A Horacio Rodríguez Larreta lo insultaron, lo escupieron y no faltó quienes intentaron asestarle una patada o un puñetazo. Le dijeron "rata", "hijo de puta", "basura", adjetivos que pareciera que en los tiempos que corren han adquirido una inusitada actualidad al punto que los extremos de la derecha a los extremos de la izquierda compiten para usarlos. Por supuesto, nadie se hizo cargo de la agresión, porque una de las condiciones que se exige para participar en esos jolgorios es el anonimato; el anonimato de la multitud, de la patota, de "la canalla". Yo no sé si estos facinerosos eran de derecha o de izquierda, lo seguro es que arremetieron contra un político atribuyéndose ser o los dueños de la calle o los dueños de la causa que convocaba salir a la calle. De hecho no son nada de eso; de hecho sería injusto atribuirles una identidad política a tipos cuya exclusiva identidad es la de canallas. Incluso, resulta imposible juzgarlos personalmente, porque su virtud destacada es el anonimato. No sería nada extraño que ese energúmeno que insulta, golpea, amenaza de muerte o escupe, sea en su vida privada un hombre manso, un vecino pacífico, en todos los casos un pobre tipo que halla en esas exaltaciones anónimas alguna oscura gratificación.
La otra película tuvo como escenario la ciudad de La Plata. Las víctimas en este caso fueron dirigentes de La Libertad Avanza (LLA), a los que se les ocurrió el despropósito de reunirse en una de las aulas de la facultad, supongo que para hablar de política o algo parecido. Para qué. Inmediatamente brotaron de los adoquines y las baldosas los energúmenos del caso invocando el derecho que les asistía a impedir que los fascistas o los genocidas sesionen. Lo cierto es que en el caso que nos ocupa menudearon los insultos y parece que algún cascotazo certero dio en la testa de un diputado nacional. El objetivo de los caníbales se logró: la conferencia se suspendió. Uno de los voceros de la tribu estimó que se había logrado cumplir con una virtuosa meta antiimperialista: la derecha había recibido una ejemplar derrota; la universidad, una vez más demostraba estar del lado de la causa nacional y popular. Consultados algunos de los saltimbanquis o payasos de la jauría acerca de las razones o del derecho que les asistía para librar esa ejemplar y singular batalla contra los explotadores, la vocera dijo muy suelta de cuerpo, y con esa fe extraviada que suele iluminar a los fanáticos de todos los tiempos y todas las causas, que la universidad no abriría sus puertas para que se reúnan los inmundos y salvajes enemigos del pueblo.
La Universidad de La Plata suma una matrícula de cerca de cuarenta mil alumnos. En estas escaramuzas participaron no más de cien. Pensar que estas peripecias que me esfuerzo en narrar ocurren en la universidad fundada por Joaquín V. González y en las instalaciones que evocan el nombre de Sergio Karakachof, un dirigente estudiantil de filiación radical asesinado por la dictadura por su tenaz defensa de los derechos humanos. Pues bien: los tiempos han cambiado. En algunas facultades de la Universidad de La Plata merodean simpatizantes de Hugo Chávez y Nicolás Maduro; simpatizantes que además de prodigarse en elogios hacia dictadores infames y corruptos, les obsequian amorosas distinciones académicas. De esa cloaca infecta, de ese sucio redil, salieron los insultos y las pedradas contra un grupo de militantes de LLA que cometió la osadía de pretender reunirse. Hoy la paliza la recibió una agrupación que adhiere al actual gobierno; mañana la recibe alguna delegación del PRO y pasado, seguro que la ligan los radicales, porque estas damas y estos caballeros de la causa nacional y popular han decidido que ellos determinan quién entra y sale en la universidad. Los interventores Jorge Rafael Videla o Ibérico Saint-Jean no lo hubieran expresado con tanta elocuencia y no lo hubieran hecho con tanta convicción. El propio Chávez y Fidel Castro festejan y bendicen desde el cielo. Aviso antes de que sea demasiado tarde.
