La historia de los Kirchner y de sus relaciones con el poder podría ser escrita como una novela policial en su versión "noir", una novela en la que se entrecruza el hampa, los negociados, la violencia, el espionaje, la extorsión, el crimen y la estafa. Uno de los rasgos decisivos de la novela es que el delito se comete desde las esferas del poder y valiéndose de las relaciones y beneficios que el poder otorga. Como género no es novedoso, pero dispone de todos los condimentos para ser exitoso: intrigas, traiciones, muertes, espionaje, con algunos toques de sexo en sus variantes más sórdidas. Sin embargo, algunos interrogantes quedan abiertos. En las novelas clásicas los delincuentes terminan presos o algo peor. Y por lo general la ley se impone. En la saga de los Kirchner esta fórmula está seriamente alterada. La ley no se impone o encuentra serias y a veces decisivas resistencias para hacer valer su majestad. En la novela clásica hay héroes y villanos, pero la singularidad de la saga de los Kirchner es que, como en los western spaghetti, todos son "malos". Un dato de sociología literaria o sencillamente policial merece ser tenido en cuenta: no hay millonarios. Mejor dicho nadie se inició como millonario, pero todos sus protagonistas lograron acceder a esos beneficios. El ritmo de la novela merecería ser calificado de trepidante. La banda musical podría oscilar entre los acordes de "La marchita" y los tamboriles de "Siga el baile", con algún toque de cumbia villera y alguna que otra melodía de ese exquisito trovador de la epifanía nacional y popular que es Ignacio Copani. En todos los casos, lo que importa es que el lector no tenga ni paz ni pausa. Los hechos se precipitan. Bien o mal escrita, en todos los casos la acción se impone. El suspenso se combina con la violencia más descarnada; el cinismo se equilibra con la hipocresía; la insensibilidad con la sensiblería más ramplona; los personajes se tratan de "compañeros", se prodigan besos y abrazos, pero a la hora de los ajustes de cuentas no conocen la compasión. Para los entendidos en materia de novela policial "noir" diría que a esta saga Raymond Chandler la hubiera repudiado por previsible y vulgar, pero Mickey Spillane la hubiera considerado no sé si perfecta pero sí interesante.
La otra posibilidad a explorar en la saga K. es la de una posible serie televisiva con temporadas que se van agregando sin pausa. La historia se inicia en una ciudad patagónica azotada por los vientos y la escracha y luego avanza hacia el centro del poder geográfico y político y se extiende por toda la nación imponiendo una viscosa red de intereses. La serie se extiende a lo largo de varios capítulos y temporadas, lo cual no sería en si mismo un defecto. El problema que presenta es la reiteración de sus protagonistas. Los personajes suelen ser siempre los mismos, sus biografías son similares, las maniobras se repiten con resignada monotonía. Es probable que los guionistas especulen con la mala memoria de sus espectadores, pero lo cierto es que termina abusando de un recurso que pudo haber sido interesante en sus inicios, pero que corre el peligro de ser demasiado previsible. En realidad lo es. Para bien o para mal, la trama y los personajes de la serie K es absolutamente previsible. Todos los protagonistas en las mismas condiciones suelen hacer exactamente lo mismo. Interesante al principio, luego cansan. Lo más inquietante para los espectadores es que librada a su propia lógica la serie no parece tener fin. En este punto la obra se aproxima a algunas de las versiones de la pesadilla: un culebrón que se extiende hasta el infinito: los mismos haciendo siempre lo mismo. Y lo que hacen es miserable y canalla.
Los créditos de la novela o culebrón son por demás sugerentes: Igor Ulloa, Claudio Uberti, Lázaro Báez, José López, Carlos Zannini, Cristóbal López, Ricardo Jaime, Fabián de Sousa, Daniel Muñoz, Fabián Gutiérrez, Julio de Vido, Amado Boudou, Víctor Manzanares, Roberto Baratta, Claudio Minnicelli y Daniel Pérez Gadín. Como en todo culebrón, algunos actores ha sido pasados a retiro y otros a mejor vida. Cosas que pasan. Por supuesto, hay un lugar destacado para las actrices: Romina Mercado, Alicia Kirchner, Carolina Pochetti, Myriam Quiroga, y algunas extras de aparición fugaz pero efectiva. Por supuesto, los protagonistas centrales están reservados para la familia alrededor de la cual se despliega la obra. Néstor, Cristina, Máximo y Florencia. La obra no posee la seducción renacentista de los Borgia, ni el encanto mafioso de los Corleone, pero convengamos que la familia hace lo suyo y en algunos tramos lo hace muy, pero muy bien.
