En honor y recuerdo de mi padre, Juan Eulogio
En honor y recuerdo de mi padre, Juan Eulogio
La dimensión de la estatura en las personas, la más valiosa, no es la mensurable en centímetros. Es que la altura moral, incluso, ni siquiera es perceptible a simple vista, sino que quien posee esa talla –y siempre lo es de un modo trascendente- emana una gravitación espiritual en el entorno que lo distingue. Ante su presencia se siente una perturbación, cierto asombro y, luego, la atracción de conocer esa densidad que llevará a querer actuar como él. Lamentablemente lo habitual es lo contrario, estaturas medias o bajas, con escasa o ninguna fuerza moral. Pocas presencias provocan una atmósfera especial. La liviandad es el aire que se respira en la convivencia social.
Debe quedar en claro, sin embargo, como lo ha destacado la filósofa Adela Cortina, que "una persona puede ser más moral o menos según determinados códigos, pero todas tienen alguna estatura moral". Es que como ella enseñó "somos inexorablemente, constitutivamente, morales". No existe la "amoralidad" como destacó José Ortega y Gasset, quien añadió que cuando el hombre no quiere sujetarse a ninguna norma, en definitiva, se está supeditando a "la norma de negar toda moral, y esto no es amoral, sino inmoral. Es una moral negativa que conserva de la otra la forma en hueco".
A la altura moral la van forjando las acciones y conductas que se han tenido en la vida. Se la posee por haber sido ejemplar. La talla es el producto moral de nuestro pasado. En este sentido, toma fuerza la afirmación orteguiana de que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia.
La conducta concreta y diaria que cada hombre realiza con sus acciones, como también lo que se abstiene de hacer, esculpen la silueta de su estatura moral, siendo evidente y perceptible para los que lo rodean. Nos hallamos aquí ante la vida misma, para nada con la cuestión abstracta que analizan los moralistas, estamos en el terreno de lo que conceptualmente José Luis Aranguren denominaba "moral vivida" o "moralidad real" (ethica utens) para diferenciarla de la "moral pensada" o "ética sistemática" (ethica docens o filosofía moral elaborada), esta última desarrollada en los tratados de ética.
La ejemplaridad de las personas que transitan la vida con dignidad y una conducta honesta y respetuosa hacia el prójimo, deviene en un tesoro invaluable para una sociedad libre basada en los valores democráticos y republicanos. Para abordar este tema, resulta interesante tomar algunos aspectos de las reflexiones que hace mucho tiempo atrás efectuó José Ortega y Gasset sobre la "ejemplaridad" (en un artículo de prensa del año 1922, bajo el nombre "Ejemplaridad y docilidad", que luego integró el libro "España invertebrada").
A su vez, en la actualidad contamos con Javier Gomá Lanzón, otro pensador español que se abocó a esta temática en su "Tetralogía de la ejemplaridad" (libros publicados en este orden: "Imitación y experiencia", 2003; "Aquiles en el gineceo", 2007; "Ejemplaridad pública", 2009; "Necesario pero imposible", 2013), que luego complementó con "La imagen de tu vida" (2017), enfocado en la ejemplaridad definitiva pero póstuma.
Ahora bien, Gomá Lanzón elaboró una filosofía sobre la "ejemplaridad pública" a lo largo de una extensa, solvente y elegante obra que está lejos de inscribirse en los postulados orteguianos. Igualmente, lo que aquí se expone de ambos escritores tampoco pretende ser una adscripción a sus esquemas filosóficos ni un seguimiento de sus presupuestos, sino valernos de algunos conceptos a fin de esclarecer estos asuntos.
Ortega observó que la relación con la conducta ejemplar, el deseo de seguirla, aparece en la raíz misma del hecho social y de modo previo a los formalismos éticos y jurídicos. Existen "modos ejemplares de vivir y ser" y lo hacen quienes ejecutan los actos de la mejor manera posible. Esas personas, en palabras de Ortega, sirven de "diapasón y norma a los demás".
Además de la gravitación espiritual que tiene el hombre ejemplar que arrastra al prójimo en pos del modelo, existe como correlato una sensibilidad moral de captar esos modelos natos. El filósofo madrileño aclaró que, en ese fenómeno, no estamos ante una "imitación" sino una "asimilación", porque en la primera nos circunscribiríamos a crear una máscara exterior sin ser auténticos en ello, en cambio, en la segunda "nos disponemos a reformar verídicamente nuestra esencia, según la pauta admirada".
