"La estupidez insiste siempre". Albert Camus
"La estupidez insiste siempre". Albert Camus
Y así venimos; ya bien lo dijo con una contundente frase el escritor de "La Peste", la estupidez humana no tiene límites a la hora de aparecer. Siempre vuelve, siempre insiste, no importa si el traje que usa es de un gobernante, un ídolo del deporte o del ser común y corriente que se cuelga de un puente para sacarse una "selfie". Tampoco importa si es letrado, si es versado o si simplemente ignora las reglas de la lógica y hasta del buen comportamiento. La estupidez invade como el hongo negro; como una peste, conquista las mentes simples como a iluminados personajes de talla mundial o ignotos figurines vernáculos. La estupidez transgrede religiones y nacionalidades, oficios y profesiones. La estupidez a veces se alinea (convenientemente) con la ignorancia; se toman de la mano y hasta se mimetizan, evitando trayectos mentales de clarificadas verdades con trenzadas teorías conspirativas. Pero la estupidez más peligrosa -para el otro- es la estupidez disfrazada de corriente de pensamiento, esa, por ejemplo, que por estos días se reconoce como la manifestación de un nutrido grupo batallador y exaltado: los llamados "anti vacunas". Si estás entre ellos, querido lector, mi intención no es herir susceptibilidades, pues escribo desde mis principios... y si no le gustan, tengo otros... como en la atribuida frase de Groucho Marx; después de todo, es muy fácil decir y desdecir, si no, vayamos a los archivos, ese lugar en el que nadie sobrevive, polvoriento espacio de verdades pasadas convertidas en estupideces presentes. Claro, es porque de la estupidez nadie se salva, solo tenemos que retornar a nuestra niñez o a nuestra adolescencia y obtendremos un profuso compendio de estupideces hechas y dichas. Así que, amigo lector, todos nosotros, a la larga o a la corta, nos rendimos ante tanta e insistente estupidez. Ella, la estupidez, tiene la inteligencia de mutar y reproducirse. Como el Covid 19.
La idiotez tiene un aliado moderno que la retransmite a la velocidad de la luz (o de la fibra óptica) multiplicando su arrolladora e insistente fuerza: las redes sociales y sus derivados. Ese maravilloso universo virtual desgobernado y anárquico donde todo el mundo, al parecer, tiene el derecho y el deber de anular, desautorizar o sencillamente putear al otro cuando sus ideas no son compartidas. Los foros de debate al pie de las noticias son el plato del día, un plato que, al contrario de la venganza, se come en caliente. Debates interminables, respuestas infinitas, "haters" (odiadores) y "trolls" (personajes en la red que fomentan el enfrentamiento) dan rienda suelta a sus más oscuras perversiones ideológicas, atrincherados en su invisibilidad o escondidos en falsas identidades, van de noticia en noticia generando confusión, bordeando el mal gusto y degenerando el pensamiento crítico.
El debate está instalado, como el Covid, y ya no importa el número 19 pues todos ya sabemos de qué se trata y también como tratarlo, aunque algunos se opongan al único tratamiento que se sabe da resultados: la vacuna. Le pese a quien le pese.
La idiotez no tiene fronteras ni límites y, como si fuese una novela de éxito mundial, consumimos las noticias sobre las acciones del número uno del tenis Novak Djokovic al intentar violar las reglas sanitarias establecidas en Australia. Como primera figura, su portavoz, el señor Djokovic -a saber, su padre- se cansó de decir idioteces en defensa de su hijo y de la decisión de no vacunarse como bandera política. Como si se tratara de una conspiración mundial para que el tenista no tuviese la oportunidad de ganar el abierto de Australia, quitándole la chance de romper otro record en el mundo del tenis, acusaba las acciones restrictivas de Australia, país que solamente pedía que se respetasen las reglas.
Pero la estupidez insiste, se sabe, y Novak Djokovic, se dice, compró el 80 por ciento de acciones de una empresa danesa de biotecnología llamada QuantBioRes que investiga un tratamiento contra el Covid19 fuera del sector de las vacunas. Novak aparentemente quiere demostrar que tiene la raqueta más larga que el resto. ¡Pildoras sí! ¡pinchazos no!
Y ahí lo tenemos a Eric Clapton, el dios. Confieso, adoro a Clapton, autor de bellísimas canciones y poseedor de un superlativo virtuosismo con la guitarra; escuchamos un par de punteos del sonido de la Fender Stratocaster y uno ya sabe de quién se trata. Músico poseedor de un estilo único, que con la fuerza arrolladora de uno de sus solos, declaró últimamente que en aquellos lugares donde se pida los certificados de salud al público, no tocará. Siguiendo en ese tono (¡cuack!) dijo quizás lo más controversial: que la gente se vacuna porque está sometida a una especie de mensaje subliminal intimidatorio... habla de una teoría de hipnosis de masas, donde los humanos, automatizados, vamos a poner el bracito para inocularnos. Lágrimas en el cielo, admirado Eric.
En éstas últimas semanas nos encontramos con muchísimas noticias respecto a la variante Ómicron y de algunas muertes, víctimas de sus convicciones. Entre ellos un atleta húngaro medallista, Szilveszter Csollany, abiertamente anti vacunas. Otro, hace apenas unos días, un médico anti vacunas italiano, Roberto Marescotti, insistente organizador de marchas y de abiertas manifestaciones contra el virus -hasta escribió un libro respecto a su negación del covid19- falleció víctima de la estupidez, claro. El médico llamaba al virus "el monstruo de la imaginación" y decía que el virus era una burda fantasía. El doc era muy activo en las redes, que utilizaba para criticar a sus colegas y expertos a quienes llamaba pseudo-científicos. Aquí no existe paradoja ni moraleja, sencillamente pura idiotez.
Negar la vacuna es negar la enfermedad. Somos testigos que las dos cosas van unidas, pues aquellos que se declaran anti vacunas, ignoran conscientemente el virus y no respetan las disposiciones sanitarias correspondientes, poniendo en peligro a sus semejantes y, por ende, a sí mismos; es un hecho comprobado científicamente, el peligro cierne sobre aquellos que no están vacunados. Dijo alguna vez el filósofo y escritor francés Michel Montaigne hace más de 500 años que nadie está libre de decir estupideces y que lo malo es decirlas con énfasis. Sabemos, que son enfáticos, son enfáticos.
Por suerte, más allá de la insistencia de la estupidez -y del énfasis- existen personas que le ponen el lomo y la palabra a ésta catástrofe sanitaria y humanitaria que nos tiene en vilo desde hace dos años; iluminando y peleándola desde todos los sectores. Brindé por ellos en las fiestas y seguiré brindando en cada ocasión: colaboradores, enfermeros, médicos y científicos; hoy más que nunca ¡Salud!
La estupidez invade como el hongo negro; como una peste, conquista las mentes simples como a iluminados personajes de talla mundial o ignotos figurines vernáculos. La estupidez transgrede religiones y nacionalidades, oficios y profesiones.
Negar la vacuna es negar la enfermedad. Somos testigos que las dos cosas van unidas, pues aquellos que se declaran anti vacunas, ignoran conscientemente el virus y no respetan las disposiciones sanitarias correspondientes, poniendo en peligro a sus semejantes.