Nos escribe Pablo (43 años, Puerto Madryn): "Buenas tardes Luciano, te escribo porque hace poco leí el libro de los cuatro acuerdos -que te escuché recomendar-, quería decirte que me gustó mucho y hacerte una pregunta: ¿por qué te parece que se nos volvieron difíciles cosas tan básicas?"
Querido Pablo, muchas gracias por tu correo, que me permite retomar lo que charlamos en aquel encuentro en Puerto Madryn. En primer lugar, para los lectores que no conocen el libro, se trata de un clásico escrito por el Dr. Miguel Ruiz, inspirado en la sabiduría tolteca. Los cuatro acuerdos son una serie de principios para una adecuada regulación personal. Se los podría enumerar como: 1) No suponer; 2) No tomarse las cosas de manera personal; 3) Ser impecable con las palabras; 4) Hacer las cosas de la mejor manera, dentro de lo posible.
Es interesante que la primera edición de este ensayo sea de 1997, en el cambio de siglo, como si hubiera sido un anticipo de que las cosas cambiarían mucho en el nuevo milenio. En otro orden de términos, también en las últimas décadas resurgió el interés por la filosofía de los estoicos, que de la misma manera apunta a establecer reglas para la conducta.
Ahora bien, la pregunta en este punto debería ser: ¿por qué nos cuesta tanto regularnos? Es cada vez más frecuente escuchar a personas que pierden el control, que cuando se sienten mal son capaces de cualquier cosa, o bien que viven intensos dramas imaginarios, alejados de la realidad, por todo lo que presuponen y no constatan, cuando no ocurre más bien que todo signo mínimo es usado para confirmar lo que ya saben en lugar de adquirir nuevas ideas.
El libro de los cuatro acuerdos es un material que yo he usado con diferentes pacientes, como una recomendación para que puedan comenzar a trabajar sobre sus impulsos; pero si en este punto tuviera que hacer un resumen de los patrones de conducta que creo que son más problemáticos en esta época, me concentraría en los que detallo a continuación.
En primer lugar, una obediencia irrestricta a la propia sensibilidad; es decir, que lo que siento se vuelva equivalente a lo que es, sin pensar que la sensación puede ser engañosa y a veces hasta precipitada -llevar la huella de otras experiencias- en lugar de estar basada en lo que verdaderamente estoy viviendo.
En segundo lugar, creo que el narcisismo actual también es un problema. El narcisismo no es que alguien se crea Dios. Como muchas veces escribí, Narciso está enamorado de su imagen, no de sí mismo. Por lo tanto, una persona narcisista suele tener baja autoestima y así todo el tiempo busca ver en un espejo que lo repare. Por esto último, el narcisismo lleva a dos consecuencias: la dificultad para integrar una imagen personal crítica y, por lo tanto, vivir toda observación como un ataque del que hay que defenderse. Luego, un enorme sentimiento de culpabilidad, que hace que cada tropiezo se interprete como un fracaso.
Ilustremos esto último con dos ejemplos. Por un lado, el caso de alguien a quien cada vez que se le señala algo responde: "Sí, pero vos tal otra cosa", es decir, no puede admitir un defecto más que situando otro en su interlocutor. Del mismo modo, están los que siempre se justifican y dicen: "De acuerdo, pero lo que pasa es que…". Esta justificación crónica es también un rasgo narcisista.
Por otro lado, con respecto al segundo punto, está el caso de quienes ante algo que se les señala responden: "Y... ¿Qué querés? Yo no tengo la culpa", cuando en realidad nadie los estaba culpando de nada, pero esa es la respuesta anticipada que pueden tener, sumamente a la defensiva. Como se notará, el narcisismo implica una gran fragilidad psíquica.
De esta forma, querido Pablo, vuelvo a tu pregunta del inicio: ¿por qué se volvieron tan difíciles cuestiones básicas? Si por estas últimas te referís a que la interacción humana es algo más complejo y que ya no está asegurada en la distancia adecuada que permita garantizar que no habrá agresión, tenés razón, se volvió todo más difícil. Creo que esto se debe a algo que a mí me excede como profesional de la salud mental y tiene más que ver con los cambios socio-históricos, con el desarrollo de las tecnologías y de la sociedad de consumo, en la que las personas también ya se han vuelto mercancías y a veces hasta se descartan como desechos.
Por eso creo que es tan útil la lectura de un libro como el de Miguel Ruiz, porque pone sobre la lupa el trabajo personal que uno tiene que hacer para desprenderse de la personalidad reactiva y ansiosa que se volvió hoy la personalidad común. El objetivo último es volver a la vida humana propiamente dicha, en la que reine el principio dialógico y el respeto por los conocidos, pero también por quienes no conocemos y no podemos dar por sentado nada.
No suponer quiere decir tolerar la tensión de no hacerle decir al otro eso que no dijo, vicio cotidiano hoy. No tomarse las cosas de modo personal quiere decir que, para cada una de las situaciones, puede haber más de una interpretación, que se la puede ver de diferentes modos; ser impecable con las palabras quiere decir que no voy a decir cosas para hacer que el otro reaccione, sino que voy a intentar comunicar y decir lo que pienso.
En párrafo aparte, el último punto, que destaca un principio de buena fe. ¿Qué loco esto, Pablo? ¿No? Que hayamos perdido la costumbre de manejarnos en el ámbito de la buena fe, porque más a la mano tenemos hipótesis sobre la maldad del otro, que muchas veces no es más que la proyección de nuestra desconfianza.
Querido Pablo, te agradezco mucho que me hayas recordado los temas del encuentro en Puerto Madryn, para retomarlos en esta ocasión. Creo que sin duda este es un tiempo más que fundamental para pensar en cómo nos comportamos, porque la fragilidad vincular de la época se basa en lo poco que nos cuidamos entre nosotros. No es mucho pedir, como bien decís, se trata de volver a lo básico.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com
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