¿Determinismo espacial o resignificación continua de la sociabilidad?
Presentar una definición precisa sobre espacio público resulta complejo. Es una categoría ambigua y polisémica que varía según el período, el sitio y la disciplina desde donde se la analice. El espacio público puede pensarse desde una dimensión física y material, pero también abarca una serie de relaciones sociales y percepciones individuales y colectivas.
De explanada del Ayuntamiento a parque urbano y de esparcimiento. Filadelfia, Pensilvania, Estados Unidos.
Indagar sobre el concepto de espacio público requiere un análisis histórico que nos permita comprender cuáles son las repercusiones sobre nuestras perspectivas contemporáneas. Una primera aproximación consiste en desarrollar la noción de espacio público como lugar de formación de ciudadanía mediante la visión de Jürgen Habermas (1962), quien considera que es un espacio de libertad entre el Estado y los privados, donde exponer razonamientos frente a un debate público entre diversos grupos sociales. Esfera pública y libertad vinculadas con los cambios sociales de la época, y con la búsqueda de mayor reconocimiento de una burguesía en ascenso que pudiera cuestionar las formas de gobierno.
Esta idea de encuentros libres y debates entre diferentes grupos sociales, fue trasladada al espacio por autores posmodernos considerando que el espacio público se materializa como un ámbito abierto a motivaciones públicas, siendo experimentado por la ciudadanía, y caracterizado por encuentros sociales y yuxtaposición de usos. "La experiencia de la vida moderna incluye la primacía de la apertura de las calles, libre circulación, el encuentro impersonal y anónimo entre peatones, el espontáneo disfrute y congregación en las plazas, y la presencia de gente de diferentes orígenes sociales mirándose, observando las vitrinas, comprando, sentándose en cafés, uniéndose a manifestaciones políticas, apropiándose de las calles para sus festivales y demostraciones, y usando los espacios especialmente diseñados para la entretención de las masas" (Teresa Caldeira, 2000).
No obstante, durante las últimas décadas las políticas de renovación del espacio público se basan en el supuesto del "determinismo espacial" (Ángela Giglia, 2017), considerando que todas estas intervenciones son capaces de mejorar la sociabilidad urbana de forma directa y lineal, independientemente de las condiciones particulares de cada localización, población y cultura. Dicho supuesto es adoptado mundialmente por el movimiento denominado place making; un proyecto que simplifica la complejidad entre ambientes físicos y sociales, apelando por la aplicabilidad universal de "buenas prácticas" para la configuración de espacios públicos vitales y aptos para el ejercicio de la ciudadanía.
Para caracterizar las dinámicas de los espacios urbanos contemporáneos y comprender las relaciones entre lo físico y lo social, Giglia introduce la noción de "orden urbano", entendido este último como el "conjunto de reglas formales e informales, explícitas e implícitas que organizan los usos del espacio en un determinado lugar" (Giglia, página 16, 2017). La revitalización de los espacios urbanos debe responder a estudios de orden urbano en cada contexto sociocultural y espacial, comprendiendo que el entramado de relaciones diversas determina sus características y usos posibles, ya que cada uno de los sujetos que interviene posee una "cultura del espacio" personal.
Edward Hall (1966) considera que no es posible diseñar espacios bajo el supuesto de que serán usados del mismo modo por todos, puesto que su complejidad deriva de lo que denomina "envolturas espaciales", por las cuales los individuos cuentan con diferentes culturas espaciales que generan percepciones y vivencias propias de los espacios. La complejidad de las ciudades conlleva una interacción y retroalimentación entre todos los factores, razón por la cual Jane Jacobs (1961) sostiene la necesidad de pensar en procesos que permitan encontrar indicadores que abarquen lo general desde lo particular. Por consiguiente, modificar los entornos urbanos no puede implicar un cambio directo sobre la cultura, ya que ésta no resulta de las condiciones físicas, sino que las formas sociales engloban una interacción constante entre lo espacial y cultural que influye en la producción y reproducción de las ciudades.
Por otra parte, las dinámicas contemporáneas del espacio público requieren una mirada hacia Michel Foucault y su concepción del espacio como medio disciplinario y representante de las relaciones de poder social; es decir, el espacio como "lugar donde el poder se expresa y ejercita" (Rodrigo Salcedo Hansen, 2002). No sólo el poder atraviesa a todos los miembros e instituciones de una sociedad, sino que el tipo de poder reflejado en los espacios ha variado con el tiempo, pasando de aquel "poder negativo" que manifestaba la autoridad del soberano, hacia un "poder disciplinario" basado en la vigilancia y el control, donde "ser capaz en cada momento de vigilar la conducta de todos los individuos, evaluar, juzgar para calcular sus cualidades o méritos" (Foucault, 1977).
