Daría la impresión que la paliza recibida por Sergio Berni de parte de colectiveros o gremialistas o lo que sean, fue más divulgada que el crimen cometido contra el chofer de colectivo, Daniel Barrientos, al punto que en algunas ocasiones se habló acerca del carácter de víctima de Berni e incluso se especuló si lo sucedido perjudicaba las aspiraciones reeleccionistas de Axel Kicillof o perjudicaba a Cristina Kirchner o a Alberto Fernández. Lo que corresponde decir, en primer lugar y a riesgo de cometer el pecado de la obviedad, que la víctima real y definitiva de este episodio algo macabro, algo siniestro, es Barrientos, el chofer asesinado por los delincuentes en ese territorio que, atendiendo a las estadísticas delictivas, pareciera ser tierra de nadie, el único cuya situación no tiene retorno porque los muertos no resucitan. Dicha la verdad, después veremos qué hacemos con Berni y sus denuncias insólitas y algo grotescas acerca de que le tiraron un muerto o que la mano que armó a los asesinos fue la de Patricia Bullrich cuando no, Horacio Rodríguez Larreta o el inefable Mauricio Macri. Establecidas las prioridades, corresponden las consideraciones políticas, incluidas las responsabilidades de lo sucedido, en este ítem prioritario de la sociedad cuya designación la conocemos con la palabra "Inseguridad". Sopapos más, sopapos menos, en este contexto es una anécdota, aunque sospecho que, de aquí en más, Berni dispondrá de algunas precauciones a la hora de montar sus espectáculos teatrales en materia de seguridad.
La Matanza es algo así como el corazón del Conurbano y, continuando con las imágenes cardíacas, digamos también que es el corazón político del kirchnerismo, sin olvidar que desde 1983 a la fecha el peronismo gobierna en ese territorio, dato que pareciera insignificante para los peronistas, sobre todo cuando deben dar alguna explicación de por qué en La Matanza los índices de inseguridad, pobreza y clientelismo son más escandalosos que en otros lugares del país. Respecto de Berni, habría que decir que nadie políticamente salió a aplaudir los sopapos recibidos, pero convengamos que el episodio tampoco despertó demasiadas solidaridades. Por el contrario, para el sentido común de la sociedad, Berni se mereció esos sopapos, la respuesta violenta, pero también impotente, de gente harta de ser engañada con promesas falsas o con operativos publicitarios tan demagógicos como mentirosos. Honestamente, no me resulta agradable el espectáculo de "justicieros" y mucho menos de "justicieros" alimentados y azuzados en esas cloacas que suelen ser algunos sindicatos, pero confieso que en algún momento de debilidad emocional los golpes recibidos por el ministro de Seguridad me inspiraron un sentimiento de compasión, sentimiento que rápidamente fue contrarrestado por la imagen indeleble del fiscal Alberto Nisman y su asesinato, crimen en el que Berni fue uno de los funcionarios dedicados a probar que el fiscal se había suicidado. Digamos a modo de conclusión que, como a Barrientos, a Nisman lo asesinaron, y en ambos casos observamos a un Berni dedicado a arrastrar la investigación a operativos conspirativos o callejones sin salida.
Al ministro bonaerense se lo reconoce por sus aficiones publicitarias y sus afanes para que su imagen se la relacione con Rambo o algún personaje parecido. Como en las advertencias de novelas, en el caso de Berni habría que decir que en sus relatos cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia. Habla mucho, se promociona mucho y miente mucho. En los últimos tiempos, ha sumado a sus proezas políticas las disputas internas con sus compañeros peronistas, en particular con Alberto y Aníbal Fernández. Berni vendría a ser algo así como el ala derecha del kirchnerismo o el peronista ortodoxo de la heterodoxia kirchnerista. Kicillof lo defiende a capa y espada, y Cristina, políticamente hablando, lo ama, y lo ama tanto que en esta emergencia no solo lo protegió, sino que en su arrebatada filípica verbal se olvidó de decir una palabra de consuelo para los familiares de Barrientos.
El asesinato del chofer indignó a la gente, porque no es la primera vez que un chofer es muerto por delincuentes que en La Matanza, entre la corrupción policial, la indiferencia política, el garantismo populista que ve en todo delincuente una víctima social cuando no un Robin Hood anticapitalista, gozan de buena salud. Para la opinión pública, quedó claro que Barrientos fue una víctima más de la inseguridad, aunque para los principales caciques del kirchnerismo esta hipótesis está condicionada por sus sorprendentes y singulares interpretaciones. Nos consta que el kirchnerismo es un formidable creador de relatos cuya relación con la verdad suele estar en abierta contradicción. Berni, al respecto, no tuvo escrúpulos intelectuales en afirmar que los autores de los sopapos recibidos en la calle son los seguidores de Macri y Bullrich, y que la policía de Larreta en lugar de sacarlo del lugar donde estaba cobrando como en la guerra lo que hizo fue impedirle que continúe sosteniendo un diálogo creativo y comprensivo con los "compañeros colectiveros". No conforme con ello, avanzó luego a una exclusiva lectura del crimen del chofer de la línea 620, lectura sorprendente pero para nada original, porque una vez más para Berni los autores intelectuales del crimen son Macri y Bullrich, una verdad tan indiscutible como la verdad que afirma que estos dirigentes del PRO fueron los que armaron la mano del "copito" que intentó asesinar a Cristina en la esquina de su coqueto departamento porteño. Berni, Kicillof, Cristina y la corte de periodistas que los lisonjea, ya escribieron y firmaron un nuevo episodio del relato K, episodio dramático y trágico cuyo autores son los apellidos de siempre, porque, importa saberlo, a la hora de crear relatos un buen kirchnerista me recuerda a un político mafioso de EEUU que enardecía hasta las lágrimas a las beatas partidarias de la Ley Seca con sus fábulas heroicas y virtuosas, y cuando, lejos de la tribuna, algún compinche en voz baja le observaba que había exagerado o que la verdad era otra, respondía sin inmutarse. "Nunca permitas que un buen relato sea arruinado por la verdad". La frase debería estar inscripta en todos los templos kirchneristas, junto con el bolso y la caja fuerte.
Lo que no pertenece al género de "relato", sino a verdad sórdida y sombría, es la pobreza, la indigencia y la inseguridad de estos territorios controlados por el peronismo desde hace décadas. ¿Fanatismo, sumisión, ignorancia, explotación política de las necesidades básicas? No hay una respuesta única a este interrogante, aunque de todos modos no deja de ser asombroso e inquietante que, en el corazón del Conurbano, el peronismo reproduzca diariamente las penosas condiciones sociales y económicas que le permiten continuar disponiendo de un consenso social tan persistente como infame.
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