuela. Garantizar la educación en esta "nueva normalidad" demanda abordar la bimodalidad, es decir, una planificación estratégica situada que alterne clases presenciales y a distancia. Debemos asumir un compromiso colectivo para organizar en la emergencia una escuela que se ajuste a los distintos contextos y circuitos en los que se encuentra cada institución, según el nivel y la modalidad, persiguiendo siempre el mismo propósito: la inclusión con calidad de las y los estudiantes.
La revolución digital presente modifica los soportes de la escritura, la técnica de su reproducción y diseminación, las maneras de leer, enseñar, aprender, por lo que nos obliga a una revisión de las prácticas escolares. La emergencia provocada por la pandemia visibiliza la necesidad de volver a pensar los fines y los sentidos de la escuela y no sólo poner el foco en el debate por las formas o las herramientas con las que mediatizamos hoy la continuidad pedagógica a partir del aislamiento.
Enseñar implica desarrollar una tarea compleja, llena de retos que derivan de la naturaleza de la experiencia y del aprendizaje. Existen un conjunto de herramientas teóricas y una serie de estrategias flexibles y adaptables a fin de que los docentes, mediante un proceso de reflexión, decidan qué es conveniente hacer en cada caso. No se puede proporcionar el mismo tipo de ayuda ni intervenir de manera homogénea en formatos de enseñanza diferentes.
En fin, los profesores y profesoras rápidamente resignificamos nuestra propuesta de enseñanza. Como tantas otras veces, decidimos en la incertidumbre, cuando la razón ordena no decidir porque no disponemos de modelos de realidad que nos permitan calcular con cierta certeza lo que sucederá si… Probablemente, pagamos un costo, sin aplausos, que entrelaza el desgaste personal y familiar con algunas críticas sin sentido de quienes, parece, nunca estuvieron en la escuela.
Clases presenciales vs. a distancia son posicionamientos que se asientan sobre situaciones, intereses e ideales diferentes, no siempre en sólidas argumentaciones conceptuales o diagnósticas. Hacer clic en el formato presencial, a distancia o bimodal reclama un posicionamiento ético porque implica siempre un hacer con sentido, pero ¿para quién? Nadie cliquea al azar.
(*) Doctora en Educación. Docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UCSF