I
I
¿Es el peronismo el partido político de los verdugos y las víctimas; de los explotados y los explotadores; de los poderosos y los indigentes; de los torturados y los torturadores? Esta pregunta nos la hicimos en los años setenta, cuando los peronistas se mataban entre ellos sin compasión. Esta misma pregunta, en otro contexto, hay que formularla hoy porque pareciera que al peronismo le complace empecinarse con sus interrogantes sin respuestas. Por lo pronto, hay un amplio consenso en admitir que La Matanza es el corazón político del peronismo. Es la Meca, la tierra sagrada, la ínsula de la felicidad. Se ha dicho hasta el cansancio que los compañeros gobiernan allí desde 1983 y, tal como se presentan los hechos, están dispuestos a seguir gobernando porque los privilegios son dulces, las recompensas son altas y, dicho al pasar, porque no saben hacer otra cosa. Importa destacarlo: Mayra Mendoza, Verónica Magario, Fernando Espinoza no ocupan las máximas posiciones de poder valiéndose de la prepotencia, el asalto a las instituciones o liderando alguna banda armada. Nada de eso. Están donde están porque los peronistas los votan; los pobres los votan; los humillados por los planes clientelares los votan; franjas lumpenizadas de la sociedad los votan; empresarios tramposos, forjadores del estilo "capitalismo de amigos", los votan; intelectuales livianos de ideas pero bien rentados, los votan; sacerdotes con culpas mal elaboradas y reñidos con la modernidad, los votan y ordenan votarlos Los peronistas creen con rigor de cruzados que el peronismo está habilitado para gobernar como los borbones están habilitados para ser reyes. Esa paradoja, esa contradicción, ese absurdo consistente en la relación perversa entre verdugos y víctimas es una tragedia política, tragedia que nos conduce al abismo como nación. ¿Qué hacer si las víctimas, las más humilladas y sufridas, votan a sus verdugos? He aquí una pregunta que ha desgarrado a la conciencia de la modernidad.
II
Seamos sinceros. Votar al peronismo en La Matanza permite algunas recompensas, habilita la permanencia de redes mafiosas y clientelares. Pero a cambio de esas mercedes populistas se paga un precio, y a veces un precio alto. Pobreza, indigencia, inseguridad; la impotencia, el hastío, el miedo, la sensación amarga del fracaso, de vivir equivocado, como estado de ánimo cotidiano. Mientras tanto pasan cosas. Un chofer de colectivo es asesinado. Los trabajadores protestan. Están furiosos. Es el tercer chofer asesinado en los últimos cinco años. A ellos se suman los asaltos, las amenazas. Un conductor de diligencia de la Wells Fargo en el salvaje oeste de John Ford disponía de más seguridad que un colectivero en el Conurbano y, muy en particular, en La Matanza. Las complicidades entre víctimas y verdugos suelen ser una de las maravillas del populismo criollo. Pero en algún momento el hechizo se rompe, en algún momento las víctimas, los mismo que los votaron, se rebelan o empiezan a poner cara de que no les gusta, no les conviene del todo el trato al que son sometidos. Lo hacen a su manera. Están furiosos y no reaccionan como señoritos ingleses. Se acerca Sergio Berni para montar su espectáculo, y si bien a la escena la han soportado y tal vez aplaudido en otros momentos, esta vez empiezan a repartir trompadas, trompadas en el rostro de Berni, el rostro al que le asignan todas sus desdichas, incluido las culpas por haberlo aplaudido y votado alguna vez. El espectáculo de siempre se salió del libreto. Ahora llega el momento de las improvisaciones. Algunos se exponen para presentarse como héroes; otros se borran. Cristina, por ejemplo, aprovecha la bolada para victimizarse ella. Ni una palabra de aliento o condolencia a los familiares de Barrientos. La protagonista, la actriz principal, es ella. Siempre es ella. Barrientos es apenas un pretexto para su autocelebración. No le gusta lo que hizo la policía con los "compañeros" que agredieron a Berni, pero como al pasar señala que Berni fue "salvajemente" atacado. ¿En qué quedamos? ¿Compañeros colectiveros o salvajes? No hay respuesta. El kirchnerismo es una sistemática y persistente contradicción sin respuestas.