El protagonista ahora es un tal Fran Fijap. Supongo que no es su nombre, sino su apodo de batalla, su alias. Según me dijeron, el muchacho es un influencer o un troll que defiende a Javier Milei y no vacila en calificar a todos los que no piensan como él de basuras, cobardes, zurdos y algún otro piropo por el estilo. Sería faltar el respeto a la profesión o el oficio de periodista considerar a este caballero del oficialismo como un colega, pero en todos los casos, y más allá de sus ideas y de su vocabulario, es una persona y como tal debe ser tratada. El oficio de Fran Fijap es miserable, como es miserable cualquier faena de un provocador. Y pienso en este caso en los energúmenos de la Revolución Federal o los lúmpenes que intentaron asesinar a Cristina Fernández. Podemos hablar largo y tendido sobre el tema, pero el concepto que tengamos de Fran Fijap no habilita a quienes dicen defender la universidad pública y los valores humanistas que esa universidad encarna, tomar la decisión de lincharlo, perseguirlo por las calles como si fuera una rata ponzoñosa o un reptil inmundo (deliberadamente empleo las palabras que suele usar el tal Fran Fijap para referirse a sus adversarios). No necesito insistir en esta página que los defensores de las causas justas no linchan, no se comportan como barras bravas y mucho menos se esmeran en darle pretextos a un presidente cuyos desequilibrios emocionales son visibles, para que considere a un vulgar provocador como un héroe civil y lo reciba como un mártir en la Residencia de Olivos, previo asistir con su hermana al negocio de ventas de empanadas donde se refugió nuestro troll.
He relatado las vicisitudes de tres episodios en los que predomina la barbarie. Una de las conquistas trascendentes de la democracia recuerda que la gran conquista democrática de 1983 fue precisamente condenar el hábito de resolver las diferencias políticas a través de la violencia y la dialéctica siniestra de amigo-enemigo. Razones históricas, humanistas y políticas nos permitieron arribar a ese consenso que en los últimos tiempos amenaza con ser destruido. Los tres episodios mencionados ocurrieron en diez días. Las virtudes de la moderación fueron amenazadas por las jaurías extremistas. Esta historia yo la conozco, a esta película ya la vi. Con mis ojos he visto a jovencitos peinados a la gomina, con saco azul, pantalón gris y zapatos acordonados, entrar a la universidad lanzando consignas al estilo: "Haga patria, mate un judío" , o "Perón, mazorca, gorilas a la horca". He escuchado a multitudes de jóvenes, calificados entonces como juventud maravillosa, vivar emocionados los asesinatos de Pedro Eugenio Aramburu y Arturo Mor Roig, o en asambleas tumultuosas improvisar cánticos contra los opositores al estilo "No vale la pena sacar la cadena", un copyright de Montoneros que, por razones de rima o tal vez por motivos que respondían a sus pulsiones más íntimas, evocaban la cadena con que los fascistas ingresaban a las aulas de la universidad para sacudir a zurdos, herejes y gorilas.
Aviso antes de que sea demasiado tarde. Después de los cánticos amenazando con la muerte, de la prepotencia de la patota que se asigna una representación que nadie les otorga, llegan las balas, los operativos comandos, las bandas parapoliciales, es decir, la política es sustituida por la guerra y la vida es tronchada por la muerte. No exagero. Como ya les dije: a esta película ya la vi. Una película que estuvo precedida por otra, la película en la cual la violencia, los insultos, la prepotencia es encarnada por la máxima autoridad política de la nación. "La fiesta del monstruo", como escribieron Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. En toda sociedad hay marginalidad, zonas rojas, ejercicio de las diversas modalidades de la violencia, pero la situación adquiere tonos institucionales trágicos cuando esa violencia es alentada por quien debería hacer exactamente lo contrario. Hablo del presidente o la presidente. Desde "el cinco por uno no va a quedar ninguno" o "al enemigo ni justicia", hasta llegar a las dulces improvisaciones estilo "ratas inmundas", "soretes asquerosos", hay un vaso comunicante en la que circulan las diversas modalidades del autoritarismo y se insinúan los diversos recursos de los que se vale el poder para asaltar las libertades y la convivencia civilizada.
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