Un aspecto trascendente es observar cómo se capta la esencia de la verdad moral. Para Javier Gomá Lanzón se revela a través del ejemplo concreto. Si quiero saber lo que es la honestidad o la valentía -expresó este filósofo bilbaíno- la conoceremos mediante los casos singulares de personas honestas y valientes. Sostiene, en ese sentido, que "el acceso a la moralidad y nuestra entera educación sentimental pende de esa ejemplaridad circundante".
Los valores se intuyen, entonces, a través del "ejemplo personal", al que califica este escritor como el "universal concreto". Este último es la expresión máxima del ejemplo, según Gomá Lanzón, porque es concretísimo dado que toda persona está "dotada por esencia de una unicidad irrepetible", pero, no obstante ello, "en la medida que es modelo, está llamado a su repetición, a su imitación, a su reiteración. En suma: a una universalidad, que no es menos universal porque no sea conceptual".
El ejemplo, para este ensayista, en todos los casos es público. Se es ejemplar para alguien, el ejemplo de cualquier vida siempre perjudica o beneficia a su entorno. No se admite, entonces, la separación entre los planos de lo privado o lo público, dado que existe una uniformidad en la vida de las personas. Aclaró Gomá Lanzón que si bien a las personas públicas (por sus cargos o dedicarse a la política), hay que adjudicarles más responsabilidad en cuanto a la ejemplaridad, lo es en el sentido de mayor intensidad pero no por diferente naturaleza. Es que hay un imperativo de ejemplaridad a su entender, pero éste lo es para todos.
La vida en sociedad es un universo de ejemplos, por ello para este escritor -en definitiva- somos todos ejemplos para el resto. Por lo cual, el problema no es si se imita o no, dado que "imitamos siempre por fuerza -contra lo que querría el dogma moderno de la autonomía del sujeto", sino que el asunto -entonces- pasa a circunscribirse a "qué modelo escogemos y cómo utilizamos nuestra razón para elegir el modelo adecuado". En esta circunstancia, el hombre debe ser crítico a fin de elegir quién es el modelo digno de imitación. Y, por otra parte, al tener el ejemplo como requisito la universalización, para Gomá Lanzón el contenido de la ejemplaridad queda condicionado, debiendo considerarse como ejemplar sólo al "ejemplo positivo" que produce un efecto fecundo si se generaliza a la sociedad.
Enriquecidos a esta altura con el pensamiento expuesto, puede advertirse sin inconvenientes lo necesario que es para la vida social y personal la ejemplaridad en general. Pero, cabe agregar, debido a los síntomas de decadencia moral en que se vive actualmente, que el ejemplo en particular de quienes tienen estatura moral se ha tornado indispensable y urgente.
Ante esta urgencia de ejemplaridad, es importante tener en claro que en nada sirve un cargo público o privado destacado, un determinado estatus social o bien el éxito y la fama, para constituir y poseer talla moral. Inducen al engaño propio y ajeno, a la confusión como lo ha advertido el poeta Antonio Machado, quien aconsejó "huid de escenarios, púlpitos, plataformas y pedestales. Nunca perdáis contacto con el suelo; porque sólo así tendréis una idea aproximada de vuestra estatura".
Quien lleva consigo –siempre con elegancia- la construcción moral de su pasado, con ese poder de atracción en el ambiente en donde esté, se constituye también en una involuntaria piedra de toque para que cada uno calibre el valor preciso de los actos de quienes los rodean. Es que además de ser un ejemplo a seguir, permite –por contraste- desenmascarar a los inmorales.
Hace unos días atrás se conmemoró el centenario del nacimiento de quien fuera una persona ejemplar: el doctor René Favaloro. No hay dudas y él incluso llegó a manifestarlo abiertamente, que pudo haber transitado su vida en el extranjero, con importantes ingresos económicos y bienestar, pero eligió regresar al país para brindar toda su experiencia en la medicina y una dedicación a base de trabajo y esfuerzo diario puesto al servicio de nuestra sociedad con sentido moral, humanismo y solidaridad.
En una conferencia, con la sabiduría que lo caracterizaba, Favaloro expresó que "debe entenderse que todos somos educadores. Cada acto de nuestra vida cotidiana tiene implicancias, a veces significativas. Procuremos entonces enseñar con el ejemplo". En fin, esencialmente, hombres como él dejan huellas imborrables de sus pasos en esta vida, que constituyen una ejemplaridad necesaria e indispensable para la salud moral de la sociedad.
Ahora ya pensando en mi vida personal y la gravitación que tiene la conducta ejemplar, debo confesar que la estatura moral de mi padre -que también se pudo observar en la vida pública que tuvo- fue uno de los legados más trascendentes que he recibido como hijo.
(*) Abogado. Actualmente es Relator Letrado en el Poder Judicial de la Provincia de Buenos Aires.
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