III
Lo más interesante del culebrón son los silencios y las ausencias. ¿Dónde están Espinoza, Magario y Mendoza? Misterio. ¿Dónde está Axel Kicillof? Misterio. ¿Dónde está el secretario general de la UTA? Misterio. ¿Dónde está la CGT y los compañeros de los aguerridos movimientos sociales? Misterio. Y del misterio al delirio. Barrientos fue asesinado por orden de Patricia. La policía de la ciudad de Buenos Aires es la responsable de todo, incluso de haber "secuestrado" a Berni, cuando sus compañeros de UTA parecían estar dispuestos a lincharlo. Las mentiras, los embustes, por supuesto están a la orden del día. Desde el relato imaginario del auto que se cruza para detener el colectivo en un operativo que le hubiera gustado filmar a Scorsese, Tarantino o Coppola, a un allanamiento vengativo. Berni, como siempre, idéntico a sí mismo. Se trata del mismo personaje que realizó el operativo limpieza cuando asesinaron a Nisman. Asegura que no va a emprender acciones contra los "compañeros" que le llenaron la cara de dedos, y dos días después ordena un operativo que Pablo Escobar y el Chapo Guzmán habrían considerado exagerado. Intimidación, abuso de poder, venganza personal. Berni no se priva de nada.
IV
Esta película no ha concluido. El Conurbano, al decir de Carlos Pagni, es el "nudo" que incluye las contradicciones sociales y políticas que desgarran a la nación. ¿Cómo deshacer ese nudo? Misterio. Ese misterio, con su penumbra, su intimidación y su toque de delirio expresa nuestra principal clave política. Conurbano y peronismo. La cifra palpitante y trágica. Anoto un episodio que, según se mire, puede ser menor o tal vez no tan menor. Los dos distritos fuertes del Conurbano, los distritos paradigmas de la hegemonía peronista, están gobernados por intendentes que viven en Puerto Madero. El balance y las conclusiones son aleccionadoras y espléndidas: para los matanceros, el infierno cotidiano; para los compañeros de la conducción, el paraíso y las delicias. Peronismo de alta escuela, le gustaba decir a Menem. Todo esto da asco, pero ese asco, no olvidarlo, está legitimado porque las víctimas no saben, no pueden o no quieren liberarse de sus verdugos. Alguna vez Sarmiento escribió exquisitas parrafadas para explicar su perplejidad acerca de la adhesión de los soldados de Juan Manuel de Rosas con su jefe. Soldados que durante más de diez años no recibieron paga, estuvieron separados de sus familias, pasaron frío, hambre y sed. Y sin embargo, "guardan por él, por Rosas, un afecto entrañable, una lealtad incondicional… ¡qué lección para los pueblos!". Palabras más palabras menos, el texto de Sarmiento, como toda creación verbal, mantiene asombrosa actualidad 180 años después.
V
Hay que salir de una buena vez de este círculo del infierno. Hay que hacerlo o por lo menos intentarlo. El populismo criollo es un gigante que agoniza, pero sus espasmos pueden hacer mucho daño. Su estrategia es visible y obscena: durar como se pueda hasta octubre, pasar a la oposición y unificar los mitos populistas desde ese lugar. ¿Como en 2015? Exactamente, como en 2015. Cumpliendo al pie de la letra un precepto no escrito pero sagrado: cuando gobernamos robamos; cuando pasamos a la oposición, incendiamos. ¿Estamos dispuestos los argentinos a continuar padeciendo las mismas pesadillas? ¿Qué pasa con los vecinos del Conurbano? ¿Votarán a sus verdugos o persistirán en la sumisión y la complicidad con sus verdugos?
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