Es posible reconocer en las reformas motivadas bajo los principios del place making ciertas demostraciones de 'poder disciplinario'. El hecho de que las intervenciones urbanas se acompañen con normas y leyes que determinan cuáles son los comportamientos adecuados y cuáles los prohibidos en el espacio público, supone una igualdad de condiciones para todos los ciudadanos y una penalización de ciertas actividades inapropiadas. Se pretende promover un espacio público destinado únicamente al consumo y la contemplación de la vida urbana, experimentado por una sociedad genérica y homogénea que descarta las particularidades de la cultura local (expresiones artísticas, shows populares, etc) y las prácticas comunes de los sectores populares (fuente de trabajo y escenario de la vida cotidiana).
Sin embargo, aquellos usos negados continúan vigentes en todas las ciudades. Los espacios públicos son lugares que van más allá de lo físico y las pautas impuestas desde un escritorio, son sitios provistos de significados colectivos y simbólicos que devienen de procesos sociales extensos, contradictorios e impredecibles. Diseñar ambientes urbanos a partir de discursos que buscan promover virtudes cívicas propias de sectores hegemónicos e ideales, implica ignorar la existencia de grupos sociales más vulnerables que desarrollan parte de su vida cotidiana en las calles, porque no cuentan con espacios alternativos idóneos. Los sectores populares y las demás minorías no contempladas, representan un tejido complejo y diverso, incapaz de ser asimilado por el supuesto de que los espacios serán ocupados por una sociedad moderna ideal, compuesta por encuentros efímeros entre individuos anónimos, conscientes de sus derechos y capaces de ejercerlos razonablemente.
Frente a estas demostraciones e intentos de imposición de un 'poder disciplinario' por parte de los discursos dominantes, aparece la respuesta de aquellos sectores subordinados no contemplados por las intervenciones y normativas. Si bien el espacio expresa las relaciones entre poder y dominación, todo espacio y sus usos pueden ser discutidos por "la resistencia", con el fin de reapropiarse por medio de sus propias producciones socioculturales (Michel de Certeau, 1984). A pesar de ello, el autor reconoce que dicha resistencia tiene un límite, pues continúa condicionada por las prácticas dominantes, más contando con la capacidad de diversificar los significados y propósitos de los espacios a través de sus interacciones sociales.
Esta condición es reflejada por Giglia (2017) al describir la reconversión del centro histórico de la Ciudad de México como una práctica más de place making y determinismo espacial, basada en el supuesto de que una mejora del espacio urbano acompañada por normas de usos adecuados y prohibidos, se traduce directamente en una mejor sociabilidad. Contrariamente a estos ideales, se exhibe cómo la presencia histórica de los sectores populares y comerciantes ambulantes, junto a grupos de indígenas, músicos y artistas, no ha podido ser suprimida. La realidad demuestra que estas actividades son aceptadas a través de negociaciones y acuerdos con las autoridades locales, o simplemente porque muchos de los usos que se dan en el espacio público son consecuencias imprevistas de las interacciones que establecen los viejos y nuevos usuarios con los entornos físicos.
Es preciso mencionar que estos acuerdos entre sectores dominantes y resistencia, junto a las maneras de apropiarse de los espacios, no son permanentes e inmutables. Cualidades descriptas por Salcedo Hansen (2002) al efectuar un breve análisis histórico que menciona cómo, antes de la era moderna los espacios eran percibidos - sin cuestionamiento de la población - como medios para expresar el poder del soberano, la iglesia o el Estado; mientras que el ascenso de la burguesía durante la modernidad motivó el cuestionamiento de dicho poder, exigiendo un espacio público como lugar para la construcción de ciudadanía y manifestación de la voluntad pública.
De igual modo, años más tarde el proletariado industrial comenzó a cuestionar la autoridad de la burguesía, reclamando un lugar en la esfera pública; y es así, como en la actualidad los segmentos marginados - sectores populares, minoría étnicas y sexuales - efectúan prácticas espaciales de resistencia, aunque limitadas por ciertos acuerdos que establecen un espacio de encuentro, comercialización, control y vigilancia. "El orden impuesto que excluye la sociabilidad popular para promover una sociabilidad abstracta y orientada sobre todo hacia la experiencia de la ciudad como experiencia de consumo, se revela permeable a diversas discrecionalidades, arbitrariedades y transgresiones, tanto individuales como colectivas, que dan lugar a un orden distinto con respecto al orden legal" (Giglia, página 24, 2017).
Resulta clara la imprudencia que conlleva aplicar universalmente estos supuestos simplistas que reducen las dinámicas del espacio público contemporáneo a un conjunto de usos deseados y normas de control. Las apropiaciones y usos de los espacios públicos no pueden preverse o imponerse, puesto que la sociabilidad se renueva constantemente. La vitalidad y dinámicas urbanas resultan de un proceso continuo de creación y recreación de usos y significados, a partir de una interrelación compleja y mutable entre entorno físico y sociedad. La población que habita estos espacios urbanos, los percibe y resignifica a lo largo del tiempo según sus culturas espaciales, sus condiciones socioeconómicas, sus ideales, sus requerimientos y particularidades cotidianas.
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