¿Será que, no todas, en algún momento de introspección considerarán haber nacido sin derechos, o dependientes de por vida, por aquello de que fue "creada de una costilla" del hombre? En una visita al psicólogo o psiquiatra, quizás, todo pasa en la mente humana y debe ser admitido como lo sostenido por Ziony Zevit: es un error de traducción y debería llamarse Tselaot. Sea cual fuere el origen de la mujer, algo es indiscutible: es y por siempre será mujer.
Desde el año 1900, en que se produjeron manifestaciones femeninas en distintas partes del mundo, con resultados nefastos, la búsqueda por alcanzar "derechos" que las igualen al "sexo fuerte" no ha hecho más que diferenciarlas de éste.
El derecho a decidir si "dará a luz", hecho posible debido a su conformación física, sujeto a una decisión propia o en conjunto con quien participó del "acto amoroso", le otorga el privilegio de llevar consigo una nueva vida, que por cierto no saldrá "de una costilla" de ser niña ni por inseminación de un lagarto de ser niño. La postergación de ese derecho tiene sus variantes: una condición económica insuficiente (el "pan bajo el brazo" no es suficiente); poco tiempo disponible para una atención adecuada hacia el "que viene en camino"; falta de seguridad en la continuación del lazo afectivo con la pareja; no tenerla; pérdida no superada de un hijo; limitaciones para engendrar y tantas más.
¿Reclamo justo o exhibicionismo?
Según nos muestra la historia, muchas vidas se han perdido aquí y allá en busca de más derechos.
No ha bastado con la ley del voto femenino. Aún son mutiladas mujeres por oponerse a vestimentas que ocultan sus formas; a contraer enlace con señores desconocidos y que las superan en edad; se las limita a destacarse profesionalmente; a ocupar el mismo lugar laboral y recibir igual remuneración. En muchos casos, se equiparan las horas de trabajo con las del hombre, pero diferencias siempre hay.
Me pregunto si los acosos a los que se ven expuestas derivan de no privilegiar su intelecto, astucia y otros recursos ante la forma de vestir, ciertas maneras de insinuarse, en un afán de lograr lo que de otra manera se les dificultaría.
La capacitación y predisposición a cumplir con la tarea encomendada o asumida deberían colocar en segundo plano el aspecto físico: no importa si su cabello es rizado u oscura su piel; si festeja veinte años o si su experiencia de vida la acerca al retiro.
¿Cosificación o provocación?
No hace mucho tiempo, certámenes de belleza se vieron sumergidos por campañas feministas que casi logran su cometido. Un traje de baño o lucir un número para decisión de un jurado, integrado también por el sexo femenino, fue catalogado como acto cosificatorio para las señoritas y señoras concursantes (¿místers no?). Fue así como representativas festividades de cada región y el mundo perdieron el brillo que otorga la consagración de una embajadora, mostrando la idiosincrasia de su pueblo dentro y fuera del país de origen, promoviendo el turismo, relaciones socioculturales, oportunidad de intercambios económicos y el tesón puesto en sus estudios.
Una banda o tiara por mejor compañera en momentos compartidos con pares la eximen de medidas antropométricas irreales.
La moda, según pasan los años
Grandes modistos de las casas de alta costura han incluido en sus colecciones diseños para futuras mamás, disimulando contornos de cinturas y ensanches de caderas.
Por antiguas costumbres o moda, mujeres empezaron a descubrir su vientre, sea por exposición al sol, o a cualquier hora y lugar. Pero un escote acorde para dar alimento a su bebé en nada se relaciona con los que hoy en día (por propia elección o imposición de la boutique o producción) osan con "derecho" a lucir ante una cámara. Tal es el desenfado, que "sin querer" en la alfombra roja de Hollywood o en una competencia de baile "se escapa" lo que de antemano era previsible.
Las minifaldas van y vienen; el short cuanto más apretado mejor; lo transparente gana espacio y hasta palabras soeces escapan sin pedir permiso; tatuajes que ensombrecen un traje blanco en el altar, con nombres, luego quitados con láser; lata, con mínimo grado de salubridad y bebida energizante, llevada a la boca; uñas artificiales multicolores y con piedras, de un largo que hace dudar una higiene personal adecuada; el humo de un cigarrillo exhalado a bocanadas, jugando a hacer círculos; correr a denunciar violación luego de arrepentirse de consensuar proximidad son algunos de los "derechos" adquiridos por muchas mujeres, que descartaron la feminidad por considerar que actuar de otra manera se igualan al hombre.
Ser femenina, mujer, no es sinónimo de debilidad. Es un derecho adquirido desde el momento en que se opta por una falda, una muñeca, un rubor, aprender a cocinar una tortilla de papas, preparar una mamadera, dar un abrazo, enarbolar la bandera de la igualdad sin mostrar los senos.
Obviamente, hay excepciones, millones.
Mucho es lo que la iguala y también lo que la diferencia del hombre. Aceptarlo es dar un gran paso hacia el reconocimiento que se busca.
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