Los críticos literarios postulan que el punto de vista en una novela es decisivo. ¿Quién cuenta o desde dónde se cuenta? Lo singular de esta obra es que cualquiera sea el punto de vista los trances y los resultados son parecidos. Supongamos que la historia la cuenta Lázaro Báez o Máximo o Zannini o Daniel Muñoz o Ulloa. En todos los casos los hechos se reiteran con desoladora frecuencia. ¿Ejemplos? Daniel Muñoz y su esposa Carolina Pochetti. A la pareja se suma Stella Maris Blanco, madre de Carolina y exesposa de Daniel Peralta. Carolina suma al culebrón a su hermana Alejandra y ella incluye a su marido Pablo Areis. Al frente de una de las firmas se distingue Franco, Franco Muñoz, hijo de Daniel y Carolina. Como testaferros, Elizabeth Ortiz Municoy y su marido Sergio Todisco. Como en la mafia o en los carteles de la droga, la familia es lo primero. Otras constantes: todos vienen lo que se dice "de abajo". Fueron choferes, jardineros, chicos de los mandados, alcahuetes, matones. Daniel Muñoz se inició en los años ochenta cobrando deudas del estudio jurídico de Néstor. Las cobraba por las buenas o por las malas. Acerca de estos temas los muchachos no se andaban con delicadezas. El estudio se especializaba en cobrar cuentas y en desalojar. Había mucho trabajo, lo que explica por qué estos campeones de los derechos humanos jamás presentaron un miserable habeas corpus a favor de algún pobre diablo detenido por la dictadura. Sencillamente no disponían de tiempo. Lo cierto es que los muchachos se hicieron desde abajo y llegaron todos a millonarios y multimillonarios. Arrancaron con una bicicleta, una chatita, una moto y ahora manejan aviones, yates y autos de alta gama. Exitosos. Esa palabra, ese adjetivo es el que la jefa aportó al lenguaje político de su tiempo para sintetizar objetivos de vida y logros materiales. Exitosos.
En todo texto, los giros verbales son decisivos. Muñoz justificando el saqueo revela su eximia condición de artista: "Acá nadie roba nadie; es la comisión que se le cobra a la patria por hacer las cosas bien". ¡Brillante! Toda una estrategia política, todo un concepto del poder sintetizado en una frase. El menemismo en su momento creó el "Robo para la corona". Pobres. Eran unos tiernos aprendices. Muñoz, secretario privado de Néstor y Cristina elevó la apuesta y probó quién es quién en este arduo oficio de ejercer la cleptocracia. Decía que podemos hablar de Lázaro Báez, Ulloa, Zannini, Muñoz y las peripecias y los resultados son siempre los mismos. Todos se parecen en lo que importa o en lo que les importa. Uno, revoleando bolsos en la puerta de un convento; otro, contando dólares en un aguantadero; un tercero, robándose una imprenta que imprime billetes; un cuarto comprando estancias y hoteles que no ocupa nadie; un quinto, adquiriendo propiedades en Miami y en Nueva York; un sexto colocando valores en islas vírgenes o en paraísos tropicales, Diferencias estratégicas para repartirse y contribuir a un solo jefe o a una sola jefa. Un final posible para el culebrón, novela o serie podría ser una suerte de unipersonal al estilo Hamlet. En este caso, Néstor paseándose por los pasillos del palacio patagónico hasta llegar no a una calavera sino a una caja de caudales, arrodillarse ante ella y en lugar de exclamar "Ser o no ser", susurrar en tono íntimo la palabra clave, la palabra que lo explica y lo justifica. "Éxtasis".