I
I
Quiero creer que en algún momento del juicio contra Cristina y sus cómplices la defensa elaborará, balbuceará, farfullará aunque más no sea un argumento jurídico. Uno, aunque más no sea. Espero, quiero creer, que refutarán alguna prueba, que certificarán que sus defendidos no se dedicaron exclusivamente al saqueo, y que de vez en cuando hicieron algo sin quedarse con algún vuelto. Y lo espero, porque hasta el momento los abogados defensores y la propia Cristina no han dicho una palabra al respecto. Se me ocurre que un abogado defensor debe estar en una situación muy incómoda cuando el único argumento del que dispone para refutar la catarata de pruebas de Luciani es la foto de un partido de fútbol jugado en un potrero entre 22 veteranos pataduras. Por su parte, importa saber que la señora Cristina sobre estos temas no vacila, jamás la molesta el moscardón de la duda. Para ella siempre se trata de una maniobra persecutoria de sus declarados y juramentados enemigos. Es el lawfare. Me atacan porque no me perdonan haber sido la abanderada de los pobres; me acosan porque quieren proscribirme. Convengamos que su par en cargo, causa y casa, es decir Menem, era más discreto. Para defenderse, para argumentar e incluso para robar.
II
Yo los entiendo. Entiendo sus iras, sus rencores, incluso sus impotencias. No debe ser agradable que un fiscal hable durante nueve horas acusándolos sin eufemismos ni medias tintas de ladrones, corruptos y saqueadores. Minutos, horas, días citando testimonios, presentando documentos, exhibiendo pruebas. Recordándole a la gente lo que hicieron los compañeros mientras ejercieron el poder. Debe ser abrumador, incluso hasta para el más o la más desvergonzada. Sucede que a las cleptocracias no les molesta tanto que se rumoree, que se balbucee en voz baja, que son ladrones y que sus jefes más que jefes de una causa nacional y popular son jefes de una asociación ilícita. Pero que estas verdades se hagan públicas, se repitan, circulen por todo el país, los pone fuera de sí. Que en la radio, en la televisión, en los diarios y en las redes sociales se recuerde el "pecado", es algo inaceptable. Sobre todo, porque al parecer no hay un miserable argumento para refutar en serio esas imputaciones. Una miserable excusa que justifique los millones de Él y de Ella, y los millones depositados en las cuentas de sus hijos. "Hay que salir a apretar a los jueces", dijo Ella. A los jueces y a los fiscales. A un fiscal, el apriete se excedió. Nisman, creo que se llamaba Sencillamente, o sinceramente, se les fue la mano. Creyeron que llegaban al poder para quedarse hasta el fin de los tiempos y por lo tanto, como si fueran dioses paganos, todo les estaba permitido. A ellos y a sus cómplices. No cuidaron detalles, dejaron las impresiones digitales por todas partes. Además de multitudes de testigos y arrepentidos. Una habilidad hay que reconocerles: supieron elaborar un relato que los redimiera de sus faltas. Se robaba en nombre de ideales trascendentes. Menem en su momento invocó los beneficios de la economía de mercado y las sociedades abiertas; los Kirchner recrearon las virtudes de la causa nacional y popular. Ni Menem creyó en el liberalismo, ni los Kirchner creyeron en la supuesta liberación de los pueblos. Escépticos, cínicos, farsantes, han sabido sin embargo configurar una platea de creyentes. Esa platea tampoco estuvo integrada por una procesión de santos y vírgenes. Algunos devotos pronto advirtieron que la fe no estaba reñida con beneficios contantes y sonantes. Y actuaron y actúan en consecuencia. Otros, se resignaron a desempeñar el rol que la historia les asigna a los idiotas útiles.
III
Una sonrisa complaciente, la sonrisa de un hombre que está disfrutando de un buen momento, la sonrisa de un hombre que está muy satisfecho del interlocutor que lo acompaña en la fotografía. La sonrisa de un hombre feliz. Me refiero a la sonrisa del Papa Francisco para agasajar al dirigente del sindicato de Camioneros, Pablo Moyano, dirigente del que no se tienen noticias de que alguna vez haya manejado un camión o haya trabajado, aunque sí se puede sospechar de dónde proviene su fortuna y de dónde proviene la fortuna de su honorable padre. "El Salvaje", dicen que le dicen al compañero Pablo. Desconozco las causas concretas de ese apodo, pero las imagino. Supongo que el detalle tampoco escapará a la perspicacia de Su Santidad. El Salvaje. El Salvaje y Francisco. Sabemos que no es la primera vez que el Papa se permite estas satisfacciones, se da esos gustos. Digamos que le seduce, le fascina, fotografiarse con canallas sindicales, con políticos facinerosos, autócratas confesos y populistas de toda laya. Le encanta, lo satisface, lo hace feliz. Como que toda su vida se preparó para gozar de esos momentos. Supongo que querrá gestionar que sus almas pecadoras ganen el cielo. Que El Salvaje, por ejemplo, devenga en un tierno cordero de Dios. Objetivo misional logrado. Y así como disfruta de esas compañías, no puede disimular su fastidio (a su rostro le resulta imposible), no puede ocultar el desagrado que le suscita la presencia de, por ejemplo, Mauricio Macri o algún otro neoliberal pecador y libertino a los que por necesidades protocolares no le queda otra alternativa que recibirlos. Como se suele decir en estos casos: "Los gustos hay que dárselos en vida". Incluido el gustazo de proclamar desde la dignísima unidad básica de Santa Marta, y en el rostro de los que se enorgullecen por "el papa argentino", que él nunca más regresará a la Argentina. Discretamente confieso que el anuncio no me hace perder el sueño.
IV
Se dirá que al Papa no le queda otra alternativa que recibir a Hebe de Bonafini o a Pablo Moyano. Y yo digo que mienten, que el severo protocolo del Vaticano decide quién va y quién no va. Nadie entra a Santa Marta si el Papa no quiere que entre. Ningún Papa agita una remera de La Cámpora o de la Camorra, si no quiere hacerlo. Dije que hace lo que hace porque le gusta. Agrego además, que lo hace por convicción ideológica y política. Recibe con tono festivo y clima de jolgorio a quienes comparten sus ideas. En ese sentido es un hombre previsible, franco y leal. Corrijo. Un jesuita previsible, franco y leal. Y un militante convencido de la bondad de su causa. ¿Y su relación con Dios? Sobre ese tema no opino porque no conozco, no tengo constancias y mucho menos pruebas. Tampoco dispongo de fotos. Cómo conversa Francisco con Dios y en qué términos lo hace, es para mí un misterio inescrutable.