¿Los paisajes del entorno? ¿El servicio de habitación? ¿El lujo del edificio? ¿La cortesía de conserjes, botones y camareros? Sonseras. Los clientes de dinero eligen un hotel de lujo por la comida, por la carta de menú, estaba escrito en el manual de César Ritz y era palabra santa. Y para eso, los hermanos Gayá tenían un "as en la manga": Rafael García.
Don Rafa, como todos lo llamaban, era un hombre de campo, había nacido en un pueblito del norte de la provincia y, con medias palabras y tono bajito, se jactaba de haber aprendido el oficio cocinando desde niño. Cocinando todos los días algo diferente para sus catorce hermanos huérfanos.
Hablaba poco, escribía menos y jamás había leído un libro de cocina, ni siquiera una receta. Las medidas, las proporciones y los condimentos a utilizar en cada plato estaban en su cabeza. Podía cocinar uno o quinientos menús, recurriendo solamente a frascos y frasquitos de vidrio de muy variados tamaños que, por cierto, eran las únicas herramientas profesionales que consideraba necesarias. Indispensables. Y no fallaba. No fallaba nunca. O, casi nunca.
Don Rafa estaba con los Gayá desde que decidieron abrir Las Delicias, allá por el año 13. Su desembarco en el hotel había requerido asistencia, y fue rodeado de un grupo de jóvenes que se reclutaron, principalmente, de los restaurantes de la ciudad de Santa Fe y alrededores.
Hubo algunos intentos fallidos, es cierto, pero al poco tiempo el comedor del Hotel Ritz consiguió armar una carta respetable, con platos variados y de nombres quizás demasiados primorosos, pero apropiados para engalanar recetas de comidas criollas y propias de la inmigración.
Gentileza Tarjeta de época de Gayá Hermanos Santa Fe, con los servicios del Hotel Ritz y Confitería Las Delicias.
Tarjeta de época de Gayá Hermanos Santa Fe, con los servicios del Hotel Ritz y Confitería Las Delicias. Foto: Gentileza
Por años todo anduvo bien. Don Rafa, que rara vez salía de la cocina en horario de servicio, había depositado su confianza y su saber en dos personas. Su hija Mercedes, como jefa del comedor, y su yerno Claudio, que lo secundaba en la cocina. Pero a comienzos del año 45, luego del final de la temporada de las fiestas, algo comenzó a oler mal en el comedor del Hotel Ritz.
El 20 de enero, Don Rafael García cumplió setenta años. A las dos de la mañana, luego de que el comedor se disipara, los Gayá, sus parientes y el personal de turno, dispusieron en la mesada principal unos treinta y cinco cubiertos, y excepcionalmente al final de banquete se destaparon seis botellas de champagne nacional, pero del bueno.
Con dos tragos de más y la insistencia de la concurrencia, Don Rafa se incorporó y dijo:
- Pienso que hoy y de esta forma es el momento mejor para dar por terminada mi labor. A partir de mañana me retiro a mi pueblo y dejo la cocina en manos de mi hija y su esposo. Gracias a todos y chau.
Cuentan que terminó de un saque la copa de champagne, se dirigió a la cocina, embolsó sus sesenta y tres frascos de vidrio, un delantal verde oliva y una pequeña estatuita de la Virgen de Guadalupe. Le hizo seña a su mujer, que se veía tan sorprendida como el resto, y se fue. Cuentan que los Gayá intentaron por todos los medios hacerlo recapacitar. Incluso hasta momentos antes de subir al Expreso Tucumán, pero el hombre estaba decidido y se fue.
A la semana de la dejación, los huéspedes comenzaron a quejarse y en el banquete del primer sábado de febrero, con el pollo a la garzón y la mousse de sabayón, todo explotó por los aires. Claudio, nunca llegó a ser "Don". Por más que juraba poder, ni de cerca empardó los mil secretos de los frascos de vidrio de Don Rafa. Y Mercedes, sin el ojo de su padre, nunca logró ser respetada por el personal.
Había que salir a buscar urgente un nuevo cocinero en jefe. El futuro del hotel dependía de ello. Cuentan que muchos de la región, e incluso de Buenos Aires, se postularon para el cargo, pero nadie conformó del todo a los administradores.
Recién entonces cayó el nombre: Ceferino. Don Ceferino Di Martino, del Hotel Luxor de Roma. Cuentan que fue recomendado por un huésped de los especiales. Uno de la zona oeste, de dos apellidos, 10.000 hectáreas y 200.000 cabezas de ganado.
Resulta ser que su nueva mujer, en viaje de bodas, se había hecho amiga de la mujer del chef y le había hablado de las ganas de Don Ceferino de radicarse en estas tierras, cansado del hostigamiento político de un tal Mussolini. El contacto telefónico tuvo una respuesta inmediata. Don Ceferino Di Martino aceptó el trabajo sin preguntar condiciones, ni paga, ni alojamiento. Aseguró que en una semana estaría a cargo de la cocina de Hotel Ritz.
En realidad fueron diez días, pero llegó. Como con los clientes importantes, el mismísimo Guillermo Gayá lo fue a esperar a la Estación Mitre y lo condujo al hotel en su automóvil particular, un Ford modelo Special, de 1941. Estacionó en el ingreso principal de calle San Martín y subió antes que los extranjeros las escaleras de ingreso, cargando parte del equipaje (el grueso quedó en la estación).
Desde el mostrador de recepción vieron subir al menor de los Gayá y por su gesto entendieron que algo venía mal. Atrás, el cocinero. Primero su calva, luego sus mostachos enrulados. A medida que la pendiente de la escalera de ingreso lo permitía, la gigantesca figura de Don Ceferino fue surgiendo a paso lento…
Con medio torso a la vista comenzó a emerger a su lado la pequeña bella mujercita que lo acompañaba. Claudia. En el hall central, el personal, varios hospedados y algunos visitantes ocasionales, llevaron la mirada hacia la extraña pareja, sin lograr sostener la quijada en su lugar.
- Buon pomeriggio compagni, il nuovo chef e la sua adorabile moglie sono arrivati qui (largó con una atrevida y atronadora carcajada). Diretto da Roma.
- Doscientos kilos de cocinero, susurró el conserje a tres jóvenes botones, que debieron esforzarse para mantener su gesto adusto.
Y nadie, nadie, nadie, pudo imaginar lo que pasaría.
Continuará…
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"Veinte relatos posibles" son aventuras literarias entre la ficción y la realidad, que recorrerán las distintas etapas del Edificio Plaza Ritz. Tu historia puede inspirarnos y podés enviarla a [email protected].